Elizabeth Bishop.
Obra completa.
Poesía.
Edición bilingüe.
Traducción de Jeannette L. Clariond.
Vaso Roto Esenciales. Madrid, 2016.
Como “un mar inmóvil siempre en movimiento” define Jeannette L. Clariond la voz poética de Elizabeth Bishop (1911-1979) en el espléndido prólogo que ha escrito para presentar su traducción anotada de la poesía completa de la autora estadounidense en un cuidado volumen que acaba de publicar Vaso Roto en edición bilingüe.
Además de Norte y sur, Una fría primavera, Cuestiones de viaje y Geografía III, los cuatro libros que publicó entre 1946 y 1976, se incorporan a esta edición catorce poemas inéditos en libro. Y en un apéndice, una selección de veintisiete manuscritos que se reproducen en facsímil para que el lector pueda apreciar el trabajo de corrección de aquellos originales que Elizabeth Bishop no llegó a publicar.
Una serie de penosas circunstancias familiares crearon en ella una sensación de desarraigo que atraviesa toda su obra y que se reconoce incluso en sus títulos ligados más a lo especial que a lo temporal.
Y ligada a ese desarraigo, como su consecuencia más directa, la búsqueda de una identidad problemática y de una composición de lugar que se resuelve en la construcción de su propia geografía en el lugar fronterizo que une lo exterior y lo interior, la percepción y la reflexión, lo horizontal y lo hondamente vertical.
Una geografía interior en la que –explica la editora- “perspectiva y percepción son los dos ríos que confluyen en el presente de su voz. La perspectiva como el registro de distancias espaciales, la percepción como la fluidez del pasado adentrándose en el presente.”
Nunca hay en estos textos, hijos del desamparo y de las preguntas, desbordamientos emocionales ni patetismo gesticulante. Al contrario, su preferencia por las formas estróficas cerradas le sirve para disciplinar sus versos en una dicción contenida que aspira siempre a la precisión y huye de la exposición directamente autobiográfica.
Es lo que ocurre en el que quizá sea su mejor poema, 'El arte', un texto de su último libro, un balance de pérdidas que comienza con un verso -“No es difícil dominar el arte de perder”- que resume el sentido de una poesía que vive más en la espera que en la esperanza y no aspira a mucho más que a la indulgencia del tiempo.
Arthur Rimbaud.
Obra completa bilingüe.
Atalanta Memoria mundi. Gerona, 2016.
Fue no sólo el poeta más experimental de su época, alguien que en los cuatro breves años de su carrera cambió el sentido de la poesía occidental. Nadie como él encarna la modernidad y el espíritu de la creación poética no ya presente, sino futura. Arthur Rimbaud dejó de escribir a la edad en la que muchos empiezan a tantear sus primeros escarceos literarios.
Con veinte años renunció a la literatura, pero antes dejó puestas las bases de la poesía contemporánea, convertido ya en un poeta decisivo cuya vida osciló entre el arrebato ascético y el exceso alcohólico, entre la actitud del gamberro indeseable y la inspiración del genio.
En un espléndido volumen, Atalanta publica la Obra completa bilingüe de Rimbaud a la que ha dedicado muchos años de trabajo ingente y riguroso Mauro Armiño, que en su prólogo aborda una semblanza del poeta a través del minucioso seguimiento de su biografía y de los cambiantes escenarios de su huida – Charleville, París, Londres, Bruselas, Yemen, Sumatra, Abisinia, Somalia-. Una incursión en el enigma de aquel muchacho, más salvaje que tímido, que provocaba por igual espanto y fascinación, admiración y escándalo.
Más de mil qunientas páginas en torno a la obra de aquel ser irrepetible que murió “a los 37 años de edad, dejando la incógnita de su silencio, que podría ser un hecho menor y anecdótico, y el misterio creado por la poesía del meteoro llamado Rimbaud, cuyo sentido en buena medida todavía se sigue buscando”, como explica Mauro Armiño en el cierre del prólogo de esta edición que está llamada a ser la versión definitiva en español de la obra de aquel poeta que sigue brillando, indescifrable y burlón, aquel ángel infernal del exceso que cambió la poesía europea en cuatro años de escritura.
