Blas de Otero.
En castellano.
Prólogo de Javier Rodríguez Marcos
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.
En castellano.
Prólogo de Javier Rodríguez Marcos
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021.
Poética
Escribo
hablando.
Dicen digo
Antes fui -dicen- existencialista.
Digo que soy coexistencialista.
Esos dos breves relámpagos consecutivos podrían resumir la etapa de Blas de Otero como poeta social: uno por la alusión a la forma (ese ‘hablar claro’ que lo resumirá en su primera edición francesa); el otro, por la actitud solidaria del fondo.
Son dos poemas sucesivos que forman parte de su libro En castellano, que publica Galaxia Gutenberg en su colección de poesía con prólogo de Javier Rodríguez Marcos.
Paradójicamente, por la prohibición de la censura, la primera edición de En castellano no apareció en castellano, sino en francés, en París y en 1959, con el título Parler clair. Al año siguiente ya hubo edición en español pero fuera de España, en México y en Buenos Aires. Hasta 1977 no se publicó en España, en Lumen.
Se abre con este poema prologal:
Aquí tenéis mi voz
alzada contra el cielo de los dioses absurdos,
mi voz apedreando las puertas de la muerte
con cantos que son duras verdades como puños.
Él ha muerto hace tiempo, antes de ayer. Ya hiede.
Aquí tenéis mi voz zarpando hacia el futuro.
Adelantando el paso a través de las ruinas,
hermosa como un viaje alrededor del mundo.
Mucho he sufrido: en este tiempo, todos
hemos sufrido mucho.
Yo levanto una copa de alegría en las manos,
en pie contra el crepúsculo.
Borradlo. Labraremos la paz, la paz, la paz,
a fuerza de caricias, a puñetazos puros.
Aquí os dejo mi voz escrita en castellano.
Escribo
hablando.
Dicen digo
Antes fui -dicen- existencialista.
Digo que soy coexistencialista.
Esos dos breves relámpagos consecutivos podrían resumir la etapa de Blas de Otero como poeta social: uno por la alusión a la forma (ese ‘hablar claro’ que lo resumirá en su primera edición francesa); el otro, por la actitud solidaria del fondo.
Son dos poemas sucesivos que forman parte de su libro En castellano, que publica Galaxia Gutenberg en su colección de poesía con prólogo de Javier Rodríguez Marcos.
Paradójicamente, por la prohibición de la censura, la primera edición de En castellano no apareció en castellano, sino en francés, en París y en 1959, con el título Parler clair. Al año siguiente ya hubo edición en español pero fuera de España, en México y en Buenos Aires. Hasta 1977 no se publicó en España, en Lumen.
Se abre con este poema prologal:
Aquí tenéis mi voz
alzada contra el cielo de los dioses absurdos,
mi voz apedreando las puertas de la muerte
con cantos que son duras verdades como puños.
Él ha muerto hace tiempo, antes de ayer. Ya hiede.
Aquí tenéis mi voz zarpando hacia el futuro.
Adelantando el paso a través de las ruinas,
hermosa como un viaje alrededor del mundo.
Mucho he sufrido: en este tiempo, todos
hemos sufrido mucho.
Yo levanto una copa de alegría en las manos,
en pie contra el crepúsculo.
Borradlo. Labraremos la paz, la paz, la paz,
a fuerza de caricias, a puñetazos puros.
Aquí os dejo mi voz escrita en castellano.
España, no te olvides que hemos sufrido juntos.
Escritos entre 1951 y 1959, los poemas de En castellano formaban parte de un proyecto más amplio que culminaría en Que trata de España, que se publicaría en La Habana en 1964, y que contiene su propia autocrítica en el 'Cantar de amigo' que cierra el libro, donde Blas de Otero empieza a dudar del sentido de su escritura. En ese poema, lo que era optimismo y diálogo al principio del libro se vuelve ya monólogo y duda, anticipo de una segunda pérdida de fe, ahora en el muy dudoso poder transformador de la poesía:
Quiero escribir de día.
De cara al hombre de la calle,
y qué
terrible si no se parase.
Quiero escribir de día.
De cara al hombre que no sabe
leer,
y ver que no escribo en balde.
Quiero escribir de día.
De los álamos tengo envidia,
de ver cómo los menea el aire.
Porque la poesía de Blas de Otero es la de un poeta autocrítico y consciente que no limita su rebeldía al terreno del desamparo existencial o al de la protesta contra la dictadura de Franco. Exigente consigo mismo antes que con nadie, nunca se acomodó en una manera que pudiera degenerar en amaneramiento ni se instaló definitivamente en la comodidad acrítica de ninguna tendencia. Pasó del existencialismo desgarrado de Ancia al coexistencialismo y a la palabra militante de Pido la paz y la palabra y En castellano. Y desde aquí saltaría al experimentalismo sereno y controlado de Historias fingidas y verdaderas.
