22/5/06

El hijo de Gutenberg


Borja Delclaux. El hijo de Gutenberg
Nueva Biblioteca. Lengua de Trapo, 2006.

Ha muerto el dadaísmo, viva dadá. Con ese motivo se celebra una exposición en una imprenta. Allí coinciden Vargas, administrador de fincas, y Bruno, contable, que ya se conocían. Y ahora se reconocen y descubren la doble vida del otro: uno es linotipista un día a la semana; el otro es un experto en pantuflas.

El hijo de Gutenberg, que ha publicado Lengua de Trapo, es la historia de Bruno y Vargas, dos personajes atrabiliarios y tiernos que se alegran de saber que también el otro suele ir con los calcetines desparejados; la historia de la relación entre sujetos, pero también entre sujetos y objetos. La mirada del autor y de los personajes sobre el mundo es tan peculiar que los hombres, los animales y las cosas acaban cobrando una nueva dimensión y el mundo queda iluminado con una nueva luz. De esa manera, la mirada de los personajes da nueva vida a los objetos que les rodean, y los objetos, a su vez, influyen en los personajes para hacer que se comporten y acaben siendo de otra forma.

Y así, Dadá, Cortázar y los cronopios acaban conjurándose para que se nos haga creíble el desarrollo de la vida en el interior de unas zapatillas-tiesto.

De Borja Delclaux (1958-2006) decía Javier Goñi que pertenece a la tribu de los frecuentadores del fulgor de unas pocas palabras. Eso explica el divertido episodio de la competición de palíndromos entre dos personajes, Otto y Elle que son –también ellos- dos palíndromos.
Entre La sed de sal, y Loca la albahaca habla a la col, un palíndromo dadaísta en el que resuena la voz de Neruda, un ejercicio constante de divertido fulgor entre internautas.

Creo que me hice escritor -confesaba Delclaux- cuando leí Rayuela y descubrí una escritura diferente, una forma distinta de plantearse la literatura. No me atrevo a decir que me influyó —de hecho, por si acaso se me cae, no he vuelto a leerla ni creo que lo haga nunca—, pero me abrió una puerta y me mostró un camino que yo estaba buscando sin saberlo. No me atrevo a citar ninguna influencia en particular, aunque seguramente a uno le influyen, de una u otra forma, todos los escritores que va conociendo. Y no sólo escritores: también artistas como Duchamp, cuya vida y obra he seguido con enorme interés. Hay, sin embargo, un libro con el que, salvando las distancias, encuentro cierta identificación con mi novela: Historia abreviada de la literatura portátil.

Perteneciente según confesión propia a la secta de los walserianos, no es que trate de imitarlo, porque el mundo de Walser es inimitable, pero hay unos rasgos de familia, una actitud ante el mundo, una forma de mirar a los demás y de enfocar la vida desde una radical soledad que le emparenta de forma inconfundible con el autor de los Microgramas y con el absurdo asumido a través de un humor inteligente.

Terminado El hijo de Gutenberg – decía Borja Delclaux hace pocas semanas- he vuelto a La sonrisa de un árbol, novela que tengo bastante avanzada y que espero terminar... Eso nunca se sabe. En un futuro me gustaría escribir un segundo libro de picatostes.

Desgraciadamente, nada de eso será ya posible. Borja Delclaux murió el pasado 8 de abril sin coronar esos dos proyectos.

Nos deja de recuerdo un libro como este.

Santos Domínguez