Pío Moa. Franco. Un balance histórico. Editorial Planeta. Barcelona, 2005
Quien se enfrente a la lectura de este libro de Pío Moa debe saber de antemano que se enfrenta a una apología del dictador Franco. No se trata de una biografía extensa ni erudita del personaje (sirva como dato que la obra apenas tiene 100 notas a pie de página, frente a las más de 3.000 de la ya clásica obra de Paul Preston), sino sólo, como su propio autor confiesa, de hacer un balance histórico a los treinta años de la muerte de Franco. El balance resulta tan extraordinariamente favorable para el biografiado que nos encontramos ante una justificación total del personaje y de su régimen.
Los objetivos apologéticos los persigue Moa de tres maneras:
Primero, desacreditando a todos los críticos con el Caudillo (ya se trate de políticos, historiadores, periodistas o filósofos) identificándolos como simpatizantes republicanos y, por tanto izquierdistas, o lo que es lo mismo comunistas, es decir stalinistas, y acortando a dónde queríamos llegar, bestias genocidas.
En segundo lugar Moa usa como técnica la selección de datos y citas favorables al dictador y que sirven para defenderle, entre otras, de acusaciones como la represión de posguerra, su colaboración con las fuerzas del Eje en la Segunda Guerra Mundial o la errada política económica de la primera mitad de su dictadura.
Así Moa viene a concluir que la represión no fue para tanto y que los represaliados se lo merecían (recuerden que eran, básicamente, stalinistas genocidas), añadiendo además que buena parte de la culpa de la represión franquista la tienen los propios jefes republicanos por no haber evacuado a sus partidarios a medida que avanzaban los nacionales: “y sin embargo los dirigentes republicanos no se molestaron en tomar la menor previsión al respecto, dando así a los nacionales la oportunidad de ajustar cuentas estrictas a los perdedores.” Para que entendamos mejor a Moa: si judíos, comunistas, socialistas, demócratas, homosexuales, gitanos y minusválidos hubiesen abandonado a tiempo el territorio del Reich, hoy los historiadores tendrían de Hitler un juicio bastante más benévolo.
También Moa le quita hierro al asunto de la colaboración en la guerra del lado fascista, pues según él, en el fondo las democracias occidentales deben estarle agradecidas a Franco por resistir las presiones de Hitler y haberle prestado sólo ayuda material y las tropas de la División Azul. Moa es perfectamente solidario con el Caudillo dolido ante “la hostilidad con que le siguieron distinguiendo las democracias en años sucesivos”, total por haber suministrado materias primas, armamento, apoyo logístico y 50.000 soldados a la Wehrmacht, hechos que no impidieron al Generalísimo “recordarles que España no les era deudora, sino acreedora, lo cual era cierto”. Porque Franco colaborando con Alemania e Italia “iba a beneficiar de modo extraordinario a los aliados mucho más que a Alemania y, desde luego, libró a España de una auténtica pesadilla”. Franco y Moa lo ven claro; a los aliados, a usted y a mí nos costará releer el capítulo VIII donde se relatan estos y otros acontecimientos famosos.
En cuanto a la política económica del franquismo, la defensa de Moa no es menos sutil: se reducen los datos negativos a la mitad (como los emigrantes o el hambre) y se engordan los favorables (el crecimiento de los años cuarenta y cincuenta). Al final descubrimos con Moa que en los años sesenta en España la calidad de vida “estaba por encima, en general, de la media europea, y así lo percibían, de forma más o menos aguda, muchos españoles, incluidos los emigrantes”. Esta última afirmación permite plantearse cuál sería la razón que llevó a esos españoles a emigrar de un país con alta “calidad de vida” a otros inferiores; pero este libro no es un tratado de lógica y la pregunta no ha lugar.
La tercera técnica apologética de Moa, cuando la defensa del franquismo choca con algún dato insalvable, consiste en utilizar un argumento, simple y antiguo, pero eficaz: peores fueron Hitler y Stalin.
No se entiendan las líneas de esta reseña como una crítica totalmente negativa al libro de Pío Moa, pues esta obra tiene al menos dos virtudes incontrovertibles: es breve, y durante su escritura el autor se mantuvo alejado del activismo político extremo que dicen que ocupó su juventud. Para que luego digan que la literatura no sirve para nada.
Jesús Tapia Corral