Eloy Tizón.
Herido leve.
Treinta años de memoria lectora.
Páginas de Espuma. Madrid, 2019.
“Durante el tiempo que duraba la lectura, desaparecían tus inseguridades, temores, fantasmas, traumas y complejos. ¿Cómo decirlo? Leer te graduaba la vista mejor que las gafas. Mientras leías, dejabas de estar ciego. La vida relatada te parecía preferible a la vida sin relatar, como el reflejo de un castillo duplicado en el lago es a veces superior al castillo real. Descubriste que la literatura era un cataclismo llevadero. Y estaba siempre a mano. Gracias a ella pasaste de ser un herido grave a ser un herido leve”, escribe Eloy Tizón en el capítulo inicial de Herido leve, el volumen que publica Páginas de Espuma y en el que reúne, como explica el subtítulo, treinta años de memoria lectora.
“Libros, libros, más libros -añade Tizón -. Diamante corta diamante. Ahí empezó una nueva sacudida que lo trastocaría todo, que lo despeinaría todo, que pondría tu vida patas arriba, hasta hoy: la literatura en el centro y todo lo demás orbitando a su alrededor.”
Hay en estas páginas, además de una incursión en las claves formativas del lector que incorpora la literatura a la vida, “una meditación sobre el sentido del tiempo y la memoria lectora, tanto individual como colectiva, afectadas por todo tipo de vaivenes, tensiones y caprichos, con conclusiones a veces exaltantes y a veces melancólicas. De todo hay.”
Porque “los libros se acaban, pero no se agotan. La narrativa es, como el bosque de Macbeth, una materia sumamente movediza. Cambia de suelo. No permanece estable durante mucho tiempo.”
Herido leve tiene su origen en antiguas colaboraciones de Eloy Tizón en prensa, sometidas ahora a un proceso de cribado y reelaboración antes de integrarse en este volumen. Organizados en una estructura vertebral que las agrupa en ocho series, ocho constelaciones temáticas (los deslumbramientos del lector adolescente, la familia, el viaje, la narrativa rusa, la narrativa en lengua española...) que conectan unos libros con otros, el resultado es un centenar largo de capítulos, entre los que se incorporan algunos inéditos, aunque, como señala Eloy Tizón, “la mayoría de estos ensayos, me parece, sonarán nuevos a los oídos lectores. En su forma actual, pueden considerarse inéditos.”
Desde la evocación de la lectura epifánica de Cien años de soledad a los dieciséis años, durante un verano en la sierra de Madrid, todo es aquí deslumbramiento y elogio de la literatura y la ficción, porque “todos somos ficciones. Lo que nos constituye como seres humanos es, básicamente, un relat. [...] Somos relatos en medio de otros relatos. Nos relacionamos con historias y por medio de historias.”
Y así se suceden en estas páginas el magisterio de Juan Eduardo Zúñiga y las miniaturas precursoras de Felisberto Hernández, la imagen de un Kafka que escribía “para detener el llanto”; otra evocación estacional: la de un invierno releyendo a Onetti hasta confundirse entre sus personajes; el latido mágico del tiempo y de la vida en los cuentos de Nabokov; la condición adolescente de Rayuela y su libertad indecisa; El arte de la ficción de David Lodge,”un libro cordial y seductor”; el sacerdocio literario de Flaubert, que “escribió en contra de sí mismo”; el elogio del detalle individual en Schwob; los paralelismos entre La montaña mágica y El desierto de los tártaros, Esperando a Godot y los personajes de los cuadros de Hopper; las portadas de Daniel Gil para Alianza Editorial y la literatura oriental de Murasaki Shikibu, Mishima o Kazuo Ishiguro; la mirada transeúnte de Alfred Döblin; la combinación de método y locura en El escarabajo de oro de Poe; el Quijote que es a la vez “la primera novela moderna” y “la novela que cancela por anticipado todas las demás novelas”; la metamorfosis del cuento actual o los corredores secretos que comunican ficción y realidad en la narrativa de Monterroso...
