José-Carlos Mainer. Tramas, libros, nombres.
Para entender la literatura española, 1944-2000.
Anagrama. Barcelona, 2005.
Para entender la literatura española, 1944-2000.
Anagrama. Barcelona, 2005.
José-Carlos Mainer, catedrático de la Universidad de Zaragoza y uno de los críticos más atentos a la actividad literaria española, ha recopilado una docena de artículos escritos en los últimos diez años por este crítico de izquierdas que ha escrito sobre la derecha falangista, sobre la pequeña burguesía, Fernández Flórez o Giménez Caballero.
Tramas, libros, nombres es el título de un volumen esencial para entender, como declara el subtítulo, la literatura española desde 1944 al 2000.
Tramas que estudian la encrucijada de la literatura española de posguerra en dos años cruciales, 1944 y 1952, la imagen última de Franco en el otoño del miedo de 1975 o las hipotecas de la memoria en el fin de siglo.
Libros como Los bravos y El Jarama, en una lectura conjunta y nueva sobre dos formas de mirar y de decir en los años cincuenta.
Tres novelas de la transición como exponentes de la literatura de la identidad y el desencanto. Novelas que, como Visión del ahogado, han ido creciendo en importancia según pasaba el tiempo.
La razón desesperada en el ensayo de Ferlosio o la novela a noticia de Cercas, Javier Marías o Muñoz Molina.
Nombres de novelistas como Álvaro Pombo, Millás y Martínez de Pisón o de poetas (Sarrión, Carnero, Juaristi,Trapiello) como los que pasaron por el campus de Zaragoza para leer y explicar su poesía y su poética.
Nombres y libros que tejen tramas coherentes de temas o de relaciones cronológicas, como las que se manifiestan en ese año esencial para la evolución literaria de la posguerra que fue 1944, el año de Hijos de la ira, Espadaña o Sombra del Paraíso, pero también de Los poemas del convaleciente, de Gil Albert y de Morir por cerrar los ojos, de Max Aub.
O 1952, el año de Quinta del 42 y del escándalo de la Antología consultada de Ribes.
Nombres como los de Valente, Juan Goytisolo o Carlos Sahagún que, junto con Saura, Erice y Borau fijan la imagen de la decadencia de Franco a través del cine, la poesía o la novela.
O los más cercanos de Juan José Millás, Félix de Azúa o Javier Cercas en la construcción de la memoria a través de la literatura.
Y en todos esos artículos, algo que me llama profundamente la atención: la amplitud de campo, la capacidad para establecer relaciones y tender redes que se extienden más allá de la trama estrictamente literaria.
Un ejemplo: Mainer apunta la posible relación entre el Ferlosio de Vendrán más años malos y nos harán más ciegos y el Berlanga de París-Tombuctu, dos obras que son dos recopilaciones de los temas de ambos.
No sé si la película de Berlanga surge de la lectura del libro de Ferlosio. Lo dudo. Pero eso es lo de menos. Lo importante, lo que hay que agradecerle al crítico es que este libro esté lleno de sugerencias como esa, que abren caminos y horizontes al lector atento.
Tramas, libros, nombres es el título de un volumen esencial para entender, como declara el subtítulo, la literatura española desde 1944 al 2000.
Tramas que estudian la encrucijada de la literatura española de posguerra en dos años cruciales, 1944 y 1952, la imagen última de Franco en el otoño del miedo de 1975 o las hipotecas de la memoria en el fin de siglo.
Libros como Los bravos y El Jarama, en una lectura conjunta y nueva sobre dos formas de mirar y de decir en los años cincuenta.
Tres novelas de la transición como exponentes de la literatura de la identidad y el desencanto. Novelas que, como Visión del ahogado, han ido creciendo en importancia según pasaba el tiempo.
La razón desesperada en el ensayo de Ferlosio o la novela a noticia de Cercas, Javier Marías o Muñoz Molina.
Nombres de novelistas como Álvaro Pombo, Millás y Martínez de Pisón o de poetas (Sarrión, Carnero, Juaristi,Trapiello) como los que pasaron por el campus de Zaragoza para leer y explicar su poesía y su poética.
Nombres y libros que tejen tramas coherentes de temas o de relaciones cronológicas, como las que se manifiestan en ese año esencial para la evolución literaria de la posguerra que fue 1944, el año de Hijos de la ira, Espadaña o Sombra del Paraíso, pero también de Los poemas del convaleciente, de Gil Albert y de Morir por cerrar los ojos, de Max Aub.
O 1952, el año de Quinta del 42 y del escándalo de la Antología consultada de Ribes.
Nombres como los de Valente, Juan Goytisolo o Carlos Sahagún que, junto con Saura, Erice y Borau fijan la imagen de la decadencia de Franco a través del cine, la poesía o la novela.
O los más cercanos de Juan José Millás, Félix de Azúa o Javier Cercas en la construcción de la memoria a través de la literatura.
Y en todos esos artículos, algo que me llama profundamente la atención: la amplitud de campo, la capacidad para establecer relaciones y tender redes que se extienden más allá de la trama estrictamente literaria.
Un ejemplo: Mainer apunta la posible relación entre el Ferlosio de Vendrán más años malos y nos harán más ciegos y el Berlanga de París-Tombuctu, dos obras que son dos recopilaciones de los temas de ambos.
No sé si la película de Berlanga surge de la lectura del libro de Ferlosio. Lo dudo. Pero eso es lo de menos. Lo importante, lo que hay que agradecerle al crítico es que este libro esté lleno de sugerencias como esa, que abren caminos y horizontes al lector atento.
Santos Domínguez