Benoît Peeters.
Valéry. Tratar de vivir.
Traducción de Mateo Pierre Avit.
Ediciones del Subsuelo. Barcelona, 2021.
Valéry
se apaga poco después del final de la guerra, el 20 de julio de 1945.
Cuatro días más tarde, llevan solemnemente su ataúd de la place
Victor-Hugo a la del Trocadero antes de depositarlo sobre un catafalco
elevado. El 25 de julio se celebra el funeral de Estado, a voluntad del
general De Gaulle que, como Jean Moulin, lo leía y admiraba desde hacía
tiempo. El mismo día, André Gide, su amigo durante cincuenta años, le
rinde homenaje en la portada de Le Figaro: «La muerte de Paul Valéry no
sólo enluta Francia; del mundo entero se eleva el lamento de todos
aquellos a quienes llegó su voz. La obra permanece, es cierto, inmortal
tanto como puede aspirar a serlo una obra humana y su proyección
continuará extendiéndose a través del espacio y el tiempo».
La gloria de Valéry parece entonces tan asegurada como el olvido y casi el desdén en los que se encuentra hoy día. […]
Para
la mayoría, Paul Valéry se ha convertido en sinónimo de monotonía,
frialdad y aburrimiento. Apenas se lee. Parece que ya no da que pensar. […]
Este
olvido de Valéry me entristece por lo injusto que me resulta. Es uno de
esos autores, no tan numerosos, que nunca han dejado de acompañarme
desde la adolescencia.
Cuando acaban de cumplirse los ciento cincuenta años del nacimiento de Paul Valéry el 30 de octubre de 1871, Ediciones del Subsuelo publica un magnífico libro de Benoît Peeters: Valéry. Tratar de vivir, al que pertenecen esas líneas, con traducción de Mateo Pierre Avit.
Peeters publicó hace más de treinta años Paul Valéry, une vie d’écrivain?, una
primera aproximación a la vida y la obra de Valéry, que creo que sigue
sin traducirse al español. No era más que un primer paso, como indica el
biógrafo en el primer capítulo, ‘Por qué Valéry’:
“Paul Valéry, une vie d’écrivain? se publicó en 1989 y tuvo cierta repercusión.
No
había terminado con Valéry. Casi cada vez que aparecía un nuevo libro
acerca de él me apresuraba a comprarlo, incluso si dejaba para más tarde
su lectura. Valéry continuaba formando parte de mí, más que Mallarmé
por ejemplo. Sin embargo, no tenía por su obra la misma admiración que
por las de Proust o Kafka. No lo releía sin cesar. Pero seguía siendo
una figura familiar, como un compañero de viaje.
Lo
retomo, pues, veinticinco años más tarde. Estoy más convencido que
nunca: Paul Valéry no es lo que la posteridad ha hecho con él. Si bien
muchos de sus poemas han envejecido, su poética sigue siendo fecunda.
Sus prosas, soberbias, deparan múltiples sorpresas en los registros más
variados. Y sus Cuadernos, de tono tan libre, tan moderno, están lejos
de haber revelado todos sus secretos. Pero lo que me fascina
personalmente, al menos tanto como su obra, es el propio Paul Valéry. Su
itinerario vital me parece que propone una de las más fascinantes
figuras de escritor que se puedan imaginar.”
Entre
el estudio biográfico y la crítica literaria, con una admirable
combinación de agilidad narrativa, rigor ensayístico y admiración por su
obra y su personalidad, Benoît Peeters hace una intensa evocación de la
vida oscura de Valéry, una lectura sutil de las claves poéticas y
vitales de Valéry, un seguimiento de los temas que recorren su obra y
una aproximación a su mundo intelectual y sentimental, reflejado en los
miles de páginas de sus Cuadernos, a su ideología política, a su
austeridad, a sus preocupaciones económicas, a su profesionalización
(“la detestable profesión del hombre de letras”), a su glorificación
como poeta nacional o a la disciplina que le llevaba a empezar a
escribir diariamente a las cinco de la mañana.
Con
un evidente impulso narrativo que renuncia a la erudición y a la
meticulosidad del dato para acercarse a la persona y al escritor, las
casi cuatrocientas páginas de Valéry. Tratar de vivir exploran el
lado humano de un poeta al que habitualmente se le ha achacado su
exceso de frialdad y formalismo, su tendencia a la abstracción, su
cerebralismo.
Esa
voluntad de indagar no sólo en la ambición intelectual, la actitud
mística y la exigencia estética que sostiene su obra, sino sobre todo en
el mundo afectivo y apasionado de un hombre gris, frágil y ardiente se
destaca ya en la cita inicial que Peeters ha situado al frente de su
obra. Unas frases de Mélange en las que Valéry escribe:
He
aquí un hombre que se presenta ante usted como racionalista, frío,
metódico, etc. Supongamos que es todo lo contrario y que lo que parece
es el efecto de su reacción a lo que es.
