Alberto Fadón.
Príncipes y principios.
Siltolá Poesía. Sevilla, 2025.
YO, POETA REACCIONARIO
To He/Him.
Yo nací, perdonadme, en Salamanca,
no en patrias prometidas de pronombres.
(Hoy elijo palacios, islas, torres
antes que arcanas magias onomásticas).
Yo nací por igual noble y canalla
en la tierra de Lázaro de Tormes.
A lo decolonial y al gender problem
prefiero la defensa de mi España
y sus lances ¿España? Perdonadme:
las naciones copiosas de un estado
por esencia y querencia subyugante.
En fin. Serenidad, desdén hidalgo
y sorna belicosa, que ya es tarde
para no ser poeta reaccionario.
Con ese poema abre Alberto Fadón (Salamanca, 1997), como una carta de presentación semejante a la de Antonio Machado en Campos de Castilla y a la de Manuel Machado en Adelfos, su espléndido Príncipes y principios, que publica La Isla de Siltolá en su colección Poesía.
Pródigos en guiños literarios, en citas integradas, en homenajes y complicidades (Juan Ramón, Gil de Biedma, Claudio Rodríguez…), los poemas de Príncipes y principios, un asombroso primer libro, trazan en su diseño a la vez clásico y moderno el contorno estético y moral de un poeta cabal, “clásico y castizo”.
Un poeta formado en la alta literatura y dotado con el don de la palabra y con una admirable capacidad de integrar la vida y la literatura, el ejercicio de la lectura con el de la escritura.
Inspirado en una cita de Luis Rosales, del título de este poema toma título el libro:
PRÍNCIPES Y PRINCIPIOS
Esa preferencia del pálpito al cálculo significa en el caballero
simplemente la fe inquebrantable en sí mismo y en su
destino personal.
MANUEL GARCÍA MORENTE
Un poco más de pálpito que cálculo
-como según Morente el caballero-
me hizo cambiar los mundos de Carnero
por este humor y vocación de oráculo
contra la clerecía cultural
y a favor de la vida y del verano.
¿Estética y moral? Pues lo cercano
y luminoso, poco más. Rural
no lo he sido. La aldea no festejo
ni la corte desprecio. Ya no callo
mis juicios por tibieza y entre ripios
con una amarga confesión
os dejo: hubiera preferido ser vasallo
de príncipes mejor que de principios.
Alberto Fadón es un poeta con oído educado en la dicción clasica, un poeta que sabe que el verso tiene respiración propia y no es la secuencia gráfica resultante de cortar la prosa en retalillos sueltos de suspiros provincianos, sino una cuestión de ritmo expresivo.
Y, sabiéndolo, es capaz de una labor de integración de formas métricas que se refleja en la convivencia del soneto con el verso blanco de varia medida o con estructuras de la poesía popular como en las “Soleares charras”, alguna tan provocadora como esta:
¿Y los cultores del haiku?
Pues allá ellos y que rimen
si quieren en asturianu.
Y en la coexistencia de tonos muy distintos, entre lo serio y lo jocoso, entre lo culto y lo coloquial, la mitología para hablar en el mismo poema de John Ford y de San Jerónimo, de Ovidio y Gómez Dávila, o para que convivan en las páginas del libro el cine y las glosas en prosa gongorina, el mar de Cádiz y el de Gijón, El Greco y Errol Flynn, el bótox y Leopardi, la écfrasis coplera de un cuadro de Ribera y Aquilino Duque, Gracián y Eric Rohmer, Platón y una paella.
Para que convivan también y sobre todo la línea clara y la potencia expresiva, tantas veces disociadas, en poemas como este, tan políticamente incorrecto, tan lamentablemente oportuno:
LO QUE QUEDA DE ESPAÑA
A aquella patria que renunció a la gracia y se hizo sierva.
Porque de aquella estirpe de claveles
y lirios embozados de armaduras
-pasmo del orbe que suspenso admira-
queda solo el aroma
languideciente y tardo
como un atardecer del mes de agosto
al sur de una bahía milenaria,
volvamos aunque sea
un rato a este cuartel
del recuerdo y los mudos homenajes,
felizmente muy lejos
del aplauso o reproche del común
y de las leyes cursis y flamígeras
de la memoria histórica.
Santos Domínguez