A partir de autores como esos, Tizón señala que “los grandes creadores obran en nosotros, parafraseando la hermosa expresión del poeta Paul Celan, un cambio de aliento. Una respiración nueva. Llamamos leer a esa modificación.”
Juliana González-Rivera.
La invención del viaje.
Alianza Editorial. Madrid, 2019.
Como una historia de los relatos que cuentan el mundo resume Juliana González-Rivera en el subtítulo el contenido de su espléndido libro La invención del viaje, que publica Alianza Editorial.
Un libro sobre la escritura del viaje, sobre el que escribe en su introducción que “quienes cuentan el mundo son los viajeros. Ellos han escrito el mapa de las cosmovisiones de todas las épocas, sus relatos han hecho imaginar desiertos, mundos helados, imperios y tierras prometidas.”
Viajes en los que “no hay regreso, no hay llegada. Viaja sólo quien sabe irse”, como escribió en un verso de Historia de las despedidas Pedro Sorela. Porque, como se lee en otro verso del Cuaderno de Abul Qasim, “el viaje verdadero consiste en no volver.”
Un recorrido por la escritura del viaje como universo, como “metáfora de la vida, de la muerte, del conocimiento, de la escritura”, porque “el viaje es una idea” a la que “cada civilización le ha dado una definición.”
Y es que el viaje lo impulsa la curiosidad y lo alimenta la imaginación y en todas las épocas y culturas el viaje se plantea como búsqueda y el camino como aprendizaje, pese a que, como señaló Pascal, todas las desgracias del mundo proceden de la incapacidad del hombre para permanecer en su habitación.
Estas páginas trazan una historia del viaje y de su relato y son un acercamiento a la escritura del movimiento porque “no existe la escritura inmóvil”. Y porque “todo relato es un viaje” hay una intensa relación entre escritura y viaje desde la antigüedad, desde el Poema de Gilgamesh a la Odisea y la Eneida o a viajeros medievales como Marco Polo, tan decisivo en la inspiración de los viajes colombinos y en los cronistas de Indias hasta el viaje moderno, convertido en ejercicio intelectual desde el Renacimiento con precursores como Petrarca que trazó una frontera cultural con su ascenso al Mont Ventoux.
Y desde el Renacimiento de Montaigne a la Ilustración de Voltaire, Swift y Defoe, del viaje como conocimiento de Goethe y Humboldt al viaje sentimental del Romanticismo de Byron, al viaje refinado de Stendhal y a las sociedades geográficas que responden a la llamada de África y dan lugar a exploradores como Richard Burton y Livingstone.
Completan el panorama novelistas viajeros como Jack London, Stevenson y Joseph Conrad y viajeros inmóviles en el viaje contemporáneo, en el que “el hombre es el héroe, un viajero, un ser simbólico que sólo se puede explicar mediante la palabra, la narración. Y el viaje nunca dejará de ser la gran metáfora, la alegoría poderosa que favorece nuestra mutua comprensión.”
En un momento en el que el género puede parecer exhausto, la autora sin embargo lo reivindica con estas palabras:
“El relato de viajes no ha muerto pero si agoniza hay que reinventarlo, resucitarlo, seguir buscando la última frontera como el personaje del cuento de Dino Buzzati, porque cada época necesita sus viajeros y la nuestra no es la excepción. Es urgente que reaprendeamos a viajar, a ver. Para, otra vez en la ruta, con el saber que sólo ella provee, podamos escribir la historia de nuestro tiempo y reinventar el mundo de una forma más fidedigna que la de los espejos.”
Martin Buber.
Confesiones extáticas.
Traducción de José Rafael Hernández Arias.
Hermida Editores. Madrid, 2019.
