9/9/22

Vicente Núñez. El desorden del canto

 


Juan Lamillar.
Vicente Núñez. 
El desorden del canto.
Centro Andaluz de las Letras. Sevilla, 2022. 

Quienes por un designio fatal fuimos llamados 
al desorden del canto;
los que incesantemente el amor elegimos,
¿a qué infiernos tendremos que ascender todavía? 
Nunca de mí te alejes, Livio, Livio.

Del segundo verso de ese poema de Vicente Núñez, perteneciente a sus Teselas para un mosaico, toma título el libro Vicente Núñez. El desorden del canto, que acaba de publicar el Centro Andaluz de las Letras.

Cuando se cumplen veinte años de la muerte de Vicente Núñez (Aguilar de la Frontera, 1926-2002), el Centro Andaluz de las Letras le dedica el tercer volumen de su espléndida colección Clásicos Singulares, inaugurada el año pasado con una entrega dedicada a Pablo García Baena y continuada este año con otra sobre José Manuel Caballero Bonald.

El desorden del canto es el subtítulo de esta aproximación a la vida y la obra de Vicente Núñez que ha preparado Juan Lamillar, que hace un recorrido en el que vincula biografía y literatura y resume así la figura del poeta:

Vicente Núñez pertenece a una clase de poetas que, en vez de considerar a la Poesía como un don, la conciben y sienten como un mandato, como «un designio fatal», y por ello su poética insiste continuamente en la lucha Poesía / Vida, como si fuera un Jacob ipagrense en lucha constante con el ángel –figura tan de Rilke, poeta suyo predilecto, imagen además tan cordobesa– de la Poesía.
Así, esa relación participa de la rebelión y del acatamiento. Sus amigos estábamos ya acostumbrados a oírle feroces diatribas contra ella: el acto de la escritura es la demostración de una incapacidad para vivir (esta afirmación de lo vital es muy Cántico). La Poesía, el Arte, aparecen como una torpe compensación ante la pobreza de la vida. Paradójicamente, la Poesía acaba imponiéndose, con una necesidad imperiosa, como la única salida, como un arrebato.

Al hilo de la narración biográfica, Lamillar intercala una serie de poemas que ilustran la peripecia vital y sentimental y la evolución moral y estética de Vicente Núñez para componer una antología breve y significativa de su obra.

Entre la ambición expresiva y la inseguridad creadora, entre el retraimiento y la pasión de vida se mueve la obra de Vicente Núñez, una poesía que surge de la alucinación y asume el riesgo de la palabra como reto y la precisión como ejercicio. Es esta una poesía ligada a la vida y arraigada por tanto en la contradicción, en el designio fatal del poeta llamado al desorden del canto, entre la oralidad y el ímpetu visionario.

La frustración amorosa y la mirada al paisaje desolado del otoño, que avisa de la muerte, hacen de Vicente Núñez un poeta del tiempo en la mejor tradición de la poesía andaluza clásica y contemporánea, desde el Barroco antequerano granadino a Ricardo Molina o Pablo García Baena.

La ingenuidad anterior a la desdicha y al desengaño amoroso, otros dos frutos del tiempo, la precisión de la mirada sinestésica para expresar la melancolía del presagio del abandono y la pérdida son los ejes de Los días terrestres, un libro tras el que Vicente Núñez abrió un paréntesis de dos décadas.

Dos décadas de prolongado silencio poético tras su regreso a Aguilar a finales de 1959, después de sus años en Málaga y Madrid. Así lo explicaba él mismo: “Más que una decisión fue una imposición. Imagínate lo que ocurre en mi vida cuando en el 58 muere mi madre en Málaga. Yo era muy joven, mi padre levanta la casa y se viene a Aguilar y yo me voy a Madrid, a eso que se llama la «Literatura». No pude ni con la «Literatura» con mayúscula, ni con los «gijones» que en el mundo han sido, ni con la vulgarísima francachela poética, ni con la vulgaridad de aquel Madrid, y supongo que este, si es que se vive la literatura madrileñamente. Me puse malo y me vine a Aguilar a reponerme, y ya no me moví. Y la muerte de mi madre me supuso un trauma que no sólo me separó de la literatura sino de mí mismo, de todo. Tuvieron que surgir otros traumas posteriores para que surgieran otras resurrecciones. ¿Cuáles? La densidad del abandono y del exilio cristalizó en voz otra vez, cuando yo la tenía por perdida.”

De ese largo periodo de retiro y silencio decía Vicente Núñez: “Durante ese tiempo de silencio, venían los poetas amigos a verme. Pero muy pocos me preguntaban por qué no escribes...También enmudeció Pablo. Para nosotros, enmudecer era vivir.”

Ese silencio se rompió en 1980 con los Poemas ancestrales y con el arrebatado Ocaso en Poley, un libro de tema amoroso que fue Premio de la Crítica en 1983, al que seguirían las innovadoras y morales Epístolas a los ipagrenses al año siguiente, las epigramáticas Teselas para un mosaico, de tono clásico y tema erótico, y los Himnos a los árboles, al que pertenece este texto:

Lo campesino no es arbóreo 
sino que está ultrajado
en la ramiza y la cosecha.
¿Cuál es entonces vuestro reino, 
impasibles monarcas? ¿El mío? 
Os unciríais quejumbrosos
a la labranza de la duda,
a los baldíos de la germinación.
Porque toda labor ¿no es humo
y oquedad, rala gavilla
maniatada, donde el enemigo
tiene ya todos los atributos de lo humano? 
No es que os mezcáis en la brisa:
sois la brisa del mundo. Con balanceos 
tan risueños y cortos que me llevan
a los lejanos días de la infancia.
Y sin embargo, ¿qué os inquieta?
¡Respiráis con el alma,
y os guiña y silba el sol cada mañana
con un saludo prolongado y viril!
El cumplimiento nuestro está en manojos 
de luz, y hasta esos haces
no acudirá guadaña ni caterva.
Porque lo que ilumina nos congrega
en la asamblea de la tarde:
el corazón cantando de hermosura.
Si estamos condenados al incendio
será con el divino rayo de lo eterno.

Ese era el libro que Vicente Núñez prefería entre los suyos, señala Juan Lamillar, que añade: 

En los últimos años, la poesía fue dejando paso a una sabiduría expresada en los Sofismas, memorables sentencias dibujadas con una afilada contundencia, que ganaban mucho cuando las enunciaba su autor, o mejor, cuando las hacía nacer en medio de una conversación, no importaban mucho el tema o el tono. […] La oposición literatura / vida aparece como uno de los temas centrales: “Escribir es la consecuencia de no haber vivido”, “Cuando debo escribir no vivo. Cuando debo vivir no escribo”, o “Si escribo es porque carezco.”

Santos Domínguez