Alfredo Piquer.
Mar sobre este altar.
Prólogo de Santos Domínguez Ramos.
Vitruvio. Madrid, 2012.
El escritor es un extranjero. Es el extranjero por excelencia, escribió memorablemente Edmond Jabès.
Lo recuerdo mientras leo los poemas que Alfredo Piquer Garzón ha organizado en los once cantos que integran Mar sobre este altar. Once cantos que se pueden leer como los once tiempos de un poema unitario que tiene en la Odisea su modelo explícito.
A esa misma idea responden las palabras de T. S. Eliot que el poeta ha colocado como cifra y resumen del sentido de este libro, anclado en los mares vinosos de aquel Homero que nos legó la imagen de la vida como un viaje.
Como el de Ulises, el viaje que evocan los versos de este libro es un viaje espacial, pero es también un viaje en el tiempo consistente de la memoria, y sobre todo es un viaje interior, el resumen de un itinerario hacia dentro, hacia lo profundo de la emoción hecha palabra.
Desde esa condición extranjera y nocturna del poeta, expuesto a los acechos e iluminado por las hogueras, se funda el territorio del poema, en el que conviven la emoción y el lenguaje, la técnica y el llanto.
Con esos párrafos comienza En mares extranjeros, el prólogo que escribí para Mar sobre este altar, un espléndido libro de Alfredo Piquer que publica Vitruvio en su colección Baños del Carmen.
Un itinerario poético que se cierra con este Epílogo, que muestra la potente imaginería poética de la bien templada voz del poeta y esa ambición creativa -vuelvo otra vez a mi prólogo- que recorre los versos, las imágenes y el ritmo musical de este mar de palabras que transitan los poemas de Alfredo Piquer:
Sobre este altar se celebró el sagrado rito
que establecía el lazo y la memoria única
del gozo y el asombro. Sobre este altar efímero
de pasión y de luz, como un relámpago,
tuvo lugar la redención; aquí se consumó
la fiebre de la especie.
Sobre el ara inefable se escribieron
las palabras prohibidas que ignoran y someten
al miedo y la ceniza, la piedra única
que hiende y que penetra
la negrura del mar cuando es la muerte.
Sobre este altar aconteció el milagro
de pasión y de luz, como un relámpago,
tuvo lugar la redención; aquí se consumó
la fiebre de la especie.
Sobre el ara inefable se escribieron
las palabras prohibidas que ignoran y someten
al miedo y la ceniza, la piedra única
que hiende y que penetra
la negrura del mar cuando es la muerte.
Sobre este altar aconteció el milagro
del amor y el misterio proscrito
de aquel fulgor sumido en la galerna ,
cercado finalmente por las aguas,
anegado por la ola gigante de la ira
que hundió su continente,
que elevó la marea y el oleaje oscuro
de los días sobre su última voz
y arrancó de raíz el lazo y la memoria de los dioses
para ahogarlo en un abismo de desprecio
bajo el mar del silencio y del olvido.