13/3/17

Wilhelm Gwinner. Arthur Schopenhauer


Wilhelm Gwinner.
Arthur Schopenhauer 
presentado desde el trato personal.
Edición de Luis Fernando Moreno Claros.
Hermida Editores. Madrid, 2017.

Hermida Editores publica Artur Schopenhauer presentado desde el trato personal, de Wilhelm Gwinner, con traducción, prólogo y notas de Luis Fernando Moreno Claros, autor de la mejor biografía en español del autor de Parerga y paralipómena.

Pero este libro, que se traduce por primera vez al castellano, es otra cosa: es una fuente primaria en la investigación de la vida y la obra de Schopenhauer, un texto escrito desde el trato personal y desde la frecuentación de su amistad, lo que permitió a Wilhelm Gwinner “una mirada a su vida, su carácter y su pensamiento”, como indicaba literalmente el subtítulo original del libro.

El jurista Gwinner veía pasear al filósofo con su perro por las afueras de Fráncfort y un día se decidió a visitarlo. Tenía casi cuarenta años menos que él, pero su fidelidad y su discreción provocaron un grado de confianza tal que Schopenhauer lo designó como albacea y le dejó su biblioteca y sus manuscritos. 

Y en 1862, dos años después de la muerte del pensador, publicó la primera edición de este libro, que durante mucho tiempo fue un texto de referencia sobre el filósofo, porque es la semblanza íntima y profunda del hombre y el autor de El mundo como voluntad y como representación.

Escrito desde la amistad y la admiración, como hizo Eckermann en sus conversaciones con Goethe, resume su trato con Schopenhauer en sus últimos años. Y aunque quizá lo menos interesante sea el Capítulo VII, dedicado a resumir el pensamiento del filósofo, la imagen que el conjunto nos transmite de él es la del genio incomprendido o envidiado, la de un intelectual aislado en su orgullosa soledad independiente, ignorado –en palabras de Moreno Claros- por “la caterva intelectual alemana, los profesores de universidad y los escritores de rango y sin él.”

Aunque no se identificaba totalmente con el pensamiento ateo y pesimista de Schopenhuaer ni fue uno de sus apóstoles fanáticos, aunque su prosa es mucho más torpe que la de su maestro, Gwinner dejó trazado en estas páginas un testimonio de primera mano sobre cómo creció y maduró el filósofo, qué aspecto tenía, cómo hablaba, quién fue, lo que enseñó, cómo vivió y cómo murió.

Parece que en uno de los capítulos, el titulado Quién fue, copió literalmente fragmentos de algún manuscrito inédito que le había legado Schopenhauer; especialmente, de un cuaderno en el que el filósofo había ido anotando pensamientos asistemáticos que componen un mosaico de su visión del mundo y de sí mismo. Por eso a Gwinner le acusaron de plagio, no sin razón aunque sin pruebas, porque aquel manuscrito desapareció. 

En todo caso, en la distancia, parece que no se le pudo dar mejor destino a aquel cuaderno: integrarlo de esa manera anómala y reprochable sirvió para completar el retrato de Schopenhauer en este libro, que tuvo un enorme éxito en su tiempo y conoció abundantes reediciones.

Luis Fernando Moreno Claros ha puesto al día en su traducción anotada esta biografía de la que destaca en el Prefacio que “su autor dio voz en ella, de manera casi literal, a Schopenhauer; así que el lector actual podrá congratularse de oír el eco de las palabras del gran filósofo vibrando en las mejores líneas de esta obra.” 

Líneas como estas, que rematan el capítulo sobre “Lo que hizo” Schopenhauer:

“así que en los últimos diez años de su solitaria vida tuvo la satisfacción de llegar a ver cómo despuntaba frente a él, claro y verdadero, el día de su fama; había estado esperando este amanecer más de cuarenta años con la indomeñable confianza del genio, aplazándolo incluso al tiempo de después de su muerte. Pero esa fama tardía fue también lo único que le era lícito esperar siendo un escritor alemán. Nunca trabajó por dinero y honores, y cuando le ofrecieron nombrarlo miembro de la Academia de Berlín, rechazó el nombramiento con orgullo: lo habían despreciado durante toda su vida y ahora pretendían adornarse con su nombre cuando muriera. Si había vivido sin ellos también podía morir sin ellos. Que siguieran entonando cánticos anualmente en loor del descubridor de las mónadas y la armonía preestablecida. Incluso sin el diploma de la Academia, Schopenhauer tuvo el honor de seguir siendo el que era.”

Tal vez por eso, en la última línea del libro, Gwinner evoca la respuesta que el filósofo le dio cuando le preguntó dónde quería descansar:

“Es indiferente, ya me encontrarán”. 
Santos Domínguez