9/2/18

Goethe. Elegía de Marienbad


J. W. von Goethe.
Elegía de Marienbad.
Traducción e introducción 
de Helena Cortés.
Linteo Poesía. Orense, 2017.

Y ahora, ya lejos, ¿qué hacer con el minuto?

Ese espléndido verso forma parte de la Elegía de Marienbad en la edición bilingüe que publica Linteo Poesía con traducción e introducción de Helena Cortés.

Termina con esta estrofa:

Que yo a mí me perdí, y al universo,
yo que antes era el amado de los dioses:
me han puesto a prueba y a Pandora me dieron, 
más rica en peligros de lo que es en dones. 
Junto a sus pródigos labios me empujaron: 
pues me apartaron, al abismo me arrojaron.

Goethe, que tenía ya 74 años, se había enamorado de Ulrike von Levetzow, una adolescente de 19 años que como es natural rechazó su petición de matrimonio. Habían compartido veraneos en la ciudad balneario de Marienbad desde 1821, porque el poeta conocía a su madre y frecuentaba a la familia, pero fue en 1823 cuando, recuperado ya del infarto que había sufrido en febrero, aumenta la atracción que ejerce sobre él aquella joven que lo veía más como un padre o como un abuelo que como un posible amante. 

En julio y agosto de 1823 compartieron paseos para coleccionar piedras y nubes. Y al final del verano, tras la mediación fallida de su amigo, el duque de Weimar, llega la decepción y el viejo Goethe se refugia en el poder consolador de la escritura y escribe la Elegía en el viaje de vuelta a Weimar: 

“Escribí el poema inmediatamente después de partir de Marienbad –le comentaba a su secretario Eckermann-, cuando aún estaba sumido en la plenitud y frescura del sentimiento de lo que había vivido. A las ocho de la mañana, en la primera parada, escribí la estrofa inicial, y así seguí componiendo el poema en el coche, escribiendo a cada parada lo que había retenido en la memoria durante el trayecto, de manera que por la noche ya lo tenía listo sobre el papel. Por eso tiene cierto carácter de inmediatez y está hecho de una sola pieza, lo que probablemente favorezca al conjunto.”

Lo mantuvo secreto y aunque lo tenía por su poema más querido sólo se lo mostró a su círculo más cercano. Lo consideraba “producto de un estado de pasión extrema”, según le confesaba a su confidente Eckermann, que en sus Conversaciones con Goethe escribía: “los sentimientos expresados en él eran más intensos de lo que estamos acostumbrados a encontrar en otros poemas de Goethe.” 

La escritura del poema, en cuyas estancias de seis versos se conjugan la intensidad sentimental y la perfección formal, tuvo una función sanadora, le sirvió para aliviar el dolor, para sublimar en su tono elegíaco la pérdida del amor, la decepción por el rechazo:

“Goethe se salva -explicaba Zweig en Momentos estelares de la humanidad- por medio de ese poema”, que suponía “la despedida del amor, transformada en eternidad a través del conmovedor lamento. (...) La poesía alemana no ha conocido un momento más grandioso que aquel en el que el más primigenio sentimiento se vertió en este imponente poema.”

Un poema en el que el amor y la vejez se dan cita bajo la mirada elegiaca del poeta, como explica Helena Cortés en su introducción –Marienbad o la caducidad de la vida: 

“Para Goethe, la caducidad del amor y la caducidad de la vida son heridas existencialmente indistinguibles que causan la misma nostalgia y amargura, aunque también obligación de renuncia y de sabia, aunque no por eso menos dolorosa, aceptación de que, llegado a un punto, el hombre ya sólo puede aspirar a fundirse, calladamente en esa calma que recubre las cumbres más altas, en la quietud eterna de la naturaleza.”

Santos Domínguez