Adolfo Bioy Casares.
Borges.
Edición Minor
al cuidado de Daniel Martino.
BackList Selectos. Barcelona, 2011.
Borges.
Edición Minor
al cuidado de Daniel Martino.
BackList Selectos. Barcelona, 2011.
Una tarde –recuerdo con exactitud la fecha: el viernes 22 de noviembre de 1996-, en la que presuntamente organizaríamos su Descanso de caminantes, comenzamos en cambio a conversar sobre biógrafos y biografías, y a discutir un tema que lo obsesionaba desde siempre: la figura de Johnson, el carácter de Boswell y aun el papel de Malone, el erudito irlandés que había ayudado a Boswell a editar su Vida de Johnson. Esa tarde, a diferencia de otras, sentí que Bioy ponía un énfasis casi melancólico en cada una de sus observaciones. Por fin mencionó la vida de Borges que alguna vez había planeado, para la que había reunido tantas anotaciones y que nunca se había resuelto a escribir. Amargamente, repitió una frase que solía invocar al leer un texto sobre algún asunto que él podría haber escrito mejor: shame to be mute and let barbarians speak; una cita, descubrí muchos años después, de un drama perdido de Eurípides. Me dijo que, con su silencio, había permitido que otros tomaran la palabra para hablar de Borges. En ese momento, algo me impulsó a explicarle que ese libro ya existía; que estaba, como la estatua en el mármol, contenido en sus Diarios: sólo faltaba aislar ese material, ordenarlo, revisarlo y agregar notas, donde fuera necesario, para aclarar las alusiones literarias y las referencias a la vida cotidiana de cuarenta años atrás. Me confesó que había intentado hacerlo –yo conocía esas breves selecciones, aparecidas en la prensa- pero que había desistido ante las dificultades de la empresa. Quién sabe cuánto hubo de premeditado en este diálogo, porque cuando le propuse preparar juntos el postergado libro no ocultó su entusiasmo: al día siguiente, a la sombra insigne de Boswell y, toute proportion gardée, de Malone, estábamos trabajando en Borges, no en Descanso de caminantes.
A partir de esa tarde, leí los Diarios -más de cincuenta años de registros, multiplicados en cuadernos de apuntes y aun en minúsculas agendas- en busca de cualquier fragmento, por pequeño que fuera, correspondiente a ese texto ideal; casi todos los días, pasábamos unas cuatro o cinco horas leyendo y corrigiendo esos fragmentos. En 1999, establecido el texto, comencé a escribir las notas y el glosario, que Bioy, muerto en marzo, ya no vería. Me consuela pensar que, como llegamos a leer íntegramente no menos de dos veces el conjunto definitivo antes de que me aplicara a anotarlo, Bioy ha de haber tenido la certeza –ojalá fundada- de que la obra alcanzaba su destino. “Consiguió lo que anhelaba su corazón -habría comentado Borges-, tardó mucho en conseguirlo y acaso no hay mayores felicidades”.
Con esas líneas evocaba Daniel Martino la génesis y el desarrollo de Borges, una biografía parcial y de primera mano que organizó a partir de los diarios de Bioy Casares. Daniel Martino, albacea de Bioy, revisó y organizó con él estos materiales durante 1997 y 1998 y con ellos preparó un voluminoso tomo que BackList acaba de reeditar en edición minor, con lo esencial de la amplísima y a veces tediosa edición original.
Respecto de aquella edición maior, que apareció hace cinco años, se ha hecho una selección que ha reducido a lo esencial las entradas minuciosas de los diarios de Bioy. Aun así, el resultado es un volumen muy manejable de más de setecientas páginas que incorpora un glosario actualizado, un nuevo índice analítico y mantiene el pliego de fotografías del libro original.
Desde el miércoles 21 de mayo de 1947, en que Bioy comienza a llevar su diario, gran parte de las anotaciones tienen como objeto y como sujeto a su amigo Borges, quince años mayor que él y a quien había conocido otros quince años antes. Y con ese material borgiano que no se publicó en los Diarios de Bioy se ha construido este volumen.