Un poeta no de ayer, ni de hoy: de pasado mañana y que todavía corre, inalcanzable, con las suelas al aire a años luz de nosotros.
Rainer Maria Rilke.
Cuarenta y nueve poemas.
Selección, traducción e introducción de Antonio Pau.
Editorial Trotta. Madrid, 2014.
“Esta es mi lucha: / consagrado al anhelo / andar errante a través de los días. (...) y a través del dolor / madurar lejos, más allá de la vida, / más allá del tiempo,” escribía Rilke en Adviento, un libro de 1897.
Es uno de los Cuarenta y nueve poemas que Antonio Pau seleccionó y tradujo en una antología que llega ya a su tercera edición en Trotta y que es desde hace años una referencia imprescindible entre las traducciones al español de un poeta fundamental que ha tenido excelentes traductores en el ámbito hispánico, de Jaime Ferreiro Alemparte a Juan Andrés García Román pasando por José María Valverde.
La selección de Antonio Pau abarca treinta años, de 1896 a 1926, y es una muestra unitaria y significativa de un Rilke esencial a través de la evolución matizada en sus tres etapas creativas: sentimental, objetiva y visionaria.
Con una armonía y una transparencia esencialmente asociadas a la poesía de Rilke, la versión de Antonio Pau une a la fidelidad al original la precisión verbal y la búsqueda de la forma interior que da coherencia al mundo poético rilkeano en unos poemas que han sido elegidos no sólo por su representatividad, sino por su aptitud para mantener la sonoridad en la versión española, “sin incurrir – explica el traductor- en recreación –que sería osadía- ni en literalidad – que sería empobrecimiento.”
Una serena música brota del interior de estos textos que completan una antología muy selecta y muy representativa que tiene como eje tres obras centrales -El Libro de Horas, El libro de las imágenes y los Nuevos poemas- en una trayectoria que culminan las elegías duinesas y los Sonetos a Orfeo y que cierra el poema final, que Rilke escribió pocos días antes de morir: “Ven, tú, el último, a quien reconozco, /dolor incurable que se adentra en la carne /.../ ¿Soy yo aún / quien arde, ya irreconocible? / No puedo adentrarme en los recuerdos. / Oh vida, vida: tendría que estar fuera. / Pero estoy dentro, en llamas. Ya nadie me conoce.”
Un dato elocuente, que habla de la eficiencia de la traducción: más de un lector se sorprenderá leyendo estos textos en voz alta, lo que indica que Antonio Pau ha conseguido dotar a estos textos en español de una modulación sonora que parece brotar de ese mundo interior de Rilke, que se mueve sutilmente entre lo visible y lo invisible, entre lo sensorial y lo conceptual, entre lo tangible, lo soñado y lo intuido.
T.S. Eliot.
Cuatro cuartetos.
Edición y traducción de Andreu Jaume.
Lumen. Barcelona, 2016.
Con los Cuatro cuartetos, explica Andreu Jaume en la introducción a su edición bilingüe en Lumen, Eliot “se propuso ir más allá de la poesía de un modo parecido a lo que Beethoven hizo con la música.”
Cuando Eliot publicaba en 1936 Burnt Norton, tras largos años de silencio poético desde La tierra baldía, no sabía aún que ese poema sería el primero de un ciclo de cuatro, esos Cuatro cuartetos en los que alcanzaría su mayor perfección formal y su mayor hondura meditativa.
Esa obra inesperada de madurez es el resultado de una profunda crisis personal y de un proceso de transformación espiritual que le había llevado a convertirse al catolicismo y a adoptar la nacionalidad británica a finales de los años veinte.
Hizo falta un hecho casual, el encargo de dos piezas teatrales para la iglesia, La roca y Asesinato en la catedral, para que Eliot encontrase un nuevo tono de voz, porque en los coros de La roca (1934) se prefigura ya la tonalidad musical de los Cuatro cuartetos.
Con Burnt Norton, que concibió en principio como un poema aislado y que acabará convirtiéndose en la obertura del conjunto de los Cuatro cuartetos, se inauguraba un nuevo ciclo poético que sería el resultado de la reinvención personal y literaria de Eliot y de la sacudida de la guerra, que sobrevuela trágicamente desde 1939 los otros tres poemas del ciclo: East Coker, The Dry Salvages y Little Gidding.
