25/12/17

T. S. Eliot. Cuatro cuartetos

T. S. Eliot.
Cuatro cuartetos.
Aproximación y edición 
José Emilio Pacheco.
Prólogo de Luis García Montero.
Alianza editorial. Libros singulares. Madrid, 2017.

“Como el mes de abril en La tierra baldía, el jardín de Burt Norton mezcla memoria y deseo. Es un jardín secreto lleno de ecos y espectros, flores vivas y pétalos muertos sobre los que se acumula el polvo. Allí el pasado se hace presente y el presente lleva consigo el recuerdo futuro de lo que está sucediendo” escribe José Emilio Pacheco en una de las espléndidas notas que incorpora la nueva edición de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot en Libros singulares de Alianza Editorial.

Con prólogo de Luis García Montero, es la última versión de la traducción que José Emilio Pacheco había publicado en el Fondo de Cultura Económica en 1989 -de la que decía Octavio Paz que era la mejor versión de los Cuatro cuartetos en cualquier idioma, no sólo en español-, aunque sin las anotaciones ni la cronología que se incorporan ahora por vez primera. 

José Emilio Pacheco, que mantuvo con Eliot una relación conflictiva en la que se mezclaban la admiración poética y la distancia ideológica, hizo de esta traducción un ejercicio de escritura, como señala en su prólogo Luis García Montero, que destaca que el poeta mexicano  “trabajó sus traducciones como si se tratase de un poema propio.” 

Cuando Eliot publicaba en 1936 Burnt Norton, tras largos años de silencio poético desde La tierra baldía, no sabía aún que ese poema sería el primero de un ciclo: el de los Cuatro cuartetos en los que alcanzaría su mayor perfección formal y su mayor hondura meditativa. 

Esa obra inesperada de madurez era el resultado de una profunda crisis personal y de un proceso de transformación espiritual que le había llevado a convertirse al catolicismo y a adoptar la nacionalidad británica a finales de los años veinte. 

Hizo falta un hecho casual, el encargo de dos piezas teatrales para la iglesia, La roca y Asesinato en la catedral, para que Eliot encontrase un nuevo tono de voz, porque en los coros de La roca (1934) se prefigura ya la tonalidad musical de los Cuatro cuartetos. 

Al año siguiente escribió Asesinato en la catedral, un drama religioso sobre Tomás Becket. De uno de los descartes de esa obra salió el comienzo de Burnt Norton, que concibió en principio como un poema aislado y que acabará convirtiéndose en la obertura del conjunto de los Cuatro cuartetos: 

El tiempo presente y el tiempo pasado 
Acaso estén presentes en el tiempo futuro. 
Tal vez a ese futuro lo contenga el pasado. 

En ese estilo dramático, a medio camino entre la reflexión en voz alta y la apelación al lector, se moduló la nueva tonalidad poética de Eliot en un estilo marcado por la influencia bíblica de los libros sapienciales y de Dante. Era un estilo más conversacional, más cercano al lector, más discursivo e inteligible que el de La tierra baldía.

Se inauguraba así un nuevo ciclo poético que sería el resultado de la reinvención personal y literaria de Eliot y de la sacudida de la guerra, que sobrevuela trágicamente desde 1939 los otros tres poemas del ciclo: East Coker, The Dry Salvages y Little Gidding. 

Cada uno de los Cuatro cuartetos remite a lugares vinculados a la biografía de Eliot, a su experiencia vital y a una significación religiosa o filosófica asociada a cada uno de los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego. 

En conjunto, un ciclo poético en el que el poeta establece un diálogo intelectual con la tradición, reconstruye el sentido del mundo desde una perspectiva transcendente y hace una relectura de la realidad a través de lo sagrado.

Con una arquitectura musical muy meditada en cada uno de sus cinco movimientos internos, los Cuatro cuartetos exploran el ascetismo de la vía purgativa, reúnen la meditación y la descripción, lo confesional y la capacidad metafórica. 

Con su tonalidad sentenciosa y persuasiva, la voz de estos poemas incorpora distintas tradiciones en busca de la divinidad y la transcendencia. Eliot convoca en ellos el espacio y el recuerdo en una mirada al interior de sí mismo, en busca del orden y del sentido, del lugar de intersección de lo temporal y lo intemporal, del luego y el antes, en Inglaterra y en ningún sitio, en un tiempo primordial (“Siempre y jamás”) anterior a los nombres y en una estructura compositiva que va desarrollando temas y variaciones. 

Por eso el tema central abre el segundo cuarteto, East Coker, con la frase “En mi principio está mi fin” y lo clausura: “En mi fin está mi principio” y va recorriendo los textos del libro hasta el último poema del ciclo, Little Gidding, que se cierra con un movimiento que remite otra vez al tema central, presente desde el comienzo de los Cuatro cuartetos: 

Lo que llamamos el principio es a menudo el fin 
Y llegar al final es llegar al principio. 
El fin es el lugar del que partimos.