Casi cuarenta años después de aquel mayo del 47, tras una amistad ejemplar, leal y colaborativa que duró más de medio siglo y dio lugar a resultados tan memorables y bienhumorados como Bustos Domecq o don Isidro Parodi, el lunes 12 de mayo de 1986, Bioy anotaba su última conversación con Borges, que le llamó desde Ginebra para despedirse definitivamente. Murió un mes después, el 14 de junio:
Apareció la voz de Borges y le pregunté cómo estaba: “Regular, nomás”, me respondió. “Estoy deseando verte”, le dije. Con una voz extraña, me contestó: “No voy a volver nunca más.” La comunicación se cortó. Silvina me dijo: “Estaba llorando”. Creo que sí. Creo que llamó para despedirse.
No es una categoría crítica, pero es un hecho conocido lo poco recomendable que es la intimidad de los escritores. Cuando además se juntan dos y uno habla del otro y con el otro, los resultados pueden ser explosivos, como en muchas de estas anotaciones, pero no deberían sorprender ni escandalizar al lector avisado.
Aunque se trate de Borges y Bioy, dos chismosos ejemplares que hablan de literatura con inteligencia y lengua afilada y lucen sus ocurrencias con un ingenio hiriente y descalificador del que no se salvan Shakespeare, ni Goethe, ni Pound, ni Mann, ni Juan Ramón, ni Lorca, ni Alejandra Pizarnik, ni Hegel ni Cristo.
Ahorro al lector la enumeración –que también sería chismosa- de las descalificaciones o los chismes maledicentes, las críticas epigramáticas, las ocurrencias, los lamentables juicios políticos, el racismo o la misoginia reiterada en estas páginas.
Pese a todo, hay en ellas mucha literatura y mucha agudeza crítica. Y, como ha ocurrido en otros casos, el tiempo las despojará de maldad y las dejará en el puro juego ingenioso, de una sinceridad directa y una candidez alejada de la impostura estatuaria y de la voluntad de fama póstuma.
En todo caso, ni la imagen del retratado ni la del retratista, copartícipes de más de una patosería, ganan nada en estos primeros planos. Unos primeros planos elocuentes pero indiscretos y desfavorecedores, porque revelan detalles indeseables o enfoques de ese lado menos fotogénico que tenemos todos.
Un lado que se duplica en aquel monstruo de dos cabezas inteligentes y dos lenguas al que otras lenguas, no menos afiladas, llamaron Biorges, que perpetró diálogos como este, del domingo 30 de agosto de 1953:
Hablamos de Shakespeare. Dice que en literatura fue un amateur, the divine amateur; lo compara con Dante, verdadero literato. Recordó que las piezas de teatro no se consideraban literatura: las escribían de cualquier modo, con argumentos ajenos y hasta confusísimos. (…) Bioy: "Tal vez si se hubiera cultivado y esmerado, quizá habría perdido esa inflamada y feliz elocuencia, que es probablemente la mejor de sus virtudes. Cuando quiere ser un escritor, en los sonetos, se pierde en antítesis y en sutilezas fútiles".
A partir de esa tarde, leí los Diarios -más de cincuenta años de registros, multiplicados en cuadernos de apuntes y aun en minúsculas agendas- en busca de cualquier fragmento, por pequeño que fuera, correspondiente a ese texto ideal; casi todos los días, pasábamos unas cuatro o cinco horas leyendo y corrigiendo esos fragmentos. En 1999, establecido el texto, comencé a escribir las notas y el glosario, que Bioy, muerto en marzo, ya no vería. Me consuela pensar que, como llegamos a leer íntegramente no menos de dos veces el conjunto definitivo antes de que me aplicara a anotarlo, Bioy ha de haber tenido la certeza –ojalá fundada- de que la obra alcanzaba su destino. “Consiguió lo que anhelaba su corazón -habría comentado Borges-, tardó mucho en conseguirlo y acaso no hay mayores felicidades”.