Con traducción de José Rafael Hernández Arias, Hermida Editores publica la primera edición en español de las Confesiones extáticas, de Martin Buber (1878 –1965), un recorrido por los textos que reflejan el éxtasis místico en las distintas tradiciones, de la oriental a la occidental, del sufismo al hinduismo o al cristianismo.
La experiencia del éxtasis se encuentra con las limitaciones expresivas propias de lo inefable, de la difícil y limitada traducción en palabras de una vivencia irracional y emocional.
Se trata de la casi imposible tarea de hacer, si no inteligible sí al menos comunicable, una experiencia visionaria, lo que ha otorgado tradicionalmente a los textos místicos unos valores poéticos que los hacen particularmente ricos. Con el símbolo y la metáfora como bases de su lenguaje, el texto que reconstruye la experiencia mística con la voluntad de expresar lo inexpresable.
Por eso en estos textos “la fuerza de la experiencia, el querer decir lo indecible, la voz humana han creado una unidad memorable”, porque “aquello que se experimenta en el éxtasis es la unidad del yo.”
Es en ese momento cuando el místico choca con los límites del lenguaje racional para dar cuenta de una experiencia visionaria que no es conocimiento, sino vivencia que se traduce en imágenes, sueños y visiones.
Y es que el místico -escribe Buber- “dice las formas y los sonidos y advierte que no dice la vivencia, no el fundamento, no la unidad, y quisiera detenerse y no puede, y siente lo indecible como una puerta con siete cerrojos que él manipula sabiendo que no va a abrirse, pero no puede dejarlo. Pues la Palabra arde en su interior. El éxtasis ha muerto, asesinado a tradición por el tiempo, que no quiere que se burlen de él; pero, muriendo, ha arrojado la palabra en él, y la palabra arde en su interior. Y él habla, habla, no puede callar, le impulsa la llama en la palabra, él sabe que no la puede decir y, no obstante, lo intenta, una y otra vez, hasta que su alma queda mortalmente extenuada y la palabra le abandona.”
Y para dar testimonio de esa experiencia desgarrada, de esa separación entre el lenguaje y la vivencia, Buber propone un amplio recorrido por una significativa cantidad de autores que desde la tradición oriental a la occidental, del hinduismo al misticismo cristiano, del Mahabarata al sufismo, de Plotino a Lao-Tsé o de Hildegard a Santa Teresa completa una antología de textos místicos en los que “la voluntad de decir del extático no es meramente impotencia y balbuceo: también es poder y melodía.”
Owen Barfield.
El arpa y la cámara.
Traducción de María Tabuyo y Agustín López.
Atalanta. Gerona, 2019.
Del segundo de los seis ensayos breves de Owen Barfield (1898-1997) que contiene el volumen toma su título El arpa y la cámara, que publica Atalanta con traducción de María Tabuyo y Agustín López.
Este ensayo tiene su origen en una conferencia que Barfield pronunció en el Wheaton College de Illinois y en ese texto se unen dos ingenios de Athanasius Kircher, un jesuita alemán del XVII: el arpa de viento y la cámara oscura, que se convierten aquí en emblemas del pensamiento romántico y del hombre posrenacentista respectivamente y que son también -explica Barfield- “tipificaciones del proceso de la percepción” del mundo convertido en experiencia propia.
Es el aire de la inspiración y la luz como base de la imagen y de la imaginación, uno de los ejes de interés de este ensayo que aborda también los procesos metafóricos que conectan la palabra con la realidad y el pensamiento.
Barfield presenta “la historia de la mente occidental como una especie de guerra entre el arpa y la cámara” en la que finalmente se ha impuesto esta última, porque -afirma- “vivimos en la civilización de la cámara.”
“Entre todos los signos amenazantes que nos rodean a mediados del siglo XX tal vez lo que genera mayor desasosiego en las personas reflexivas sea la creciente y difundida sensación de una ausencia de sentido” como resultado de la crisis del positivismo y el materialismo tras la revelación de sus limitaciones y el alejamiento de la naturaleza.