En ese estilo dramático, a medio camino entre la reflexión en voz alta y la apelación al lector, se moduló la nueva tonalidad poética de Eliot en un estilo marcado por la influencia bíblica de los libros sapienciales y de Dante. Un estilo más conversacional, más cercano al lector, más discursivo e inteligible que el de La tierra baldía.
La edición bilingüe de Andreu Jaume va precedida de un excelente prólogo y se enriquece con un importante aparato de notas colocadas al final para que no perturben la lectura de los textos.
Completan el volumen esas dos piezas teatrales, los coros de La roca y Asesinato en la catedral, en las que Eliot encontró, casi sin proponérselo, una nueva tonalidad poética, una nueva voz que moduló y llevó a su punto culminante con los Cuatro cuartetos.
“No sé quién soy, qué alma tengo.
Siento creencias que no tengo. Me arroban ansias que repudio. Mi perpetua atención sobre mí perpetuamente me denuncia traiciones del alma a un carácter que quizás no tenga, ni ella cree que tengo.
Me siento múltiple. Soy como un cuarto con innumerables espejos fantásticos que dislocan reflejos falsos, una única anterior realidad que no está en ninguno y está en todos.
Como el panteísta se siente árbol, y hasta su flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas.”
Así explicaba Fernando Pessoa la heteronimia de sus textos, el drama em gente que vertebra su obra. De los poemas del más famoso de esos heterónimos, Álvaro de Campos, ingeniero naval en paro formado en Glasgow, poeta futurista y complejo, decía Ricardo Reis que “son un derramarse de emoción. La idea sirve a la emoción, no la domina.”
“Vivir es pertenecer a otro”, escribía Campos, un nihilista al que Pessoa transferirá su propia desazón existencial, su relación conflictiva con la vida, el amor, el sexo o la muerte.
Sensacionista y discípulo de Caeiro, es el autor de Tabacaria, quizá el más memorable de los poemas de ese "diálogo en familia" que establecen entre sí los heterónimos de Pessoa: "No soy nada. / Nunca seré nada."
Entre la Oda triunfal, urbana y vanguardista, escrita en Londres en junio de 1914 -"A la dolorosa luz de las grandes bombillas de la fábrica / tengo fiebre y escribo"- y el último poema -"Todas las cartas de amor son / ridículas"-, fechado el 21 de octubre de 1935, un mes antes de la muerte de Pessoa, llevan también la firma de “ese extraño e intenso poeta”, como lo definió su autor, algunos de sus mejores poemas: Oda marítima, Lisbon Revisited, Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra o Callos al estilo de Oporto.
La edición bilingüe que acaban de publicar en Pre-Textos Jerónimo Pizarro y Antonio Cardiello, con traducción y notas de Eloísa Álvarez, reúne por primera vez en un volumen, ilustrado con cuarenta y siete fotografías y reproducciones de manuscritos y mecanoscritos, la Obra completa en verso y prosa de Álvaro de Campos.
Un heterónimo que, en palabras de los editores es "un vagabundo, un marginal, un intruso; es el que se niega a ser como los otros («¿Me queríais casado, fútil, cotidiano y tributable?»), el que reniega de cualquier clasificación o confinamiento."
Álvaro de Campos.
Obra completa.
Edición de Jerónimo Pizarro y Antonio Cardiello.
Traducción y notas de Eloísa Álvarez.
Clásicos Contemporáneos. Pre-Textos. Valencia, 2016.
“No sé quién soy, qué alma tengo.
Siento creencias que no tengo. Me arroban ansias que repudio. Mi perpetua atención sobre mí perpetuamente me denuncia traiciones del alma a un carácter que quizás no tenga, ni ella cree que tengo.
Me siento múltiple. Soy como un cuarto con innumerables espejos fantásticos que dislocan reflejos falsos, una única anterior realidad que no está en ninguno y está en todos.
Como el panteísta se siente árbol, y hasta su flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas.”