La falsa imagen unívoca y monolítica de Blas de Otero desaparece si se tiene en cuenta que en su obra coexisten siempre en tensión -con momentos de mayor relevancia de un registro o de otro- el yo autobiográfico, el yo lírico y el yo histórico. El complejo equilibrio de esas perspectivas poéticas explica no solo la variedad de metros, temas y tonos, sino las diversas influencias y homenajes que emergen en la abundancia de referencias intertextuales de sus libros: desde Fray Luis a Neruda, desde Quevedo a Juan Ramón -una presencia constante que descoloca a quienes viven en la pereza del tópico-, desde San Juan de la Cruz a Machado, desde Rubén a Alberti, desde Cervantes a Larra, desde Vallejo a Miguel Hernández.
Y es que Blas de Otero se sentía depositario de un legado poético que viene de Manrique y llega a Cernuda, pasa por los místicos y por Whitman, por Aldana y Bécquer. Pero Otero sabía que ese legado es algo vivo, sometido a nuevas asimilaciones, a relecturas que generan la reescritura actualizada de la tradición, revitalizada en su voz personal, tamizada por su experiencia y su mirada contemporánea sobre la realidad.
Y en todas sus etapas poéticas, en los versos de Blas de Otero se impone la autenticidad de una de las voces imprescindibles de la poesía española del siglo XX.
Una voz que -explica Javier Rodriguez Marcos en su prólogo, ‘Un poeta al aire libre’- “si hoy mantiene su vigencia no es tanto porque el mundo siga estando mal hecho sino porque él lo cantó y contó con palabras que antes que poesía social eran, sobre todo, poesía. Sencillamente.”
Escritos entre 1951 y 1959, los poemas de En castellano formaban parte de un proyecto más amplio que culminaría en Que trata de España, que se publicaría en La Habana en 1964, y que contiene su propia autocrítica en el 'Cantar de amigo' que cierra el libro, donde Blas de Otero empieza a dudar del sentido de su escritura. En ese poema, lo que era optimismo y diálogo al principio del libro se vuelve ya monólogo y duda, anticipo de una segunda pérdida de fe, ahora en el muy dudoso poder transformador de la poesía:
Quiero escribir de día.
De cara al hombre de la calle,
y qué
terrible si no se parase.
Quiero escribir de día.
De cara al hombre que no sabe
leer,
y ver que no escribo en balde.
Quiero escribir de día.
De los álamos tengo envidia,
de ver cómo los menea el aire.
Porque la poesía de Blas de Otero es la de un poeta autocrítico y consciente que no limita su rebeldía al terreno del desamparo existencial o al de la protesta contra la dictadura de Franco. Exigente consigo mismo antes que con nadie, nunca se acomodó en una manera que pudiera degenerar en amaneramiento ni se instaló definitivamente en la comodidad acrítica de ninguna tendencia. Pasó del existencialismo desgarrado de Ancia al coexistencialismo y a la palabra militante de Pido la paz y la palabra y En castellano. Y desde aquí saltaría al experimentalismo sereno y controlado de Historias fingidas y verdaderas.
La falsa imagen unívoca y monolítica de Blas de Otero desaparece si se tiene en cuenta que en su obra coexisten siempre en tensión -con momentos de mayor relevancia de un registro o de otro- el yo autobiográfico, el yo lírico y el yo histórico. El complejo equilibrio de esas perspectivas poéticas explica no solo la variedad de metros, temas y tonos, sino las diversas influencias y homenajes que emergen en la abundancia de referencias intertextuales de sus libros: desde Fray Luis a Neruda, desde Quevedo a Juan Ramón -una presencia constante que descoloca a quienes viven en la pereza del tópico-, desde San Juan de la Cruz a Machado, desde Rubén a Alberti, desde Cervantes a Larra, desde Vallejo a Miguel Hernández.
Y es que Blas de Otero se sentía depositario de un legado poético que viene de Manrique y llega a Cernuda, pasa por los místicos y por Whitman, por Aldana y Bécquer. Pero Otero sabía que ese legado es algo vivo, sometido a nuevas asimilaciones, a relecturas que generan la reescritura actualizada de la tradición, revitalizada en su voz personal, tamizada por su experiencia y su mirada contemporánea sobre la realidad.
Y en todas sus etapas poéticas, en los versos de Blas de Otero se impone la autenticidad de una de las voces imprescindibles de la poesía española del siglo XX.
Una voz que -explica Javier Rodriguez Marcos en su prólogo, ‘Un poeta al aire libre’- “si hoy mantiene su vigencia no es tanto porque el mundo siga estando mal hecho sino porque él lo cantó y contó con palabras que antes que poesía social eran, sobre todo, poesía. Sencillamente.”
Santos Domínguez