29/10/21

Miguel Sánchez Gatell. El umbral insalvable

Miguel Sánchez Gatell.
El umbral insalvable.
Bartleby Editores. Madrid, 2021.


Cuando el ángel se muestre, 
tan pocos y tan puros, 
los elementos tendrán que absolver 
a quien blande la palabra. 
La historia, en cambio, lo habrá olvidado todo. 

Como si no doliera, miro el mundo.
Y el silencio me toma de la mano.

Con esos versos se cierra el último de los poemas de El umbral insalvable de Miguel Sánchez Gatell, que publica Bartleby Editores, un espléndido tríptico que se abre con un conjunto de poemas en los que conviven la celebración de la luz y el color, con Goethe al fondo, en poemas ecfrásticos que dialogan con cuadros de Cézanne y Munch, de Kandinsky y Gauguin. 

La bien afinada palabra de Sánchez Gatell explora en esos textos los caminos de ida y vuelta que unen la palabra y la mirada, la poesía y la pintura en una afirmación de la vida y la memoria, en una meditación sobre la identidad y el paso del tiempo que culmina en la sinestésica serie ‘Doce colores’, inspirada en un cuarteto de cuerda de Schönberg, donde se leen versos como estos, del poema ‘Blanco’: 

La espera cabe, nunca la esperanza.
El futuro se toca, pero es sueño o es humo.
Ya no va a amanecer: todo es inútil. 
Lo único que sucede es un tiempo vacío 
en que la nada nombra, vanamente, las cosas.
Nada de lo que fluye 
puede alzarse en promesa o en mañana. 
Debería nacer, pero no nace.

Con ilustraciones de Lucía Sánchez Flores, la segunda parte es un homenaje al pintor expresionista austríaco Egon Schiele, una indagación en los límites de la expresión pictórica y verbal desde la perplejidad y el asombro, una reflexión sobre la creación artística desde la angustiada incertidumbre que recorre sus pinturas más representativas:

Viena es una hojarasca que el Danubio medita. 
La casa está vacía: solo queda el amor 
atónito de ausencia. Todo el tiempo fue arte.
Todo arte es umbral, todo límite es vano.

La Viena de comienzos del XX, el Hofmannsthal de la Carta de Lord Chandos, la poesía de Rilke y de Trakl o la filosofía de Wittgenstein son el telón de fondo de la tercera parte, recorrida por el mar de los mitos y la noche de las revelaciones y la conciencia de los límites del lenguaje en la crisis de la modernidad, como en este espléndido poema:

Queda la luz del mundo como un pan prometido, 
luz del norte que sueña los montes azulados, 
incendio del ocaso que derrama en el hielo 
lo que el lenguaje oculta con su lazo de sombra.

Palabras que concluyen en su propia distancia 
pues son pozos de sí, espejos de sus rostros.
Encendida presencia que se quema por dentro, 
que el verbo no concede si no se piensa puro. 

Solo tu desnudez te salva para siempre 
y tu sexo en la rocas gime pájaros altos.
Morir es transitorio; lo eterno es el vivir, 
lo dado es la certeza; creer es lo improbable.

Cierra el conjunto un epílogo (‘Apología del silencio’) que contiene doce aproximaciones al sentido de la poesía, el lugar del poema y el papel del poeta con versos como estos, en los que conviven, como en todo el libro, la lucidez y la limpieza expresiva, el cuidado de la palabra y la hondura meditativa:

En el poema, el lenguaje nos implica 
como si en la escena del crimen 
descubriéramos pálidos 
un revólver caliente en nuestras manos.
No importa 
ese mundo ignorante que yace en las palabras: 
es el poeta quien vela -no el lenguaje- 
el tahúr 
que gana o pierde la partida.

El verbo comparece para ser interrogado.
El poema es la pregunta.

Santos Domínguez