Así explicaba Fernando Pessoa la heteronimia de sus textos, el drama em gente que vertebra su obra. De los poemas del más famoso de esos heterónimos, Álvaro de Campos, ingeniero naval en paro formado en Glasgow, poeta futurista y complejo, decía Ricardo Reis que “son un derramarse de emoción. La idea sirve a la emoción, no la domina.”
“Vivir es pertenecer a otro”, escribía Campos, un nihilista al que Pessoa transferirá su propia desazón existencial, su relación conflictiva con la vida, el amor, el sexo o la muerte.
Sensacionista y discípulo de Caeiro, es el autor de Tabacaria, quizá el más memorable de los poemas de ese "diálogo en familia" que establecen entre sí los heterónimos de Pessoa: "No soy nada. / Nunca seré nada."
Entre la Oda triunfal, urbana y vanguardista, escrita en Londres en junio de 1914 -"A la dolorosa luz de las grandes bombillas de la fábrica / tengo fiebre y escribo"- y el último poema -"Todas las cartas de amor son / ridículas"-, fechado el 21 de octubre de 1935, un mes antes de la muerte de Pessoa, llevan también la firma de “ese extraño e intenso poeta”, como lo definió su autor, algunos de sus mejores poemas: Oda marítima, Lisbon Revisited, Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra o Callos al estilo de Oporto.
Un heterónimo que, en palabras de los editores es "un vagabundo, un marginal, un intruso; es el que se niega a ser como los otros («¿Me queríais casado, fútil, cotidiano y tributable?»), el que reniega de cualquier clasificación o confinamiento."
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Alejandra Pizarnik.
Poesía completa.
Edición de Ana Becciú.
Lumen. Barcelona, 2016.
Lumen reedita el volumen que recoge la Poesía completa de Alejandra Pizarnik (1936-1972) con los ocho libros que publicó en vida, entre La tierra más ajena y El infierno musical, más los poemas no recogidos en libro y los póstumos que reunieron Olga Orozco y Ana Becciú bajo el título de Textos de sombra y otros poemas.
Para conjurar sus miedos, sus incertidumbres y sus contradicciones eligió vivir en la poesía y acabó ocultándose en el lenguaje, en la tonalidad oscuramente confesional de su poesía y en un universo literario lleno de sombras y de fulguraciones.
Heredera de Rimbaud, que abre con una cita su primer libro, y de una escritura irracionalista que va de Lautréamont al superrealismo de Bretón pasando por Mallarmé, su sensibilidad exacerbada dotó a su poesía de tensión verbal y emocional, de un ímpetu visionario que encuentra su cauce en los símbolos que recorren su obra: la noche, el silencio, el jardín o el viento, imágenes de una naturaleza turbia que refleja el enigma del mundo, “por eso – escribía- cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.”
Es la imaginería oscura de la desolación, del dolor y el amor, de una intimidad dramática y una sensualidad desgarrada que oscila siempre entre el deseo y las heridas. Esa era su concepción terapéutica de la escritura: “Escribir un poema – decía en una entrevista de 1972, poco antes de suicidarse- es reparar la herida fundamental.”
Siempre a medio camino entre la creatividad y la autodestrucción, Alejandra Pizarnik su poesía es un intento exigente de iluminación en lo extraño. Aspiró a la precisión y practicó una escritura desatada de imágenes en libertad. Fue la extranjera ante el espejo, la que calla en el desierto en busca de sí misma, la que emprende un viaje sin regreso al fondo de la noche.
Juan Eduardo Cirlot.
El peor de los dragones.
Antología poética 1943-1973.
Edición y prólogo de Elena Medel.
Siruela. Madrid, 2016.
Si para Rilke todo ángel es terrible, para Cirlot “el ángel es el peor de los dragones.” Y de ese verso, que forma parte de su poema “Momento”, fechado el 29 de mayo de 1971, toma su título la Antología poética 1943-1973 que publica Siruela con edición de Elena Medel, que explica en su prólogo –'Magia y papel vivo'- que, frente al prejuicio de Cirlot como poeta maldito y difícil, “esta antología se plantea una doble meta: la del reencuentro para aquellos lectores que ya hubieran descubierto la poesía de Juan Eduardo Cirlot, y -de manera esencial- la de la revelación para quienes desconocieran su obra.”
