Juan Bernier.
Diario (1918-1947).
Edición de Juan Antonio Bernier.
Pre-Textos. Valencia, 2011.
Diario (1918-1947).
Edición de Juan Antonio Bernier.
Pre-Textos. Valencia, 2011.
La vida es una recta monótona que solo cuando se quiebra o se curva merece la pena contarse, escribió Juan Bernier (1911-1989) en el Diario que publica Pre-Textos en una edición preparada y prologada por Juan Antonio Bernier, sobrino nieto del poeta, de aquella “rama desprendida del árbol de Cántico”, como lo llama Ginés Liébana en la plumilla que se ha elegido como imagen de portada del libro.
Y de esas curvas está lleno este texto que aparece íntegro por primera vez, una obra en marcha y en constante reescritura y revisión, aunque su autor lo circunscriba a los años que van de 1918 a 1947.
La primera parte, que llega hasta 1936, no es estrictamente un diario, sino una memoria autobiográfica de la infancia y la juventud de Juan Bernier. El diario propiamente dicho, con anotaciones de fechas concretas –una de ellas tan rara como la titulada Antro nocturno, fechada el 30 de febrero (sic) de 1941-, habla de la experiencia del terror franquista en las calles de Córdoba, de la experiencia de la guerra civil en los frentes de Aragón o de Cataluña, del destierro en Puente Genil, de arte y filosofía, de religión y sexualidad oscura y secreta, de amigos como Ricardo Molina, Pablo García Baena o Julio Aumente con los que fundaría Cántico.
Y sobre todo de la conciencia de la homosexualidad, de los encuentros furtivos y constantes con muchachos, de las exploraciones de la noche por parques, avenidas o arrabales, en busca de adolescentes depravados, pequeños tímidos y muchachos complacientes, de su doble vida, del miedo y de la culpa: Escribo de lo que pesa en mí, anotaba el 13 de junio de 1942.
Esa conciencia culposa de la diferencia, la suma de deseo y tristeza, la difícil relación con los hombres y la incomprensión convierten a Bernier en un marginal ensimismado en el secreto, porque únicamente en mí mismo encuentro comprensión.
Y así el Diario se convierte en una manera clandestina de poner en orden su excepcionalidad, sus ideas y sus instintos, de explicarse a sí mismo en medio de una sociedad tan cerrada como la cordobesa de la posguerra, de asumir su condición y obedecer a la naturaleza, lo que se convertirá en una de las claves de su mundo poético:
No podemos “los excepcionales” levantar la cabeza, sobresalir de la superficie calma de la vida social o religiosa, pero también es legítimo que los perpetuamente callados hablemos algunas veces; aunque no sea más que para dar motivos al desprecio de los demás, hablamos. Por necesidad de jugar un papel. Nuestro papel. El que está dentro del corazón de cada uno.
Esa es la prehistoria literaria de Juan Bernier, que a la vez que cerraba este Diario que contiene el fermento de su mundo literario, iniciaba su trayectoria como poeta con la fundación de Cántico y con la presentación de Aquí en la tierra al premio Adonais.
Y de esas curvas está lleno este texto que aparece íntegro por primera vez, una obra en marcha y en constante reescritura y revisión, aunque su autor lo circunscriba a los años que van de 1918 a 1947.
La primera parte, que llega hasta 1936, no es estrictamente un diario, sino una memoria autobiográfica de la infancia y la juventud de Juan Bernier. El diario propiamente dicho, con anotaciones de fechas concretas –una de ellas tan rara como la titulada Antro nocturno, fechada el 30 de febrero (sic) de 1941-, habla de la experiencia del terror franquista en las calles de Córdoba, de la experiencia de la guerra civil en los frentes de Aragón o de Cataluña, del destierro en Puente Genil, de arte y filosofía, de religión y sexualidad oscura y secreta, de amigos como Ricardo Molina, Pablo García Baena o Julio Aumente con los que fundaría Cántico.
Y sobre todo de la conciencia de la homosexualidad, de los encuentros furtivos y constantes con muchachos, de las exploraciones de la noche por parques, avenidas o arrabales, en busca de adolescentes depravados, pequeños tímidos y muchachos complacientes, de su doble vida, del miedo y de la culpa: Escribo de lo que pesa en mí, anotaba el 13 de junio de 1942.
Esa conciencia culposa de la diferencia, la suma de deseo y tristeza, la difícil relación con los hombres y la incomprensión convierten a Bernier en un marginal ensimismado en el secreto, porque únicamente en mí mismo encuentro comprensión.