Y para redescubrir el sentido de la vida, Barfield reivindica la metáfora y el símbolo, el sueño y el mito como manifestaciones de la conciencia extraordinaria del inconsciente o la relación especial que establece la imaginación con la materia y el espíritu para tender puentes que salven el vacío que existe entre los dos, porque “vivimos en ese hueco, en esa brecha abierta entre la materia y el espíritu; existimos en virtud de ello como espíritus individuales autónomos y autoconscientes, como seres libres.”
En la raíz de estos seis ensayos hay una reivindicación del espíritu, que “no es lo que podemos percibir, sino lo que somos; y la experiencia del espíritu no depende de lo que vemos, sino de la manera en que miramos.”
Georg Simmel.
Goethe.
Traducción de José Rovira Armengol.
Renacimiento. Sevilla, 2019.
“No es intención de esta obra hacer una biografía, ni tampoco dar una interpretación y valoración de la creación poética de Goethe. No, mi pregunta dice: ¿cuál es el sentido espiritual de la propia existencia de Goethe? Entiendo por sentido espiritual las relaciones del modo de existencia de Goethe y sus manifestaciones frente a las grandes categorías de arte e intelecto, práctica y metafísica, naturaleza y alma, y los desarrollos que gracias a él experimentaron esas categorías”, explica Georg Simmel en el prefacio de su Goethe, que publica Renacimiento con traducción de José Rovira Armengol.
Completado con el apéndice ‘Kant y Goethe para la historia de la concepción moderna del mundo’, este ensayo -que se publicó originalmente en 1913 y no se había editado hasta ahora en España- aborda algunos elementos fundamentales relativos a Goethe y a su relación entre vida y creación, a su búsqueda de la verdad o a su afán de comprensión del funcionamiento del mundo.
Con el rigor y la solidez intelectual de Simmel para indagar en la personalidad espiritual y en la concepción de la vida de Goethe, “que siempre calificó de gran confesión todo cuanto él creó”, el ensayo aborda los conceptos goethianos de verdad, belleza y conocimiento, arte o naturaleza, esenciales en la interpretación del mundo. Una interpretación que se produce en el lugar donde se cruzan la subjetividad y la objetividad para reunir obra y vida interior en la intersección de ideas y biografía y en la objetivación de la existencia individual.
No se trata de una biografía convencional, sino de un ensayo hondo y riguroso, de un ejercicio de aproximación al mundo intelectual de Goethe, porque lo que pretende Simmel es “proyectar sobre el plano del pensamiento de significación intemporal la vida de Goethe, ese afán incesante de autodesarrollo y productividad, para lo cual es obvio que importa prolongar por todas partes las líneas más allá de los límites de su propia pensamiento y creación, puesto que solo así será posible aquilatar su significación en tipo y amplitud.”
Rafael Sánchez Ferlosio.
Glosas castellanas y otros ensayos (diversiones).
Universidad de Alcalá. Fondo de Cultura Económica.
Madrid, 2005.
Glosas castellanas, El castellano y la Constitución, Barroco y Lenguajes son los cuatro ensayos ferlosianos en torno a la lengua que el Fondo de Cultura Económica y la Universidad de Alcalá reunieron en el volumen Glosas castellanas y otros ensayos en la Biblioteca Premios Cervantes.
El primero, Glosas castellanas, es una de las obras de las que Ferlosio decía sentirse más satisfecho. Tiene como origen la réplica a un artículo de Lázaro Carreter y entre la gramática y la narratología y con la Teoría del lenguaje de Bühler al fondo, proyecta en estas Glosas la pasión gramatical del autor en torno a tres centros de interés: el verbo traspunte, los adverbiales tristes y los compuestos nominales de verbo+complemento directo.