Con esas líneas evocaba Daniel Martino la génesis y el desarrollo de Borges, una biografía parcial y de primera mano que organizó a partir de los diarios de Bioy Casares. Daniel Martino, albacea de Bioy, revisó y organizó con él estos materiales durante 1997 y 1998 y con ellos preparó un voluminoso tomo que BackList acaba de reeditar en edición minor, con lo esencial de la amplísima y a veces tediosa edición original.
Respecto de aquella edición maior, que apareció hace cinco años, se ha hecho una selección que ha reducido a lo esencial las entradas minuciosas de los diarios de Bioy. Aun así, el resultado es un volumen muy manejable de más de setecientas páginas que incorpora un glosario actualizado, un nuevo índice analítico y mantiene el pliego de fotografías del libro original.
Desde el miércoles 21 de mayo de 1947, en que Bioy comienza a llevar su diario, gran parte de las anotaciones tienen como objeto y como sujeto a su amigo Borges, quince años mayor que él y a quien había conocido otros quince años antes. Y con ese material borgiano que no se publicó en los Diarios de Bioy se ha construido este volumen.
Casi cuarenta años después de aquel mayo del 47, tras una amistad ejemplar, leal y colaborativa que duró más de medio siglo y dio lugar a resultados tan memorables y bienhumorados como Bustos Domecq o don Isidro Parodi, el lunes 12 de mayo de 1986, Bioy anotaba su última conversación con Borges, que le llamó desde Ginebra para despedirse definitivamente. Murió un mes después, el 14 de junio:
Apareció la voz de Borges y le pregunté cómo estaba: “Regular, nomás”, me respondió. “Estoy deseando verte”, le dije. Con una voz extraña, me contestó: “No voy a volver nunca más.” La comunicación se cortó. Silvina me dijo: “Estaba llorando”. Creo que sí. Creo que llamó para despedirse.
No es una categoría crítica, pero es un hecho conocido lo poco recomendable que es la intimidad de los escritores. Cuando además se juntan dos y uno habla del otro y con el otro, los resultados pueden ser explosivos, como en muchas de estas anotaciones, pero no deberían sorprender ni escandalizar al lector avisado.
Aunque se trate de Borges y Bioy, dos chismosos ejemplares que hablan de literatura con inteligencia y lengua afilada y lucen sus ocurrencias con un ingenio hiriente y descalificador del que no se salvan Shakespeare, ni Goethe, ni Pound, ni Mann, ni Juan Ramón, ni Lorca, ni Alejandra Pizarnik, ni Hegel ni Cristo.
Ahorro al lector la enumeración –que también sería chismosa- de las descalificaciones o los chismes maledicentes, las críticas epigramáticas, las ocurrencias, los lamentables juicios políticos, el racismo o la misoginia reiterada en estas páginas.
Pese a todo, hay en ellas mucha literatura y mucha agudeza crítica. Y, como ha ocurrido en otros casos, el tiempo las despojará de maldad y las dejará en el puro juego ingenioso, de una sinceridad directa y una candidez alejada de la impostura estatuaria y de la voluntad de fama póstuma.
En todo caso, ni la imagen del retratado ni la del retratista, copartícipes de más de una patosería, ganan nada en estos primeros planos. Unos primeros planos elocuentes pero indiscretos y desfavorecedores, porque revelan detalles indeseables o enfoques de ese lado menos fotogénico que tenemos todos.
Un lado que se duplica en aquel monstruo de dos cabezas inteligentes y dos lenguas al que otras lenguas, no menos afiladas, llamaron Biorges, que perpetró diálogos como este, del domingo 30 de agosto de 1953:
Hablamos de Shakespeare. Dice que en literatura fue un amateur, the divine amateur; lo compara con Dante, verdadero literato. Recordó que las piezas de teatro no se consideraban literatura: las escribían de cualquier modo, con argumentos ajenos y hasta confusísimos. (…) Bioy: "Tal vez si se hubiera cultivado y esmerado, quizá habría perdido esa inflamada y feliz elocuencia, que es probablemente la mejor de sus virtudes. Cuando quiere ser un escritor, en los sonetos, se pierde en antítesis y en sutilezas fútiles".
Santos Domínguez