6/3/17

Las turbias aguas del mojito


Philippe Delerm.
Las turbias aguas del mojito. 
Y otras buenas razones para vivir en la tierra.
Traducción de Mercedes Noriega Bosch.
Pasos Perdidos. Madrid, 2016.

Damos un sorbo, sorprendidos por ese frescor que nos hace buscar la humedad de las marismas. Todo cóctel impone un consumo lento, con breves interrupciones, con abandonos y regresos. Pero al mojito no puedes imponerle nada. La degustación se torna fascinación, y él es quien lleva la batuta. Lo que más sorprende en un manglar de tonos tan venenosos, es ese persistente regusto azucarado. Dejas que te invada una fiebre fría, te abandonas. Porque sabes que, al final de ese glauco peregrinaje, llegará el calor, la euforia. Pero antes tendrás que desviarte hacia el bosque de hojas de menta, no tener miedo a desaparecer bajo las aguas, abandonar la esperanza de la luz. Nadar todas las transgresiones, perderte, hundirte, buscar infinitamente, sumergirte. Entonces emergerá el placer. 

Así termina Las turbias aguas del mojito, el texto que da título a un espléndido volumen de Philippe Dellerm que publica la editorial Pasos perdidos con una brillante traducción de Mercedes Noriega, que ha mantenido en español el difícil equilibrio de la prosa potente y a la vez ligera de estos textos. 

Cuarenta y dos estampas en las que la mirada receptiva de lo exterior, la sensorialidad del adjetivo y la limpia sintaxis de sus frases componen un libro afirmativo y sereno. Un libro en el que llueve la luz y el tiempo es una playa.

Cuarenta y dos acuarelas delicadas, sutiles y luminosas que fijan el instante presente y el espacio inmediato en las páginas de este libro solar y veraniego en el que el tiempo se detiene una mañana de vacaciones en la bahía de Saint-Nazaire tras las huellas de Monsieur Hulot o en la alegría como de última viñeta de Astérix con cena a la luz de la hoguera de la celebración.

El olor a madreselva en las noches de verano, el sabor transparente de la sandía, un tango que construye una noche argentina en la orilla del Sena, los pianistas en una estación de metro, una pancarta publicitaria que acaba convirtiéndose en cometa mirada desde la playa, colgada de una avioneta … Son claros en el bosque, iluminaciones en la noche, porque “la sombra se ve obligada a inventar su propia luz.” 

Y por eso aquí el desorden es cálido y se bebe la sombra como se bebe la luz veneciana con el color caliente del instante. Porque este es el libro celebratorio y afirmativo de un cazador de sonrisas al vuelo, un libro leve y luminoso, porque “no hay nada tan ligero como la luz.”

Un libro alejado de la nostalgia incluso en la evocación de la infancia al recuperar una vieja historieta de Tintín: “Y ahora estás ahí, después de tanto tiempo. La sonrisa que dibujan tus labios es la del tiempo que no existe. Todo lo contrario a la nostalgia.”

“Tierna es la vida. Cruel”, escribe Philippe Dellerm en la línea final del libro. Pero así como la madera se renueva al recubrirla con pintura, así también la vida mejora al tratarla con esta mirada a las pequeñas cosas, con una prosa transparente que celebra el momento, el chaparrón y la fruta para “esperar, aplazar el mañana. Esperar a que tanta alegría dispersa cristalice en la idea de felicidad.” 

Santos Domínguez