Los verbos blancos, la unidad textual, la deixis en fantasma, la anáfora y la analogía, la metonimia o los topónimos son objeto del genio analítico de Ferlosio, de su capacidad de observación, de relación y de reflexión.
Sobre los motivos y el sentido de El castellano y la Constitución, escribía el autor en el primer párrafo:
Hace veinte años me había propuesto no decir ya ni mu sobre asunto de lenguaje, no por otra cosa, tras millares de noches y cientos de cuadernos, que por mi salud mental. Pero, como todavía hay personas que siguen llamándose a agravio por el primer párrafo del artículo tercero de la Constitución […] me veo empujado a hacer una excepción y “cantar la mía” —como decían en el Tartarín de Tarascón— sobre el asunto.
Cuatro ensayos desarrollados con una actitud que reveló el propio Ferlosio cuando los agrupó en el misceláneo El alma y la vergüenza, del año 2000, en un apartado titulado Diversiones.
Cuatro ensayos que muestran a un Ferlosio lúcido y apasionado, lúdico y polémico, consciente siempre de la importancia de los mecanismos que articulan el lenguaje y la mirada a la realidad.
Francisco Torres Monreal.
Introducción básica a la poesía.
Cátedra. Madrid, 2019.
“La poesía es algo vivo. Los poetas forman parte de nuestra gran familia humana. Todas nuestras alegrías, todas nuestras miserias, todos nuestros anhelos, todas todas nuestras pasiones están plasmados en sus versos. Como los ríos y los pájaros, los poetas no saben de fronteras. Mirándose en el espejo del mundo, nos miran por encima de credos, lenguas, ideologías. Rompamos, como ellos, las fronteras, y respiremos un aire de alturas. Leamos a los poetas y aprendemos con ellos a leer poéticamente el mundo. Porque el mundo, pletórico de destellos, se nos ofrece cada día, cada hora, en su bello hacerse”, escribe Francisco Torres Monreal en el epílogo de la Introducción básica a la poesía que publica Cátedra en su colección de Crítica y Estudios literarios.
Recorridos y encuentros son las dos partes de esta apasionada invitación a la poesía que ofrece un recorrido por tres mil años de poesía, un viaje por la selva de sus símbolos y una visita demorada a temas como el amor y la libertad, el tiempo y la memoria.
Una defensa de la poesía que propone la implicación del corazón y el conocimiento, del pensamiento y la emoción, del sentimiento y la razón y concibe el hecho poético como instrumento del diálogo entre el sujeto y el objeto, entre el yo y el mundo.
Con la percepción como motor de la poesía, se abordan en estas páginas los procesos que llevan de la percepción al concepto, de la sensación al sentimiento, del contacto de los sentidos al conocimiento de la realidad.
Experiencia emocional y percepción unidas intensamente en la poesía oriental o desarrolladas en el encuentro entre escritura y lectura o entre poesía y música en Beethoven y Bach, Tchaikovsky y Vivaldi, Haydn y Mozart, Mahler y Haendel.
Y un abundante muestrario de textos poéticos -de Whitman y Homero, Bécquer y Anna Ajmátova, Platón y Baudelaire, San Juan de la Cruz y Rilke, Hölderlin y Valente, Borges y Brodsky, Eliot y Kavafis, románticos ingleses y simbolistas franceses, Shakespeare y Valéry, Machado y Saint-John Perse, Virgilio y Cernuda, Dante y Ovidio- que reflejan el variado diálogo del poeta con la realidad y la naturaleza a través de las sinestesias y los símbolos, los mitos o los sueños.
