Ida Vitale.
Resurrecciones y rescates.
FCE España-Universidad de Alcalá.
Madrid, 2019.
“La poesía, como la muerte, quizás, está rodeada de explicaciones [...] diversas e insuficientes”, escribe Ida Vitale en Poemas en busca de iniciados, el artículo inicial de la primera de las tres secciones en las que se organiza la colección de artículos, ensayos y notas que reúne en Resurrecciones y rescates, el volumen de la Biblioteca Premios Cervantes que publican el Fondo de Cultura Económica de España y la Universidad de Alcalá.
Entre el análisis de textos concretos, la visión panorámica de la obra de un autor o las notas reflexivas, esta selección de textos críticos de diversas épocas agrupa apuntes breves y síntesis globales de las que dice Ida Vitale en la Justificación que abre el volumen:
Esta selección, obviamente muy parcial, para no alcanzar una dimensión excesiva, incluye material de distintos tiempos y lugares. No siempre los nombres incluidos parecerán obvios: responden a lealtades, veneraciones, caprichos sostenidos, a veces descubrimientos felices que reclamaban ser compartidos. Este material deja en reserva una gran parte cuya postergación responde en parte al azar.
La primera parte es una miscelánea en la que la autora reflexiona sobre la creación poética, la traducción o los modos del kitsch y en la que destaca el amplio capítulo titulado La ley de Heisenberg, que reúne notas breves y agudas sobre la lectura y la escritura que aparecieron en Vuelta y Letras libres entre 1997 y 2002. Esta es una de ellas:
Una espléndida biblioteca universitaria algo me ha curado la obsesión de andar de librerías, pero a veces curioseo en una de desafectados, que me deparó un Montale con su dedicatoria. La emoción de ver su letra pequeñita llegó junto a un recuerdo por el que quizás alguien me pida cuentas al pasar la última frontera. Recién llegada a Austin, conocí en una reunión a una profesora americana especialista en Dante. Le dije cuánto compartía sus gustos. Me preguntó, glacial, que para qué leía a Dante. Presenté excusas con todo mi ser y escapé, como la última mujer de Barba Azul al recibir la revelación del peligro: había entrevisto el acorchado fruto de la academia. La dama viva fue la propietaria del libro; difunta quizá la inquietó mi compra.
La segunda sección reúne artículos y ensayos sobre narradores y prosistas, desde una evocación de Bergamín en Montevideo a varios textos sobre Onetti y la unidad de su oscuro mundo de ficción, pasando por una certera aproximación a las claves de la obra de Rulfo, por un recorrido por la trayectoria narrativa de César Aira o por la singularidad de Felisberto Hernández.
La tercera parte, dedicada a los poetas, incluye un acercamiento a la poesía de Cernuda, un artículo sobre la obra ensayística y poética de Valente, textos que expresan su deslumbramiento por la poesía de Zagajewski o su admiración por la poesía de Octavio Paz, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas u Olga Orozco.
En todos ellos sobrevuela la concepción de la poesía como conocimiento que descifra la realidad, como en este fragmento:
Dice Maurice Blanchot: «Hoy el escritor creyendo bajar a los infiernos, se contenta con bajar a la calle». En la calle lo aguarda la koine con sus problemas, que suelen no tener relación con la exactitud del lenguaje que debe preocupar al poeta ni con la trascendencia de la poesía, ni con la ética, en el más hondo y amplio sentido de la palabra. Es cierto que estos problemas que deberían inquietar a todos los hombres parecen haberse ido adelgazando tanto como para ser atendidos cada vez por menos gente. Y quizás ese empobrecerse de su campo es lo que lleva a los conscientes a inquietarse por el sentido actual de la poesía.
Eso de inexplicable que tienen los aciertos poéticos, ese misterio que inquieta a quienes se han habituado a pedir simplificación y acorazada pasividad, suele ser tildado de hermetismo = poesía enrarecida, para pocos, casi para especialistas.
De aquí se puede pasar a suponer que el poeta así estigmatizado codicia la incomunicación, acumula dificultades como bloques para un muro separador. Aquello con lo que tropieza el lector impaciente, el misterio, objeto de fe en términos religiosos, debería ser, para el lector de poesía, objeto de fe poética y pensar que lo secreto y misterioso puede dejar de ser oculto; basta con que el entusiasmo y un cierto sentido poético se apliquen a descifrar y a entender. Una construcción no usual, no desgastada por el uso y un vocabulario más rico pueden ser las dificultades que esperan al lector poco seguro. No son imposibles de enfrentar. El placer del desciframiento entusiasta libera una misteriosa energía, que mueve no solo páginas poéticas: también la buena prosa del mundo.
Santos Domínguez