Y
en uno de sus últimos escritos, pocas semanas antes de morir, afirmaba
“concebir como nadie lo ha hecho el papel extraordinario que el amor
absoluto puede desempeñar en las creaciones de la mente. [...] Esta
alianza admirable fue mi única ambición en este mundo.”
A
esa luz del corazón y de la abundante correspondencia de Valéry aborda
Benoît Peeters episodios decisivos en su vida y su obra, como la crisis
de “la noche de Génova”, que en octubre de 1892 lo haría huir de lo
sentimental y lo apartaría durante más de veinte años de la poesía y los
afectos, a los que renacerá en 1917 con La joven Parca.
Se
suceden así en los capítulos breves del libro su matrimonio con la
enfermiza Jeannie Gobillard, la relación con sus cuatro amantes y la
desilusión de un amor final que precipitó su muerte, el encuentro
decisivo con Pierre Loüys, la amistad con Huysmans, Marcel Schwob o
André Gide, su admiración por Mallarmé, que le reconoció “el don de la
sutil analogía, con la música adecuada”, o sus relaciones conflictivas y
finalmente rotas con Breton y Aragon y sus círculos literarios, que
trazan un panorama global sobre el telón de fondo de la evolución de las
tendencias literarias en la Francia de la primera mitad del XX.
“El viento se levanta. Es preciso tratar de vivir” es el verso del Cementerio marino de
Valéry del que toma su título el libro, del que escribe Peeters: “Lejos
de la homogeneidad de la biografía clásica, mi evocación de la
trayectoria valeriana oscilará constantemente entre la cronología y la
temática. Unas veces, propondré un cuadro, el detalle de un momento
clave: la estancia en Londres de 1896, la muerte de Mallarmé, la
escritura de La joven Parca, el encuentro con Catherine Pozzi... Otras,
insistiré en un motivo, la continuidad de un tema: los intentos de
clasificación de los Cuadernos, la afición a las ciencias, el compromiso
europeo... Mencionaré por supuesto el surgimiento de los principales
proyectos, las circunstancias de su elaboración, las vicisitudes de su
recepción. Cuando la obra de Valéry está a punto de pasar a dominio
público, me gustaría dar nuevas razones para interesarse por ella y
sugerir algunos caminos para aventurarse en ella. Pero primero quiero
rastrear en estas páginas la historia de un hombre. Para Paul Valéry,
«Tratar de vivir» no fue sólo la mitad de un verso.”
Paul
Valéry dejó a su muerte 261 cuadernos que había empezado a escribir en
1894 como resultado de una crisis de creatividad, aquella “noche de
Génova” que le llevó a pensar que no estaba a la altura de Rimbaud o
Mallarmé y a abandonar temporalmente la poesía. Se publicaron póstumos
en edición facsímil de 29 tomos y 26.600 páginas que son el testimonio
de su curiosidad intelectual y su voluntad de conocimiento, su idea de
que frente a la inteligencia y al instinto, se debe buscar la armonía
que conjugue lo racional y lo instintivo, lo sensible y lo intelectual.
Seguramente por eso hay en este ensayo más atención a la obra en prosa de Valéry que a su poesía, a obras como La joven Parca o El cementerio marino,
en las que la ética de la forma hace de la creación poética un medio de
expresión de lo inefable a partir de una tensión sostenida entre
contrarios: el fondo y la forma, el tiempo y la eternidad, la tierra y
el cielo, el cuerpo y el alma, el ser y la nada.
Y 'nada', rien, parece que fue la última palabra que pronunció antes de morir el 20 de julio de 1945. Para entonces era un firme candidato al Nobel y se le consideraba el mejor poeta francés del siglo XX.
“Valéry -escribe Benoît Peeters- no es sólo un gran escritor; es el autor de una obra intelectual de primer orden.”
Fue enterrado con honores de estado en el cementerio marino de Sète, en la costa mediterránea, donde había nacido setenta y cuatro años antes y donde un día proyectó largamente su mirada sobre la calma de los dioses.
Y 'nada', rien, parece que fue la última palabra que pronunció antes de morir el 20 de julio de 1945. Para entonces era un firme candidato al Nobel y se le consideraba el mejor poeta francés del siglo XX.
“Valéry -escribe Benoît Peeters- no es sólo un gran escritor; es el autor de una obra intelectual de primer orden.”
Fue enterrado con honores de estado en el cementerio marino de Sète, en la costa mediterránea, donde había nacido setenta y cuatro años antes y donde un día proyectó largamente su mirada sobre la calma de los dioses.
Santos Domínguez