“¡Napoleón y Stendhal! La sola mención de estos dos nombres juntos emite una vibración especial para todos aquellos que conservan vivo el impacto que les produjo la lectura de Rojo y negro o de La cartuja de Parma. Puede que, desde la Ilustración, no se haya dado un caso equivalente de sintonía entre un gran escritor –Stendhal- y uno de los grandes poderosos de la Tierra: Napoleón. No se trata, ni mucho menos, del tipo de alianza o de complicidad que llegó a establecerse entre, por ejemplo, Gorki y Lenin, en el marco de la Revolución rusa, o entre Malraux y De Gaulle, en la Francia posterior a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de algo más impreciso y a la vez más amplio, que señala a Stendhal como el más fiel cronista del impacto y de las transformaciones espirituales que, en la Europa posterior a la Revolución francesa, supuso la emergencia, el imperio y la caída de Napoleón. Nadie como Stendhal captó de manera tan certera el modo en que la figura, las conquistas y el destierro de Napoleón encendieron la imaginación de al menos dos generaciones de europeos, transformando en no pocos casos la relación con su propio destino”, escribe Ignacio Echevarría en la magnífica Introducción que ha escrito para la edición de Napoleón. Vida y memorias, de Stendhal en Penguin Clásicos con traducción y cronología de Consuelo Berges.
En dos ocasiones intentó Stendhal abordar la biografía de Napoleón, un proyecto largamente elaborado que no llegó a culminar. La primera en 1817, con un Napoleón desterrado en Santa Elena y con un Stendhal que mantenía pese a todo sus convicciones bonapartistas exiliado en Milán.
Tras aquella Vida de Napoleón, primer esbozo de una biografía inconclusa que tuvo como eje la vertiente militar de Napoleón, veinte años después, muerto ya el emperador, un Stendhal muy distinto empezó sus Memorias de Napoleón, centradas en la campaña en Italia, escindido entre la admiración al personaje y lo que representó y el desprecio al tirano, al que consideraba “el hombre más grande aparecido desde César.”
Stendhal había formado parte de los ejércitos napoleónicos en la campaña de Rusia y en la victoria de Batzen en 1813. De su conocimiento de los campos de batalla cuando era todavía Henry Beyle dejó un testimonio ejemplar en La Cartuja de Parma y en su inolvidable descripción desorientada y perpleja de la batalla de Waterloo.
“Caí con Napoleón en abril de 1814”, escribió en su autobiográfica Vida de Henry Brulard, donde dejó reflejado su bonapartismo, aunque en menor medida que en los protagonistas de sus dos novelas fundamentales: Julien Sorel en Rojo y negro y Fabricio del Dongo en La Cartuja de Parma, dos personajes en los que proyectó el entusiasmo y la exaltación romántica ante la figura de Napoleón un Stendhal que consideraba que “la vida de este hombre es un himno a la grandeza de alma.”
Stendhal no escribía estas páginas sobre el hombre, sino sobre el personaje histórico, sobre la estatua y el pedestal. El que acometía las memorias de Napoleón era un Stendhal que había publicado ya su Rojo y negro, una novela napoleónica en gran medida, y que declaraba en el Prefacio:
El amor a Napoleón es lo único que ha perdurado en mí, lo que no me impide ver los defectos de su espíritu y las mezquinas flaquezas que pueden reprochársele.
Y con esa mirada admirativa y crítica aborda Stendhal lo que Ignacio Echeverría define en su Introducción como “la sustancia histórica y personal de un mito que dio impulso y vuelo al primer novelista contemporáneo.”
De Sade a Leopoldo María Panero es el subtítulo de Linaje de malditos, el volumen en el que Mario Campaña reúne diez ensayos que apuntan a un mismo centro: el malditismo literario.
Poe, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Artaud, Burroughs, Bukowski y Jim Morrison son los otros nombres objeto de estudio de este volumen, que se abre con una espléndida introducción -La rebelión del mal- en la que Mario Campaña explica su propósito a la hora de ofrecer “una relación de formas de resistencia que en el último siglo y medio alcanzó una confusa celebridad.”