Y con ese doble propósito se edita esta amplia selección de una obra exigente que, como señala Elena Medel, “permite la revelación y permite el deslumbramiento” de “un discurso independiente al margen de las estéticas imperantes; y un proyecto sin igual en la poesía española del siglo XX.”
El núcleo central de la obra de Cirlot es el ciclo Bronwyn, que comienza a mediados de los sesenta y que publicó esta misma editorial en 2001, pero antes, durante más de dos décadas, hubo un Cirlot emparentado con el irracionalismo poético y con la poesía visionaria, un Cirlot simbolista y un Cirlot superrealista que lleva a su extremo radical la práctica de la escritura automática, experto en imágenes y símbolos y empeñado en trasladar al lenguaje poético las aportaciones de la música de Strawinsky o Schönberg y del dodecafonismo.
Iniciado hace medio siglo y articulado en torno a la figura de Bronwyn, Cirlot recreó en ese ciclo un mito e integró diversos temas e influencias para exponer una teoría del amor y la muerte, de la resurrección y el retorno, de la búsqueda de la inmortalidad.
Ese sería el centro de su mundo literario, el resultado de una búsqueda obsesiva que se concreta en dieciséis cuadernos y pliegos de poesía en torno a la figura de una doncella celta –“la que renace de las aguas”- en la que confluyen muy distintas tradiciones míticas para crear el corazón de la obra de Cirlot, seguramente también su mayor legado poético.
José Lezama Lima.
Poesía completa.
Compilación, posfacio
y notas de César López.
Sexto Piso. Madrid, 2016.
En el cuadragésimo aniversario de la muerte de Lezama Lima, Sexto Piso reúne su Poesía completa en un volumen preparado por César López, que a la edición de Letras Cubanas (La Habana, 1985) añade un puñado considerable de poemas que se han ido recuperando después de aquella fecha.
Sólo lo difícil es estimulante, escribía Lezama Lima en uno de sus ensayos. Y esos dos adjetivos -difícil y estimulante-, complementarios siempre en Lezama, definen sus ensayos, su narrativa y su poesía.
Lezama, uno de los poetas esenciales del siglo XX en español, practicó una literatura que frente a la imaginación hegeliana defiende la imaginación mítica y frente a la razón histórica propone el logos poético, que explora los vínculos que establece la analogía, no las relaciones de causalidad. Y ese método tiene mucho que ver con la forma de mirar la realidad en el Barroco, a base de conceptos que establecen relaciones inesperadas entre las diversas manifestaciones de la realidad.
En su poesía, Lezama indaga en lo telúrico y en lo estelar a través de una imaginería potente y de una expresión barroca que explora en la oscuridad y en la memoria. Y con esa mirada que reivindica la visión del mundo como imagen integradora de historia y cultura, arte y literatura, mito y pensamiento, Lezama bucea en “las maternales aguas de lo oscuro”.
Una mirada que marca la progresiva depuración de una poesía que parte del momento preciosista y sensorial de Muerte de Narciso y Enemigo rumor para alcanzar su mayor altura en la concentración y abstracción de su etapa central –Aventuras sigilosas, La fijeza y Dador-, la más densa y significativa, con cimas como Rapsodia para el mulo o El coche musical, y decantarse luego por una poesía más accesible y comunicativa: la del póstumo Fragmentos a su imán.
Leer Enemigo rumor, Analecta del reloj o Dador es entrar en otro mundo, en el dominio vertiginoso de lo órfico, en una literatura que se fundamenta en la ambición imaginativa de su poesía, en la potencia oracular de una palabra que ilumina la realidad con el rayo metafórico de la imagen, que es la realidad del mundo invisible.
Un volumen, muy manejable pese a sus más de mil páginas, que está llamado a convertirse en la edición de referencia de esta poesía imprescindible, de esta “oscura pradera lezamiana y convidante”, como señala el responsable de la edición en su epílogo.
Erri De Luca.
Sólo ida. Poesía completa.
Traducción y prólogo de Fernando Valverde.
Seix Barral. Barcelona, 2016.
