23/10/14

Joan Vinyoli. La mano del fuego



Joan Vinyoli.
La mano del fuego.
Edición y prólogo de Jordi Llavina.
Traducción de Carlos Vitale.
Candaya. Barcelona, 2014.

Soy un alto horno lleno de mineral 
que se vuelve líquido fuego, ardor vivo. 
La sangre de hielo, hace poco muda y cautiva, 
corre bullendo cantando su caudal. 

El astro ya muerto y el árbol y el animal 
que soy en uno la mano del fuego separa. 
La escoria encima, el resto se ha hecho clara, 
rica materia para lo más alto 

que yo no sé pero que me convierte otra vez 
en comienzo, lóbrego sollozo primero, 
paso inexperto en el corazón de las tinieblas. 

Tambaleándose aún con ojos de noche, 
por el negro bosque mi voz celebra, 
fulgura mi silencio lleno de grito.

De ese soneto toma su título la espléndida antología bilingüe preparada por Jordi Llavina y traducida por Carlos Vitale con la que Candaya hace una aportación admirable al centenario de Joan Vinyoli (1914-1984), un poeta que como su maestro Carles Riba ha influido no sólo en la poesía catalana del siglo XX, sino en la obra de muchos poetas en castellano.

La obra poética de Vinyoli, “turbadora y luminosa a la vez”, como señala Jordi Llavina en el prólogo, tiene su centro en la experiencia de la temporalidad, en la suma de paisaje y memoria, de meditación sobre la fugacidad y las devastaciones en la voz de quien se vio a sí mismo como un hombre cargado de sombras.

Poesía del correlato objetivo y de la analogía que usa como método de conocimiento la imagen y como forma de expresión la metáfora, conviven en ella la contención expresiva y la reflexión sobre realidades concretas y próximas, como la bola de billar de Juego, un poema de Domini màgic:

Me he vuelto una bola de billar 
de marfil que rueda empujada siempre
por el taco siniestro y, dolorosamente, 
topando contra las bandas del rectángulo, 
es repelida con seca violencia, 
sin parar.
                   Ya no puedo jugar más, retírame 
del fieltro verde, jugador empedernido, 
déjame sentir cómo van cayendo las horas, 
cómo cesan el ruido y el movimiento, 
cómo, inactivo, el marfil se hace cera, 
que fundirá, al final, la mano del fuego.

Es un viaje de ida y vuelta de lo cotidiano a lo metafísico, de lo concreto a lo abstracto, de la contemplación del paisaje a la meditación existencial, un diálogo en el que el poeta se mueve entre la mirada y la reflexión para proyectarse en las cosas.

Y a la vez la realidad se instala en el interior del poeta, que asume así las herencias del Romanticismo y el Simbolismo para integrarlas en su propia experiencia existencial y para enraizar su poesía en la mirada más honda hacia la realidad.

Lo explicaba Vinyoli en el prólogo de uno de sus primeros libros, El callado, de 1956, en pleno auge de la poesía social: “La poesía es siempre simbólica, hasta cuando el poeta se expresa de una forma directa. Si es verdaderamente poeta, alude a otra cosa o realidad espiritual.” Con esa declaración no sólo se desvinculaba del realismo testimonial. En ese mismo prólogo resumía su forma de vivir la poesía “como un misterio casi religioso.”

En medio de un paisaje amenazante con lobos, a través de los gusanos de seda o el gallo de una veleta, de un molino incansable o un tablero de ajedrez y sus juegos / para aplazar la muerte, la actitud de Vinyoli se sitúa en la tradición indagatoria del poeta órfico que ilumina la realidad y huye de las apariencias, en una forma de escritura en la que la palabra evoca, inquiere y no designa mientras corren/los árboles ciegamente hacia la noche.

Esta cuidada antología esencial resume en sus 33 poemas la trayectoria de una escritura a la que Vinyoli se dedicó con intensidad creadora, con rigor y exigencia verbal, con silencios prolongados y cambios que jalonan una obra viva y en constante y coherente evolución, una obra homogénea en la actitud del poeta hacia la palabra, en su intensa relación con la realidad, en la hondura de su lúcida concepción de la poesía.

Y sube una certeza del subsuelo 
como el verdor compacto en primavera.
En la casa impalpable todo se detiene.

Con La mano del fuego, editada con la impecable elegancia habitual en Candaya y con la muy afinada traducción de Carlos Vitale, se ofrece al lector una nueva oportunidad de releer o de descubrir a un poeta imprescindible, autor de una obra que marca una de las cimas de la poesía contemporánea.

Santos Domínguez