Christopher Bamford, Robert Lawlor,
Keith Critchlow, Arthur Zajonc,
Anne Macaulay y Kathleen Raine
Pitágoras y la ciencia sagrada.
Traducción de Miguel Candel.
Atalanta. Gerona, 2024.
Y si de lo terrestre fueras descuidado,
a la callada tierra exclama: fluyo.
A las rápidas aguas diles: soy
Con esa estrofa final de los Sonetos a Orfeo de Rilke, que “comprendió claramente el misterio de la magia, el ensueño, la presencia y la premonición que es Orfeo”, cierra Christopher Bamford su ‘Homenaje a Pitágoras’, que sirve de espléndida introducción del volumen colectivo Pitágoras y la ciencia sagrada, que publica Atalanta con traducción de Miguel Candel.
Se reúnen en él nueve textos sobre las matemáticas sagradas de las tradiciones pitagórica y platónica, procedentes de seis conferencias y ponencias en las que Christopher Bamford, Robert Lawlor, Keith Critchlow, Arthur Zajonc, Anne Macaulay y Kathleen Raine abordan la importancia de la herencia pitagórica y su transcendencia en la historia de las ideas y en la cultura occidental.
Porque, a medio camino entre la historia y la leyenda, entre lo apócrifo y lo mágico, entre la filosofía y la ciencia, entre la música y la religión, la figura de Pitágoras atraviesa la historia del pensamiento occidental de los últimos veinticinco siglos.
Filósofo y chamán, astrónomo y orador, Pitágoras formuló una imagen del mundo en clave numérica, creyó en la inmortalidad del alma y en la reencarnación, oyó la música de las esferas astrales y percibió el movimiento armónico del universo. Su pensamiento originó una secta y sus seguidores fundaron un movimiento político que tuvo consecuencias trágicas.
Desde el siglo VI a. C., en que aún se confundían el mito con la historia y la poesía con la filosofía, el adjetivo pitagórico califica a una decisiva tradición órfica, literaria y filosófica, que arranca de la figura legendaria y carismática de Pitágoras de Samos y de sus innumerables seguidores.
Porque, como explica Christopher Bamford, “para los antiguos, aunque Pitágoras había viajado y aprendido mucho sobre Dios, la naturaleza y la humanidad en Egipto, Babilonia, Creta (y quizá incluso en la India, donde pudo haber recibido la denominación de Pitta Guru), lo que enseñaba y practicaba era desde el punto de vista griego una forma de orfismo. De hecho, relativamente pronto llegó a atribuírsele cierto número de textos órficos, lo que confirma su orfismo a la vez que sugiere que la naturaleza de Orfeo era la de un estado iniciático angélico tal vez similar al de Hermes Trismegisto.”
Hijo de Apolo, o avatar hiperbóreo del dios, según algunas tradiciones, sobre su vida se desarrolló entre el siglo I a. C. y el X d. C. una literatura abundante y tardía, distante de los hechos y emparentada con el neoplatonismo, que tuvo sus secuelas en la tradición medieval y en el idealismo renacentista en que confluyó su herencia con la de Platón y con el cristianismo.
Una herencia persistente, porque si en el ensayo inicial, que comienza con una estancia de Holderlin, se invoca a Rilke en varias ocasiones, el texto que cierra el volumen lo dedica Kathleen Raine a explorar la mirada crítica hacia Pitágoras en la obra poética de Blake y de Yeats, “los dos poetas que más radicalmente han puesto en cuestión las premisas del materialismo occidental.”
En el neoplatónico ‘Entre niñas de escuela’ evoca irónicamente Yeats la imagen de Pitágoras y la armonía matemática de la música de las esferas:
Pitágoras, de dorado muslo y famoso en todo el mundo,
tocaba sobre un arco o unas cuerdas
lo que un astro cantaba y las despreocupadas Musas oían:
viejas ropas sobre viejos palos para asustar a un pájaro.
La luz de la naturaleza y la armonía, la arquitectura sagrada y el número cósmico, el color y la geometría del tiempo, el orfismo de la poesía y la música, la proporción y el símbolo en los templos antiguos son los ejes de los nueve ensayos que recoge este Pitágoras y la ciencia sagrada, una recopilación que es una admirable aproximación desde una perspectiva contemporánea, a “la «reimaginación» de la metafísica, la cosmología y la geometría antiguas.”
Santos Domínguez