“ ‘Cuando se tala el bosque vuelan las astillas’, dice un proverbio ruso. Así ha sido el siglo XX, la tala de un bosque, y las sencillas existencias han sido sus restos", afirma Erri De Luca en el texto preliminar que ha escrito para la edición bilingüe de su poesía completa, Sólo ida, el volumen que publica Seix Barral con traducción y prólogo de Fernando Valverde.
Y a reflejar el vuelo de esas astillas se han dedicado los cuatro libros que reúne este tomo: desde Obra sobre el agua (2002) hasta Rarezas de la providencia (2014) y El huésped empedernido (2008) pasando por su libro central, Solo andata (2005), un libro dedicado a los inmigrantes de África y Oriente que sirve también significativamente para dar título a la obra completa.
Además de novelista y poeta, Erri De Luca fue albañil y alpinista. Y, más allá de la anécdota, algo de eso -construcción y escalada- hay en su poesía vertical, que tiene la transparencia del aire y se levanta sobre el abismo.
Una poesía que va más allá de sus propios límites verbales para expresar la conciencia moral de Europa en textos como este Coro de Sólo ida:
Somos los innumerables, el doble en cada centro de expulsión,
adoquinamos de esqueletos vuestro mar para caminar sobre ellos.
No podéis contarnos, si nos contáis aumentamos,
hijos del horizonte, que nos manda de vuelta.
“Ciudadano de la lengua italiana” titula Fernando Valverde su introducción, en la que aprovecha la caracterización que ha hecho De Luca de su condición de escritor. Escribe allí el traductor: “Para el poeta, la belleza es una fuerza presente en la creación, que ha sido introducida a conciencia, como contrapeso a toda destrucción a todo el desperdicio del mundo.”
La poesía es así la conciencia del siglo de las grandes guerras, de las prisiones multitudinarias, de las grandes migraciones y las deportaciones, de los bombardeos de ciudades. Y sus poemas son no sólo un recuento de esas astillas, sino la expresión de la resistencia a la destrucción mediante la palabra y la memoria entendidas como facultades morales.
Resuena en sus versos la fuerza de los libros sapienciales de la Biblia y los evangelios, la infancia napolitana y el asedio de Sarajevo, con la potencia verbal de una poesía no política, sino civil, que “tiene la voz que se forma por sí sola en el cráneo de quien la lee”, como escribe Erri de Luca en el texto preliminar, y que ejerce su testimonio y ejerce su denuncia a través de historias y voces como las que articulan sus novelas:
Hemos venido descalzos, sin suelas,
sin sentir espinas, piedras, colas de escorpiones.
Ningún policía puede despreciarnos
después de todo lo que hemos sido ya ofendidos.
Seremos los siervos, los hijos que no tenéis,
nuestras vidas serán vuestros libros de aventuras.
Traemos a Homero y a Dante, el ciego y el peregrino,
el olor que perdisteis, la igualdad que habéis sometido.
Manuel Padorno.
Obras completas.
Tomo I: 1955-1991.
Palabras preliminares de Jaime Siles.
Edición de Alejandro González Segura.
Pre-Textos. Valencia, 2016.
“Si tuviera que definirla diría que es una poesía atlántica. Por eso lo dejo allí y donde y como él quería: en esta luz y aquí esta mañana siempre.” Así cierra Jaime Siles las palabras preliminares que ha escrito para la abrir el primer tomo de las Obras completas de Manuel Padorno que publica Pre-Textos con edición y prólogo de Alejandro González Segura, que hace un iluminador recorrido por su trayectoria vital y artística, además de redactar sendas introducciones particulares sobre el valor y el sentido de cada uno de los libros recogidos en este primer volumen.
Entre Oír crecer a las palomas (1955) y Una aventura blanca (1991), once títulos que reflejan las primeras etapas creativas del poeta y pintor canario Manuel Padorno (1933-2002), uno de esos autores inclasificables -Antonio Gamoneda, Luis Feria, Mª Victoria Atencia, Ángel Crespo, Félix Grande, Fernando Quiñones, Frncisca Aguirre o César Simón- que fueron coetáneos de los más conocidos poetas del grupo de los 60.