Formas de resistencia que se resumen en la calificación de malditos en torno a los que Mario Campaña expone “el material biográfico y crítico que he sido capaz de acopiar sobre algunos de los autores que han dado forma a esta leyenda: una parte de nuestro mundo y de nuestra cultura, gente que directa o indirectamente influyen en la construcción de la sensibilidad moderna. Expuestas de modo legendario, sus vidas han servido de modelo ético a las generaciones que pretendieron evitar las fórmulas de sus mayores, aceptadas más con desprecio que con resignación. Son vidas que no pertenecen al pasado sino al presente porque formularon respuestas originales, audaces y contradictorias hasta la retractación, como los casos de Rimbaud y Lautréamont, a una de las preguntas más vagas y perseverantes que afrontamos todos: ¿cómo debe conducir su vida una persona para alcanzar sus metas, satisfacer sus deseos y no acabar en el envilecimiento, la amargura o la miseria?”
Y con ese planteamiento inicial, Mario Campaña aborda la lección de moral de Sade, los sueños en lechos de fuego de Poe, la hora cero de Baudelaire o el ataque a la conciencia de Lautréamont; se acerca a la figura de Rimbaud y al desarreglo razonado de los sentidos, a la ira de Artaud en el tiempo del mal, a la vida y la obra de Burroughs el exterminador, a la sinfonía del triunfo en Bukowski o a Jim Morrison como un espía en la casa del amor, antes de cerrar el último capítulo en torno a la vida imposible de Leopoldo María Panero.
Mario Campaña, que ya dio muestras de su capacidad y rigor como ensayista en Baudelaire. Juego sin triunfos, vuelve a combinar aquí con brillantez el seguimiento biográfico y el análisis de las claves literarias esenciales de estos autores, con el apoyo de un sólido aparato crítico evidenciado en las notas y en la bibliografía final.
En este párrafo se podría resumir su mirada a los malditos que estudia en este libro:
Conservar la vida menoscabada o arriesgar la vida para salvarla, he ahí el dilema al que los artistas malditos han dado siempre una respuesta que los emparenta con los fundadores de la estirpe: vivir la plenitud, ser como dioses. Eligieron la caída y eligiéndola contribuyeron al ensanchamiento de nuestro espacio moral. Acaso esa es nuestra deuda. Porque de ese modo “el poeta es verdaderamente un ladrón de fuego.”
Stendhal.
Napoleón.
Vida y memorias.
Traducción y cronología de Consuelo Berges.
Introducción de Ignacio Echevarría.
Penguin Clásicos. Barcelona, 2019.
En dos ocasiones intentó Stendhal abordar la biografía de Napoleón, un proyecto largamente elaborado que no llegó a culminar. La primera en 1817, con un Napoleón desterrado en Santa Elena y con un Stendhal que mantenía pese a todo sus convicciones bonapartistas exiliado en Milán.
Tras aquella Vida de Napoleón, primer esbozo de una biografía inconclusa que tuvo como eje la vertiente militar de Napoleón, veinte años después, muerto ya el emperador, un Stendhal muy distinto empezó sus Memorias de Napoleón, centradas en la campaña en Italia, escindido entre la admiración al personaje y lo que representó y el desprecio al tirano, al que consideraba “el hombre más grande aparecido desde César.”
Stendhal había formado parte de los ejércitos napoleónicos en la campaña de Rusia y en la victoria de Batzen en 1813. De su conocimiento de los campos de batalla cuando era todavía Henry Beyle dejó un testimonio ejemplar en La Cartuja de Parma y en su inolvidable descripción desorientada y perpleja de la batalla de Waterloo.
“Caí con Napoleón en abril de 1814”, escribió en su autobiográfica Vida de Henry Brulard, donde dejó reflejado su bonapartismo, aunque en menor medida que en los protagonistas de sus dos novelas fundamentales: Julien Sorel en Rojo y negro y Fabricio del Dongo en La Cartuja de Parma, dos personajes en los que proyectó el entusiasmo y la exaltación romántica ante la figura de Napoleón un Stendhal que consideraba que “la vida de este hombre es un himno a la grandeza de alma.”