Y así el Diario se convierte en una manera clandestina de poner en orden su excepcionalidad, sus ideas y sus instintos, de explicarse a sí mismo en medio de una sociedad tan cerrada como la cordobesa de la posguerra, de asumir su condición y obedecer a la naturaleza, lo que se convertirá en una de las claves de su mundo poético:
No podemos “los excepcionales” levantar la cabeza, sobresalir de la superficie calma de la vida social o religiosa, pero también es legítimo que los perpetuamente callados hablemos algunas veces; aunque no sea más que para dar motivos al desprecio de los demás, hablamos. Por necesidad de jugar un papel. Nuestro papel. El que está dentro del corazón de cada uno.
Esa es la prehistoria literaria de Juan Bernier, que a la vez que cerraba este Diario que contiene el fermento de su mundo literario, iniciaba su trayectoria como poeta con la fundación de Cántico y con la presentación de Aquí en la tierra al premio Adonais.
Juan Bernier.
Poesía completa.
Prólogo y edición de Daniel García Florindo.
Pre-Textos. Valencia, 2011.
Poesía completa.
Prólogo y edición de Daniel García Florindo.
Pre-Textos. Valencia, 2011.
A la vez que el Diario, Pre-Textos edita la Poesía completa de Juan Bernier en un volumen que recoge sus cuatro libros de poesía, además de dos decenas de textos sueltos que habían ido apareciendo en revistas.
Entre Aquí en la tierra (1948) y En el pozo del yo (1982), Juan Bernier fue el más expresionista y desgarrado de los poetas de Cántico, el de expresión más atormentada. El epicureísmo hedonista, la exaltación del cuerpo, la añoranza de una mítica Edad de Oro soñada en el paisaje andaluz de Córdoba y Málaga, recorren una poesía atravesada por el vitalismo escéptico y por una mirada escindida en la compasión pagana de Bernier que evoca en su prólogo el responsable de la edición, Daniel García Florindo.
Sus cuatro libros se organizan en dos etapas separadas por un largo paréntesis silencioso de casi veinte años, los que separan Una voz cualquiera (1959) de Poesía en seis tiempos (1977). La sensualidad vital, la concepción panteísta de la naturaleza y el ritmo caudaloso del verso libre dejaron paso a la contención expresiva, a la esencialidad y a la brevedad del verso y del poema.
En la poesía de Bernier conviven el humanismo y la heterodoxia, lo sensorial y lo ético, el sur y el deseo, la belleza y la muerte, la corporalidad y el grito de protesta contra la opresión de una sociedad que aniquila al individuo.
Y entre el hedonismo y la compasión, entre la oración y el deseo, escribió versos como estos:
Entre Aquí en la tierra (1948) y En el pozo del yo (1982), Juan Bernier fue el más expresionista y desgarrado de los poetas de Cántico, el de expresión más atormentada. El epicureísmo hedonista, la exaltación del cuerpo, la añoranza de una mítica Edad de Oro soñada en el paisaje andaluz de Córdoba y Málaga, recorren una poesía atravesada por el vitalismo escéptico y por una mirada escindida en la compasión pagana de Bernier que evoca en su prólogo el responsable de la edición, Daniel García Florindo.
Sus cuatro libros se organizan en dos etapas separadas por un largo paréntesis silencioso de casi veinte años, los que separan Una voz cualquiera (1959) de Poesía en seis tiempos (1977). La sensualidad vital, la concepción panteísta de la naturaleza y el ritmo caudaloso del verso libre dejaron paso a la contención expresiva, a la esencialidad y a la brevedad del verso y del poema.
En la poesía de Bernier conviven el humanismo y la heterodoxia, lo sensorial y lo ético, el sur y el deseo, la belleza y la muerte, la corporalidad y el grito de protesta contra la opresión de una sociedad que aniquila al individuo.
Y entre el hedonismo y la compasión, entre la oración y el deseo, escribió versos como estos:
Permitid, Señor, un poco de lujuria en este mundo.
Permitid que el roce de los labios sea caliente levadura,
permitid que las pupilas de luto del deseo se hundan en el pozo de otros ojos,
permitid que la mano del osado amante palpe la sangre ajena estremecida.
Dejad hervir la entraña de los machos sobre la piel desnuda,
dejad el juego de los adolescentes labios bucear en los senos de los lirios,
dejad las vírgenes con su secreto fuego ardiendo en piras escondidas,
dejad los muslos de los verdes tallos mezclarse en llamas
de tacto, en apretadas lianas de caricias.
Que el rubor se desnude enteramente y la escultura
surja de tactos y torrentes,
que los zumos de ojos exprimidos y de brazos
manen de fuentes secretas y de labios.
Permitidlo, Señor, que ya sufrieron sus penas los humanos,
que ya, bastante, la carga duró sobre los hombros.
Santos Domínguez