William Shakespeare.
Dramas históricos.
Teatro completo III.
Edición de Ángel-Luis Pujante.
Espasa Clásicos. Barcelona, 2015.
Espasa Clásicos culmina con un espléndido volumen que reúne sus Dramas históricos la monumental edición del teatro completo de Shakespeare con traducciones de Ángel-Luis Pujante, Salvador Oliva y Alfredo Michel Modenessi.
Un conjunto de diez obras, precedidas cada una de ellas de una presentación de Ángel-Luis Pujante, que pertenecen –salvo el Enrique VIII- a la primera época de Shakespeare, que dejó representada su imagen del mundo, el hombre y la vida en unos textos teatrales que contienen la totalidad de la realidad: la corte y la taberna, la espada y la corona, la traición y la lealtad, la fama y la muerte, el horror y la risa, la simulación y el secreto.
Algunos de estos títulos, como Ricardo III o Enrique IV, figuran entre los más populares y más representados de Shakespeare. Y es que por encima de la misión de propaganda patriótica que tienen algunos de estos dramas, hay en ellos un análisis profundo de la condición humana entre la dimensión pública del personaje y su fragilidad privada, entre su apariencia exterior y sus dudas interiores, entre el esquematismo y la hondura.
En ese cruce de política e intimidad brilla especialmente Ricardo III y las dos partes de Enrique IV, seguramente la cima del género. Y así como lo más local suele ser clave de lo universal si lo trata una mano con talento artístico, así también estos dramas que hunden sus raíces en el pasado contienen la cifra intemporal del mundo y una profunda interpretación del hombre.
Como todos los clásicos que están por encima del tiempo, Shakespeare es también un hombre profundamente vinculado a su época, un autor que en sus obras hace la crónica del pasado, el resumen del presente y la profecía del futuro.
No hay asunto de la actualidad que no esté planteado y resuelto en un clásico que, más que ningún otro, es sinónimo de contemporáneo. No hay más que echar un vistazo alrededor para darse cuenta de la vigencia de Shakespeare cuando nos muestra a Ricardo III, Enrique V, Falstaff, Enrique IV o al rey Juan.
Quienes mejor los encarnan hoy no están en las compañías de actores, sino en la calle, en la política, en la escalera de al lado. Complejas, cercanas y distantes a la vez, esas criaturas de Shakespeare no son los arquetipos de la envidia y el vitalismo, de la mentira o la ambición, sino sus encarnaciones más definitivas.
En eso consiste la invención de lo humano de la que hablaba Harold Bloom, que al comienzo de su excelente Shakespeare. La invención de lo humano, respondía a la posible pregunta '¿Y por qué Shakespeare?', con una respuesta también interrogativa, aunque retórica: 'Pues, ¿quién más hay?'
Santos Domínguez