Stendhal no escribía estas páginas sobre el hombre, sino sobre el personaje histórico, sobre la estatua y el pedestal. El que acometía las memorias de Napoleón era un Stendhal que había publicado ya su Rojo y negro, una novela napoleónica en gran medida, y que declaraba en el Prefacio:
El amor a Napoleón es lo único que ha perdurado en mí, lo que no me impide ver los defectos de su espíritu y las mezquinas flaquezas que pueden reprochársele.
Y con esa mirada admirativa y crítica aborda Stendhal lo que Ignacio Echeverría define en su Introducción como “la sustancia histórica y personal de un mito que dio impulso y vuelo al primer novelista contemporáneo.”
Mario Campaña.
Linaje de malditos.
De Sade a Leopoldo María Panero.
Paso de Barca. Barcelona, 2014.
De Sade a Leopoldo María Panero es el subtítulo de Linaje de malditos, el volumen en el que Mario Campaña reúne diez ensayos que apuntan a un mismo centro: el malditismo literario.
Poe, Baudelaire, Lautréamont, Rimbaud, Artaud, Burroughs, Bukowski y Jim Morrison son los otros nombres objeto de estudio de este volumen, que se abre con una espléndida introducción -La rebelión del mal- en la que Mario Campaña explica su propósito a la hora de ofrecer “una relación de formas de resistencia que en el último siglo y medio alcanzó una confusa celebridad.”
Formas de resistencia que se resumen en la calificación de malditos en torno a los que Mario Campaña expone “el material biográfico y crítico que he sido capaz de acopiar sobre algunos de los autores que han dado forma a esta leyenda: una parte de nuestro mundo y de nuestra cultura, gente que directa o indirectamente influyen en la construcción de la sensibilidad moderna. Expuestas de modo legendario, sus vidas han servido de modelo ético a las generaciones que pretendieron evitar las fórmulas de sus mayores, aceptadas más con desprecio que con resignación. Son vidas que no pertenecen al pasado sino al presente porque formularon respuestas originales, audaces y contradictorias hasta la retractación, como los casos de Rimbaud y Lautréamont, a una de las preguntas más vagas y perseverantes que afrontamos todos: ¿cómo debe conducir su vida una persona para alcanzar sus metas, satisfacer sus deseos y no acabar en el envilecimiento, la amargura o la miseria?”
Y con ese planteamiento inicial, Mario Campaña aborda la lección de moral de Sade, los sueños en lechos de fuego de Poe, la hora cero de Baudelaire o el ataque a la conciencia de Lautréamont; se acerca a la figura de Rimbaud y al desarreglo razonado de los sentidos, a la ira de Artaud en el tiempo del mal, a la vida y la obra de Burroughs el exterminador, a la sinfonía del triunfo en Bukowski o a Jim Morrison como un espía en la casa del amor, antes de cerrar el último capítulo en torno a la vida imposible de Leopoldo María Panero.
Mario Campaña, que ya dio muestras de su capacidad y rigor como ensayista en Baudelaire. Juego sin triunfos, vuelve a combinar aquí con brillantez el seguimiento biográfico y el análisis de las claves literarias esenciales de estos autores, con el apoyo de un sólido aparato crítico evidenciado en las notas y en la bibliografía final.
En este párrafo se podría resumir su mirada a los malditos que estudia en este libro:
Conservar la vida menoscabada o arriesgar la vida para salvarla, he ahí el dilema al que los artistas malditos han dado siempre una respuesta que los emparenta con los fundadores de la estirpe: vivir la plenitud, ser como dioses. Eligieron la caída y eligiéndola contribuyeron al ensanchamiento de nuestro espacio moral. Acaso esa es nuestra deuda. Porque de ese modo “el poeta es verdaderamente un ladrón de fuego.”
Santos Domínguez