6/1/23

Hueso


José García Obrero.
Hueso.
Godall Edicions. Barcelona, 2022.

“Cuando el canto se detiene el poema acaba fundiéndose en la hierba”, escribe José García Obrero para cerrar el último poema en prosa de su Hueso, que publica Godall Edicions en su colección Alcaduz.

Sus textos reflejan una exigente aventura poética, constituyen una intensa experiencia verbal que profundiza en las raíces de la realidad y escarba en la tierra hasta llegar al hueso que vertebra unos poemas en prosa de extraordinaria potencia. Poemas que son el fruto y la huella visible de un itinerario introspectivo, de un recorrido desde lo exterior hasta lo interior, desde la mirada a la reflexión para completar un radical viaje al fondo de lo que nos sostiene, en un proceso semejante al de su anterior Tocar arcilla al fondo:

La luz cae y asciende de manera instantánea, define las formas y las dota de reflejo. Otra mirada reviste de volumen lo imperceptible: la chispa, el fogonazo, el sonido de todos los latidos que, de manera simultánea y rítmica, se suceden sobre la faz -debajo de la faz- del mar y de la tierra. Concierto para violín y orquesta que solo alcanza el oído de quien barrunta la complejidad del símbolo. Se desplaza acompasadamente del amanecer hasta el crepúsculo. Las señales de los astros remiten a un camino común y circular. Remonta acompasadamente el crepúsculo hasta el amanecer.

Por eso la segunda parte del libro es un viaje en dos suites hacia la luz en sol mayor y hacia la sombra del sol menor. Y así la poesía como palanca de conocimiento se transforma -‘Sol mayor’- en vibrante instrumento de celebración del instante, en rítmico canto ancestral, en danza de mediodía y en mirada ascendente, en música que convoca la luz y el amor cuando “el baile nunca se detiene, pero solo es visible para quien se esfuerza en escuchar.”

O se enturbia -‘Sol menor’- en el interior a medianoche con la desazón de las sombras y la angustia de un amanecer que trae la canción de sonido ácido o el canto triste de los jilgueros enjaulados en “una ciudad envuelta en la neblina de la incertidumbre; el mundo como un solo dedo empeñado en pulsar un día y otro la misma cuerda, la única cuerda muda.”

Cierra el libro una sección titulada ‘Aire’, atravesada por ese elemento bifronte, entre creador y destructor -“vierte su gracia el aire en cada cosa que un día contribuyó a crear, aunque también así la deteriore”-; un aire “que aquí se instala como una presencia fantasmal” cuando “sangra un poco la luz, pero siempre se anuncia así el silencio más puro”.

Y también esa luz, entre la persistencia y la fugacidad, se mezcla con el viento cuando “casi acabado el sol, se entretiene un minuto más sobre las tejas. El viento compone su melodía filtrándose por los intersticios, como agua que araña un pedregal.”

En el itinerario interior de Hueso, en su incierto recorrido por los límites, hay una luz creciente que se impone a las sombras, la que se resume en ‘Un alfiler de luz’, que evoca otro itinerario simbólico en el que un roquero rojo “arranca el vuelo […], se eleva desde la copa crespa de una encina, gorjea en la superficie de un arroyo, aprende de sus aguas el arte de ir creciendo hasta la última sal, que va a dar a la entrega. […] Así va envolviendo con sus trinos el collado, así pasa sobre el río depositando lumbre en sus orillas. Las frías garras de la sombra creen dar caza al roquero, que clava ya, pluma a pluma, un alfiler de amor que alcanza el hueso.”

Santos Domínguez