John
Berger.
Y
nuestros rostros, mi vida, breves como fotos.
Ilustraciones
de Leticia Ruifernández.
Traducción
de Pilar Vázquez.
Prólogo
de Manuel Rivas.
Nórdica
Libros. Madrid, 2017.
Cuando
abro la cartera
para
enseñar el carné
para
pagar algo
o
para consultar el horario de trenes
te
miro.
El
polen de la flor
es
más viejo que las montañas
Aravis
es joven
para
ser una montaña.
Los
óvulos de la flor
seguirán
desgranándose
cuando
Aravis, ya vieja,
no
sea más que una colina.
La
flor en el corazón
de
la cartera, la fuerza
de
lo que vive en nosotros
sobrevive
a la montaña.
Y
nuestros rostros, mi vida, breves como fotos.
Del
último verso de ese poema de John Berger que abre el volumen toma su título el
bellísimo libro que publica Nórdica con traducción de Pilar Vázquez,
ilustraciones de Leticia Ruifernández y un prólogo de Manuel Rivas – John Berger:
La mirada fértil, la mano sincera- en el que se lee:
“Quien
se dedica a deslumbrar, pierde la facultad de descubrir. La luz de Berger descubre
lo que permanecía invisible u oculto, pero su aproximación no es la de una
luz depredadora o dominante. No hay una jerarquía en el descubrimiento. En
realidad, existe descubrimiento donde hay enigma. Si deslumbras al descubrir,
haces desaparecer el enigma. La aproximación de Berger busca no ahuyentar el
enigma, sino protegerlo.
(...)
Toda
la obra de John Berger es un laborioso avance por la incerteza, merodeando, sin
pisar. Y eso es lo que permite ver lo imprevisible, pero también crear lo
jamais vu, otras especies, otras realidades. El realismo de Berger consistía
en ir «más allá» de la realidad.”
Organizado
en dos partes – Una vez y Aquí-, la primera trata del tiempo; la segunda, del
espacio. Y en torno a esos dos ejes se organizan los textos de este volumen
poliédrico en el que se conjugan o alternan las diferentes miradas de Berger: la
mirada del poeta y la del ensayista, la del narrador y la del experto en arte que
deja aquí dos espléndidos acercamientos a la pintura de Van Gogh y Caravaggio.
Bajo
esas miradas, un Berger sencillo y profundo conjura las emociones: el amor y la
ausencia, el tiempo y la distancia, la naturaleza y los cuentos, el paisaje de
las Highlands, la pérdida y el desarraigo, las separaciones en los andenes de las
estaciones de ferrocarril.
Con
un constante telón de fondo sobre el que se proyectan el sentimiento del tiempo
y la noción de lugar, conviven en estas páginas la reflexión sobre la poesía –El poeta sitúa
el lenguaje fuera del alcance del tiempo o, más exactamente, el poeta se
aproxima al lenguaje como si fuera un lugar, un punto de encuentro en donde el
tiempo no tiene finalidad, en donde el propio tiempo queda absorbido y dominado-
con la reflexión sobre la pintura -¿No será, acaso, que la inmovilidad de la
imagen pintada expresa la atemporalidad? El hecho de que los cuadros sean
profecías de su propia contemplación no tiene nada que ver con las perspectivas
del vanguardismo moderno en donde el futuro está reivindicando continuamente al
profeta incomprendido. Lo que comparten el pasado, el presente y el futuro es
un substrato, una tierra intemporal.
Y
sobre ese cruce de tiempo y espacio, la fugacidad y las despedidas:
El
cuerpo envejece. El cuerpo se prepara para morir. Ninguna teoría del tiempo nos
presta alivio alguno en este punto. La muerte y el tiempo siempre han estado aliados.
El tiempo se lo llevaba a uno con mayor o menor presteza; la muerte, de un modo
más o menos súbito.
Santos Domínguez