8/12/10

Stevenson. Fábulas


Robert Louis Stevenson.
Fábulas.
Prólogo de Roberto Alifano.
Traducción de Catalina Martínez Muñoz.
Breviarios de Rey Lear. Madrid, 2010.


Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson,
escribió Jorge Luis Borges.

Posiblemente pensaba en el Stevenson de las Fábulas póstumas, en las que Borges vio una breve y secreta obra maestra que tradujo y prologó en 1982 con Roberto Alifano. Con prólogo de este último y una nueva traducción de Catalina Martínez Muñoz, Rey Lear publica las Fábulas de Robert Louis Stevenson en un volumen que incorpora dos piezas inéditas (El simio científico y El relojero) descubiertas en 2006 por la Universidad de Yale entre los fondos de la colección Beinecke.

No es, ni mucho menos, un Stevenson menor o lateral. Está aquí en estado puro y en una excelente versión el mejor Stevenson, el poderoso contador de historias al que sus deslumbrados oyentes en Samoa llamaban Tusitala, que da en estas Fábulas breves e intensas que aparecieron en 1896, dos años después de su muerte, una depurada lección de libertad creadora y eficacia narrativa.

Cada fábula de este libro –es Borges otra vez el que habla- tiene su propio estilo y su propio vocabulario, casi en cada renglón hay una sorpresa.

Desde el primer texto -Los personajes del relato- comienzan esas sorpresas en el diálogo que mantienen Long John Silver y el Capitán Smollet en un descanso de su trabajo como personajes de La isla del tesoro. Cuando su autor ha terminado el capítulo 32, esas dos figuras que representan el bien y el mal sostienen una conversación preunamuniana y desenfadada sobre el valor que les ha asignado el inventor de sus días.

Es la primera de las veintidós Fábulas en las que un Stevenson brillante y dueño de resortes narrativos como el diálogo y la sorpresa derrocha imaginación y talento, ironía y buen humor. Muchos lectores tendrán en este Stevenson la mejor versión del admirable contador de historias que fue siempre.

Santos Domínguez