Giacomo Casanova.
Memorias de España.
Espasa. Madrid, 2006.
Espasa. Madrid, 2006.
En 1767 una lettre de cachet de Luis XV expulsaba de Francia al abate Giacomo Casanova. En casi toda Europa le había ocurrido lo mismo a quien ya se había convertido en la imagen tópica del libertino.
Pero esta vez es peor. Casanova ha entrado en una edad en la que la Fortuna desprecia a los hombres. Tiene 42 años y la saturación de experiencias de una vida vertiginosa. Lleva a sus espaldas la tristeza por la muerte de algunos amigos y protectores, la muerte reciente de su bella amiga Charlotte. Y solo le quedan por visitar sin prohibiciones dos países excéntricos, España y Portugal.
Con ese equipaje de malos augurios y muertes recientes inicia el viaje y atraviesa en mulo los Pirineos.
No había malos caminos. No había caminos. Las penosas comunicaciones de las que hablan otros viajeros de la Ilustración no le importan demasiado. Las asume como una prolongación de su decadencia, como una proyección de su desgracia.
Y pasa sus días madrileños con ilustrados de la corte de Carlos III, con libertinos ibéricos ajenos a todo refinamiento. Fue una víctima indirecta de aquel vergonzoso motín de Esquilache en el que unieron sus fuerzas (no era la primera vez y no sería la única) la delincuencia común y el clero.
Ha perdido el abate energía sexual y ya no le hacen demasiado caso las mujeres. Las conquistas son cada vez más escasas y penosas. Con amarga ironía reconoce Casanova que alguna mujer ha hecho en la cama lo que ha querido y él lo que ha podido. Así es que en España se dedica sobre todo a hacer informes reformistas, a pretender un cargo y a reunirse con librepensadores.La última (o la penúltima) aventura de un Casanova para el que el mundo no es ya más que un recuerdo en el que se confunden las luces y las sombras.
Tras la lumbre apagada del conquistador, el rescoldo del recuerdo, el simulacro de la realidad en la memoria, el intento inútil de reavivar la llama en el siglo de las luces que se han ido apagando.
Redactada en francés su Histoire de ma vie, que lo convirtió en uno de los autores más leídos del XVIII, dedica una parte sustantiva a ese viaje a España que lo llevó de Madrid a Valencia y luego a Barcelona para dar con sus ajetreados huesos en la cárcel de la Ciudadela.
Como un clásico incómodo lo caracteriza Ángel Crespo en la introducción que recupera ahora Espasa, junto con la traducción, de los descatalogados Clásicos Planeta, donde se editaron estas Memorias de España hace ahora veinte años.
La novedad de esta reeedición es el ajustado prólogo de Marina Pino, autora también del artículo final, “Casanova, el conde, la bailarina y el obispo: ¿drama o vodevil?”, sobre un episodio en el que se conjuntaron las fuerzas enfrentadas en aquella España convulsa, la resistencia a las reformas, el oscurantismo clerical y la pasión otoñal.
Anticipándose en décadas a los viajeros románticos que llegarían a España en oleadas para escribir o pintar cuadros de costumbres, Casanova describe con viveza y agilidad la extravagancia pintoresca de las costumbres españolas.
No son estas las confesiones de un penitente arrepentido. Están escritas con la distancia satírica de quien ya no se reconoce sino como personaje que vive en el pasado y en la literatura.
Santos Domínguez