Enrique Jardiel Poncela.
A 40 kms del Pacífico
y 30 de Charles Chaplin.
Prólogo de Evangelina Jardiel Poncela.
Rey Lear. Madrid, 2011.
A 40 kms del Pacífico
y 30 de Charles Chaplin.
Prólogo de Evangelina Jardiel Poncela.
Rey Lear. Madrid, 2011.
En noviembre de 1943 firmaba Enrique Jardiel Poncela el prólogo de un libro misceláneo, Exceso de equipaje, complementario de su anterior Libro del convaleciente. Ese volumen lo abría Mis viajes a Estados Unidos, donde Jardiel recogió los artículos que había publicado en la prensa sobre las impresiones que le produjeron sus dos viajes a Hollywood entre 1932 y 1935 para trabajar allí durante dos temporadas como guionista de la Fox.
Un viaje que comienza en París, pasa por Nueva York para comprobar lo difícil que es pisar el asfalto en Broadway y llega a Los Ángeles para terminar en la mesa revuelta de Hollywood.
Jardiel pasa en los primeros capítulos de la descripción de los compañeros de viaje en tren -en Cheyenne, Wyoming, Estados Unidos, vive cierto señor, llamado Phineas Simpson, que es un animal de bellota-al diario de viaje en barco -Comer; hacer gimnasia; aburrirse elegantemente; fumar sin ganas; leer sin ganas; pasear sin ganas; bailar sin ganas (...) La vida a bordo no es muy alegre. Pero, en cambio, las fiestas son tristísimas-, o al demoledor tratado de gastronomía: Aquí estoy yo, por ejemplo, luchando, ebrio de odio, contra un brawn hindquarters of lamb, que si se lo sirven en la cárcel a Gandhi justifica por entero sus huelgas del hambre.
Un incidente en la oficina de inmigración, los rascacielos de Manhattan, las cataratas de gente que suben y bajan al subway en Broadway, los barrios de Nueva York -la descripción tiene que ser vertiginosa-, el recuerdo de Al Capone –el álgebra al servicio del asesinato- en Chicago-un pueblo cuyo nombre aún da miedo-, los viajes en tren a través de miles de kilómetros -La realidad de los días de viaje es un paisaje de una monotonía que hace llorar. Desiertos, desiertos, desiertos... Campos, campos, campos... Y estaciones de gasolina Richfield, estaciones de gasolina Richfield, estaciones de gasolina Richfield (…)¿Por qué al viajar por Estados Unidos se piensa, ante todo, en que está uno cruzando un solar? –hasta Los Ángeles -a 40 kilómetros del Océano Pacífico y a 30 de Charles Chaplin.
Y ya en Hollywood, los actores, la industria del cine, las fiestas, los restaurantes, el panorama - En el cielo andaluz flotan dirigibles-, una película de la ciudad de las películas, una ciudad en la que se trasnocha como en Madrid y se madruga como en Burgos, con calles tan en cuesta, que son un poco menos verticales que las paredes, los teatros para negros, los «burlescos», los restaurantes, las tiendas de tonterías y las Navidades -Baila uno no sabe con quién; bebe uno no sabe con quién, y se besa uno no sabe con quién. La pechera del smoking queda llena de números de teléfono que han ido escribiendo en ella los hombres y las mujeres con los que, sin enterarnos, hicimos amistad circunstancial a lo largo de la noche- o una noche de estreno en Fox Hills
La reedición de Rey Lear, prologada por su hija Evangelina, incorpora, además de un monólogo que Jardiel escribió para la actriz Catalina Bárcena en 1932 sobre las intimidades de la ciudad del cine, un abundantísimo material gráfico –postales, fotografías, facturas, sellos, la carta de un menú o un posavaso- que ilustra y documenta aquella aventura americana de un Jardiel Poncela que estaba entonces en su plenitud creativa como dramaturgo y como prosista de vanguardia. Su mirada incisiva, asombrada o ingenua, su humor y su ingenio recorren estas páginas que mantienen su frescura por encima del tiempo.
Un viaje que comienza en París, pasa por Nueva York para comprobar lo difícil que es pisar el asfalto en Broadway y llega a Los Ángeles para terminar en la mesa revuelta de Hollywood.
Jardiel pasa en los primeros capítulos de la descripción de los compañeros de viaje en tren -en Cheyenne, Wyoming, Estados Unidos, vive cierto señor, llamado Phineas Simpson, que es un animal de bellota-al diario de viaje en barco -Comer; hacer gimnasia; aburrirse elegantemente; fumar sin ganas; leer sin ganas; pasear sin ganas; bailar sin ganas (...) La vida a bordo no es muy alegre. Pero, en cambio, las fiestas son tristísimas-, o al demoledor tratado de gastronomía: Aquí estoy yo, por ejemplo, luchando, ebrio de odio, contra un brawn hindquarters of lamb, que si se lo sirven en la cárcel a Gandhi justifica por entero sus huelgas del hambre.
Un incidente en la oficina de inmigración, los rascacielos de Manhattan, las cataratas de gente que suben y bajan al subway en Broadway, los barrios de Nueva York -la descripción tiene que ser vertiginosa-, el recuerdo de Al Capone –el álgebra al servicio del asesinato- en Chicago-un pueblo cuyo nombre aún da miedo-, los viajes en tren a través de miles de kilómetros -La realidad de los días de viaje es un paisaje de una monotonía que hace llorar. Desiertos, desiertos, desiertos... Campos, campos, campos... Y estaciones de gasolina Richfield, estaciones de gasolina Richfield, estaciones de gasolina Richfield (…)¿Por qué al viajar por Estados Unidos se piensa, ante todo, en que está uno cruzando un solar? –hasta Los Ángeles -a 40 kilómetros del Océano Pacífico y a 30 de Charles Chaplin.
Y ya en Hollywood, los actores, la industria del cine, las fiestas, los restaurantes, el panorama - En el cielo andaluz flotan dirigibles-, una película de la ciudad de las películas, una ciudad en la que se trasnocha como en Madrid y se madruga como en Burgos, con calles tan en cuesta, que son un poco menos verticales que las paredes, los teatros para negros, los «burlescos», los restaurantes, las tiendas de tonterías y las Navidades -Baila uno no sabe con quién; bebe uno no sabe con quién, y se besa uno no sabe con quién. La pechera del smoking queda llena de números de teléfono que han ido escribiendo en ella los hombres y las mujeres con los que, sin enterarnos, hicimos amistad circunstancial a lo largo de la noche- o una noche de estreno en Fox Hills
La reedición de Rey Lear, prologada por su hija Evangelina, incorpora, además de un monólogo que Jardiel escribió para la actriz Catalina Bárcena en 1932 sobre las intimidades de la ciudad del cine, un abundantísimo material gráfico –postales, fotografías, facturas, sellos, la carta de un menú o un posavaso- que ilustra y documenta aquella aventura americana de un Jardiel Poncela que estaba entonces en su plenitud creativa como dramaturgo y como prosista de vanguardia. Su mirada incisiva, asombrada o ingenua, su humor y su ingenio recorren estas páginas que mantienen su frescura por encima del tiempo.
Santos Domínguez