13/10/15

Los desayunos del Café Borenes


Luis Mateo Díez.
Los desayunos del Café Borenes.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2015.

Un opúsculo que da título al volumen -Los desayunos del Café Borenes- y un recuento -Un callejón de gente desconocida- forman las dos partes del último libro de Luis Mateo Díez que publica Galaxia Gutenberg.

Construido como un juego de espejos que tiene como centro el papel de la ficción, a través del contraste entre el enfoque narrativo del primer texto y la reflexión ensayística del segundo, el relato inicial se centra en un grupo de desayunadores de lengua desatada y espíritu crítico que se reúnen a diario en el Café Borenes en torno a Angel Ganizo, un novelista al que se le va la olla y se le escapan los personajes.  

En medio de “una libertad matutina sorprendente”, el desánimo extraviado del novelista encuentra consuelo entre un grupo de personajes que concurren en el rito laico del desayuno con café y churros: “El desayuno marcaba una regla de comportamiento y confianza muy eficaz, aunque de una regla poco duradera se tratase, pero tenía a su favor el carácter repentino de la misma, la importancia de su necesidad incipiente”

Y así se suceden las voces de aquellos cofrades: Cremades –“el menos locuaz de los contertulios”-; Vericio, “el más lacónico”; Silvia, atenta y silenciosa, la más juerguista de la reunión, y Lezama, “el cerebro de aquellas reuniones” con su “pajillerismo intelectual” y su lucidez de lector avezado.

Forman parte de un grupo de lectores replegados, de lectores abatidos ante la materia trivial de las mesas de novedades. Lectores que ya no van a las librerías y que se reúnen en el Café para desahogarse en la crítica de la novela comercial, de una literatura rebajada a la condición de mercancía o puro bien de consumo, o para defender los derechos del lector y analizar sus deberes.

“A veces tenemos la impresión –sostiene Ganizo- de que cada día abundan más las novelas que no son novelas, y que están escritas por novelistas que no son novelistas para lectores que no leen.”

De todas esas voces, la de Lezama es la más radical, pero también la más lúcida:

“La ficción en su esencia, como fruto fundamental de la imaginación, es una conquista en lo ajeno /.../ ya que no se puede inventar lo propio en igual sentido: uno se inventa, se cuenta, a sí mismo, con otro grado de imaginación y compromiso y con mayor preponderancia de la memoria, de los bienes de la memoria. 
El Gran Relato atañe a lo que no nos pertenece, a las conquistas de lo que no somos, que siempre provienen de lo que inventamos sin soñarnos a nosotros mismos, aunque el camino de desprendimiento comienza en nuestro interior. 
La gran tradición novelesca irradia en la ficción que inventa el mundo que el novelista observa, reconvierte, constata, revela, fantasea. El mundo que está más allá de él, que no deriva de su yo, que alcanza a otros, a los demás.”

Y añade poco después esta crítica de la autoficción:

“Ficción autista y complaciente. La complacencia contribuye al descrédito, dijo Lezama con cierta impostada solemnidad. Todo lo que no suponga una cerrada defensa de la ficción, desde el único frente en que el narrador sabe batirse, que no es otro que el de la ficción misma, es un desvío y una renuncia, por muy fácilmente justificables que sean esa renuncia y ese desvío. Por enriquecedores que resulten, también, esos caminos desviados.”

El segundo texto -Un callejón de gente desconocida- es un complemento del primero desde otra óptica: un recuento de reflexiones sobre novela y literatura, una serie de retazos que dibujan un mosaico que resume la poética narrativa de Luis Mateo Díez, que es el resultado de la suma de tres elementos fundamentales: imaginación, memoria y palabra.

La atmósfera y los personajes, el tono y el proceso de composición o la escritura como obsesión creadora, los lenguajes de la ficción y la ética de los héroes del fracaso, el humor y la lucidez, la ironía y el punto de vista son cuestiones que se abordan en una reflexión sistemática que podría resumirse en este párrafo:

“A veces me siento como el escribano que da cuenta por escrito no de unos sucesos sino de su sentido, y este lo constituye lo que los personajes son por cómo actúan y hablan, por cómo parecen generar atmósferas físicas o bien se ven atrapados por ellas, en geografías de la imaginación formadas sobre los estratos arqueológicos de la memoria individual y colectiva: mi memoria, la suya, la nuestra, en el ancho mar de los Sargazos o sobre la extensa y compleja provincia del hombre." 

Un opúsculo y un recuento: dos textos complementarios que confluyen en ese callejón de gente desconocida que es la novela como descubrimiento de los otros y del mundo, porque “lo ajeno se descubre, lo propio hay que figurárselo.”

Santos Domínguez