7/11/17

Tumbas de poetas y pensadores

Cees Nooteboom.
Tumbas de poetas y pensadores. 
Fotografías de Simone Sassen.
Traducción de María Condor.
Siruela. Madrid, 2017. 

¿Por qué visitamos la tumba de alguien a quien no hemos conocido en absoluto? Porque aún nos dice algo, algo que sigue resonando en nuestros oídos, que hemos retenido e incluso no hemos olvidado, que nos sabemos de memoria y de vez en cuando repetimos, en voz baja o en voz alta. 
 (...)
Los poetas cuyas tumbas he visitado sabían todo esto. Yo no revelo aquí ningún secreto. Las he visitado porque forman parte de mi vida. Porque han acompañado dicha vida de las maneras más diversas y en los momentos más variados. Unas veces eran lisa y llanamente poetas, poetas en sentido amplio: versificadores y pensadores, escritores y filósofos, es decir, junto a Celan y Dante estaban también Descartes y Wittgenstein, Mann y Kafka; y otras, como en el caso de Borges o Joyce, una combinación de ambos. Para mí son voces vivas. Ni siquiera entre miles de lápidas funerarias he tenido jamás la sensación de haber ido a visitar a un muerto. La relación es siempre personal, incluso cuando se trata de poetas que murieron hace tanto tiempo como Virgilio, Hölderlin o Leopardi. 

Esas líneas pertenecen a Tumbas de poetas y pensadores, el libro de Cees Nooteboom que publica Siruela con traducción de María Condor.

Ilustrado con las espléndidas fotografías en blanco y negro que hizo Simone Sassen, es un libro espectacular que propone no sólo un itinerario por decenas de tumbas de escritores. Es también y sobre todo un diálogo con esos autores y una lúcida aproximación a sus obras, porque “cada visita a la tumba de un poeta es una conversación en la cual la respuesta ya está ahí mucho antes que todo lo que nosotros mismos pudiéramos decir.”

Las tumbas de Proust, Vallejo y Wilde en el cementerio Père Lachaise de París;  el Monte Vaea de Samoa donde está enterrado Stevenson en medio de un silencio vivo sobre la selva virgen; la lápida de Yeats en la niebla de la costa irlandesa; las tumbas nevadas de Canetti, Thomas Mann y Joyce cerca de Zúrich; la de Valéry en su cementerio marino y la de Chateaubriand entre las rocas de St. Malo contra un fondo de olas en la abrupta costa de Bretaña; las tumbas de Keats y Shelley en el Cementerio Acattolico de Roma; las de Beckett, Cortázar y Baudelaire en Montparnasse; la de Borges en Ginebra bajo una inscripción en anglosajón –Y nada temas- tan lejana de la de Bioy Casares en La Recoleta bonaerense; las tumbas vienesas de Bernhard y Auden, a la sombra de una pequeña iglesia blanca; la de Italo Calvino en la Toscana y la de René Char en la Provenza; la de T. S. Eliot en East Coker -in my beginning is my end / in my end  is my beginning- las de Goethe y Schiller,vecinos en su cripta de Weimar; las tumbas costeras de Robert Graves en Deià y de Neruda en Isla Negra; las de Hölderlin en Tubinga y Leopardi en Nápoles; la de Machado en Collioure; las tumbas venecianas de Pound y Brodsky...

Una viva evocación de los autores y de sus obras, porque “visitamos a unos muertos a los que conocemos mejor que a la mayoría de los vivos.”

Y porque en gran medida la literatura es una conversación con los muertos, Cees Nooteboom visitó durante años decenas de tumbas de poetas y pensadores. De esa experiencia surgió este libro, un viaje inducido por la lectura y que invita a la relectura, porque “el que visita la tumba de un poeta emprende una peregrinación a sus obras completas.”

Santos Domínguez