A estos poetas que afrontaron al margen de grupos su aventura poética a través de un mapa que les llevó a alcanzar su propio tono de voz, los manuales y las antologías los suelen confinar a los márgenes del canon, aunque su obra esté a la altura de los canónicos Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, Ángel González o José Ángel Valente, que era, por cierto, el que señalaba que donde acaba el grupo empieza el poeta.
De esa aventura estética, de esa búsqueda de un mundo poético propio que se justifica en sí misma tanto como en sus hallazgos da cuenta este volumen que recoge más de tres décadas de una poesía que intenta “llegar hasta el desvío, desvelar la realidad”, como señalaba el poeta en las palabras preliminares de su antología personal La guía.
Manuel Padorno fue un poeta en el que la insularidad iba más allá del rasgo biográfico y de su hábitat. Afecta a la misma esencia de su razón poética. Porque la poesía de Padorno proyecta una mirada comprensiva a la realidad, es una constante búsqueda de lo invisible, de lo que está al otro lado, una indagación en lo infrecuente por parte de quien se veía a sí mismo como un nómada que convoca la epifanía de la luz o como un sacerdote revelador de lo oculto o lo etéreo.
El mar y la luz, el agua y las gaviotas, el barco y la playa son algunas de las constantes temáticas que articulan una poesía en la que la palabra explora el lugar de encuentro del mundo interior y el mundo exterior. Un viaje hacia la revelación de otra realidad por medio de una palabra poética que se mueve en el filo de la oralidad y el hermetismo, entre el tono coloquial y la elaboración gongorina.
La luz y la palabra son una constante en la obra de quien era pintor además de poeta. 'Pintor-poeta y poeta-pintor' le llama Siles. Y sobre esa línea luminosa que une su poesía con su pintura escribía Manuel Padorno en su conferencia Una lectura distinta del mundo a través de la pintura y la poesía (1995): “El motivo principal tanto de mi pintura como de mi poesía, desde siempre, es desvelar el mundo exterior, ir penetrando y fijando una nueva lectura del mundo, lo que yo llamo el “afuera”, fundamentado principalmente en el tema de la luz y del mar. Así surge el nomadeo de la luz, el “Árbol de luz”, la “Gaviota de luz”, “El vaso de luz”, la “Pirámide de luz”, “La luna del mediodía”, “La carretera del mar”, etc. Se trata de crear una mitología, una cosmología atlántica, canaria, basada en el mundo invisible, en lo que no se ve, en lo que se desconoce, en lo que se ignora.”
Su poética atlántica conecta a Padorno con el tercer Juan Ramón, el de Lírica de una Atlántida, en un deseo común de descubrir otra realidad, de expresar lo inefable, de escribir desde el otro costado o desde el otro lado en una "navegación inmóvil, hacia lo hondo / del tiempo" que resumió en Una aventura blanca, el último de los títulos que recoge este volumen.
Milo De Angelis.
Tema del adiós.
Traducción de Paul Viejo.
Ediciones La Palma. Madrid, 2016.
Ahora se ha roto el orden, ahora / te acercas a la habitación y te quedas / desnuda durante todo el verano, con la mano /que gira la manija al infinito, escribe Milo De Angelis (Milán, 1951) en uno de los poemas finales de Tema del adiós, un libro que apareció en su edición original en italiano en 2005 y que publica en español Ediciones La Palma con traducción de Paul Viejo.
Una despedida en forma de elegía estremecida a la muerte de su mujer, un ejercicio de la memoria y un lamento de la pérdida en un conjunto de fragmentos breves en los que la palabra intenta anular el tiempo y la destrucción recurriendo al recuerdo o al contestador del teléfono en donde sigue viva la voz de la esposa.
Lo imprevisto y lo terminal, la carne herida en la penumbra de las habitaciones del hospital, las horas oscuras en que conviven la ceniza y la respiración, la sangre y la memoria, las cicatrices y el verano en un conjunto de poemas cortos.
Poemas de una intensidad casi insoportable en su tensión verbal y emocional, en los que la palabra es una terapia en medio de la desolación y la separación irreversible:
oh duérmete, dije, duérmete
aunque yo estaba contigo
y tú no estabas conmigo.
Santos Domínguez