Javier Tomeo.
El fin de los dinosaurios.
Prólogo de Daniel Gascón.
Epílogo de Ismael Grasa.
Apéndice de Antón Castro.
Páginas de Espuma. Madrid, 2014
Soy un cocodrilo y no puedo sacar la lengua. A lo mejor esa es la razón por la que no puedo deciros adiós.
Ese microrrelato, Cocodrilo, cierra El fin de los dinosaurios, que publica Páginas de Espuma, una colección de microrrelatos inéditos y póstumos de Javier Tomeo que dejó en estos textos de minificción su testamento literario. Un testamento habitado por los monstruos y los animales del peculiar bestiario de Javier Tomeo, por sus solitarios cadáveres sociales con el desengaño y el tiempo destructor al fondo.
Alrededor de 150 microrrelatos que establecen una curiosa red de relaciones entre ellos y con el resto de la narrativa de Tomeo, porque en este póstumo están estilizadas y son reconocibles muchas de las claves de su inconfundible mundo literario. A esa labor de jibarización se refiere Juan Casmayor, el editor, en A propósito de una edición, el texto que presenta el volumen a través de su proceso editorial de este “libro crepuscular” en el que se conjuran el humorista y el visionario que conviven en Tomeo, como explica Daniel Gascón en su prólogo.
Estuvo trabajando en ellos sus últimos meses de vida y había previsto un rótulo técnico más que un título para agruparlos: Literatura de precisión: Mini y microrrelatos. Unificados por su estilo descarnado, por su humor y su desgarro, coexisten en estos textos la tabla de multiplicar y el pene de Polifemo, Nerón y la anatomía del grillo, un niño cabezón y una muñeca hinchable, los afrodisíacos y una sardina analfabeta, un hombre chinche y el corazón del caracol.
Es un mundo narrativo emparentado con las figuras en diálogo de sus Historias mínimas, con los animales en primera persona de sus dos Bestiarios, con los híbridos intercambiables de hombres y animales en Zoopatías y zoofilias, algunos de los títulos más significativos de la trayectoria literaria de Tomeo y de su universo pesimista y desengañado, siempre a medio camino entre el humor y la melancolía, un territorio moral delimitado ya claramente en el microrrelato inicial, en el que un lobo, habitual proyección del autor, confiesa: Lo siento, pero tampoco yo estoy vivo. También a mí me mató hace años la soledad.
El inconfundible mundo literario de Tomeo, más que en sus novelas, se configuró en su narrativa breve, en la que puso su imaginación libre al servicio de la creación de un mundo excéntrico, a veces divertido y a veces inquietante, siempre en el límite de la crueldad y de la pesadilla, del humor y el absurdo.
Porque Javier Tomeo es un narrador de enorme capacidad en la distancia corta y directa del cuento y el microcuento, un autor que se mueve con soltura con una gran economía de lenguaje y recursos, en unos textos breves que son dardos certeros que llegan con facilidad al lector porque son muy directos y apenas hay en ellos descripciones.
Como en sus mejores cuentos, la base de casi todos estos microrrelatos son los personajes, seres lunáticos, solitarios e inestables que, sin barreras morales ni lógicas, actúan por impulsos instintivos ante situaciones extravagantes., personajes atípicos y esperpénticos, amados monstruos como los que aparecen en el título de una de sus novelas más leídas.
Dotado de un inusual sentido del humor, con una explosiva y chocante mezcla de Buñuel, Valle y Kafka, Javier Tomeo -a quien el lector puede confundir con el narrador en primera persona que suele aparecer en su narrativa- transmite en sus textos una visión ácida de las relaciones humanas a través de una reflexión tierna y benevolente o cruel y desengañada sobre la condición humana.
Una visión valleinclanesca que deforma a los personajes y exagera las aristas de la realidad por medio del narrador-personaje que suele predominar en sus relatos, de los que Tomeo afirmaba que eran emanaciones sentimentales que afloran al exterior en forma gaseosa y en los que los comportamientos heterodoxos de sus criaturas reflejan reacciones en cortocircuito, que inscriben por derecho propio a casi todos sus personajes en el poblado censo de los psicópatas.
Siempre a medio camino entre lo previsible y lo sorprendente, el de estos relatos es un Tomeo directo, terminante y convincente que se expresa con esa primera persona narrativa verosímil que nos cuenta historias inverosímiles de personajes excéntricos, esas criaturas desmadradas, esperpénticas, hipertrofiadas, de las que habló su autor con el sentido del humor distante del constructor de monstruos que fue Tomeo, que proyectó en ellos una reflexión amarga y desengañada sobre la condición humana.
Completan el volumen un epílogo -Última función- de Ismael Grasa sobre la mezcla de vitalismo y melancolía de estos últimos textos y un Diccionario que ha recopilado Antón Castro a través de un conjunto amplio de entrevistas en las que Tomeo habló de las claves de su mundo literario.
Santos Domínguez