Adonis.
Epitafio para Nueva York.
Traducción de Federico Arbós
Nórdica Libros. Madrid, 2014.
NUEVA YORK,
mujer, estatua de mujer
que alza en una mano un harapo llamado libertad,
una hoja de papel que llamamos historia,
mientras con la otra estrangula a una niña
cuyo nombre es Tierra.
NUEVA YORK / HARLEM
¿Quién viene en guillotina de seda, quién va en ataúd a lo largo del Hudson?
¡Derrámate, ritual del llanto! ¡Cicatrizad, cosas de la pena y el cansancio! Rosas, jazmines, lo azul, lo amarillo y la luz afilan sus agujas y en la punzada nace el sol. ¿Ardiste, ay, herida oculta entre muslo y muslo? ¿Llegó a ti el ave de la muerte y escuchaste el último estertor? Una soga y el cuello trenzan la tristeza. En la sangre, la hiel del tiempo...
Son dos de los poemas de la primera de las diez secciones de Epitafio en Nueva York, el libro de Adonis que publica Nórdica Libros con traducción y prólogo de Federico Arbós.
Adonis, seudónimo de Alí Ahmad Said Esber (Qassabin, 1930), es uno de los renovadores de la poesía árabe contemporánea, a la que ha puesto en contacto con la poesía occidental. Poesía de la encrucijada, del mestizaje cultural de dos tradiciones: la grecolatina y mediterránea y la árabe pagana y clásica en una fusión que se expresa en la asimilación de los lenguajes poéticos más renovadores del siglo XX, del expresionismo al superrealismo, que se integran con esquemas métricos y rítmicos de la poesía oral árabe:
"Reivindico toda la herencia mediterránea, pero además formo parte integrante de la cultura universal, de Oriente hasta Occidente. La única especificidad que me reconozco es mi lengua y mi subjetividad. Pero, por medio de ellas, trato de abrirme a lo universal."
Sirio de nacimiento y libanés de elección, Adonis explicaba con estas palabras el sentido del seudónimo que utiliza:
“Al cambiar un nombre muy musulmán –Ali– por otro sin relación con el Islam –Adonis–, asumía y reivindicaba una trayectoria hacia lo universal. Al firmar así, salía de una tradición petrificada y accedía a una libertad más amplia.”
Este es mi nombre, la versión definitiva de Un tiempo entre la rosa y la ceniza, que Adonis publicó en Beirut en 1971, recogía tres poemas largos; uno de ellos es este Epitafio para Nueva York que ahora se publica exento en Nórdica Libros con el complemento de otros dos poemas de tema y tono similares: Garganta de piel roja y Paseo por Harlem, dos reivindicaciones de la negritud afroamericana que Adonis escribió en 1996 y 1997, un cuarto de siglo después del Epitafio, y con motivo de una estancia como conferenciante en Princeton.
Epitafio para Nueva York es una relectura creativa de Poeta en Nueva York para rescatar algunas de las imágenes más potentes del espléndido poema lorquiano, para releer en los años setenta el dominio violento del hombre rubio y su máquina de matar en Palestina o en Vietnam.
Un grito de protesta levantado en 1971, cuarenta años después de Poeta en Nueva York. Más de cuarenta años han pasado desde la publicación de ese Epitafio y los motivos del grito siguen tan vigentes como entonces:
cuerpo color de asfalto. Cinturón húmedo le ciñe las caderas,
ventana cerrada su rostro… Me dije: Walt Whitman
podrá abrirla —“Yo pronuncio la palabra prístina”—.
Pero esa palabra no la escuchó más que un dios que ya no está
en su lugar de siempre. Los encarcelados, los esclavos, los
desesperados, los ladrones, los enfermos salen a borbotones de su garganta sin canal ni boca. Grité: ¡Puente de Brooklyn! Pero ése es el puente que une a Whitman con Wall Street,
a la hoja de hierba con la hoja de papel del dólar...
Con Walt Whitman al fondo, Epitafio para Nueva York es un texto de tono profético, de poesía visionaria, de revelación de lo oculto por un poeta transformado en vidente:
Repetí, al modo árabe, esta sentencia en Wall Street, donde corren desde sus fuentes lejanas ríos de oro de todos los colores.
Y entre ellos vi a los ríos árabes llevando millones de cadáveres, víctimas y ofrendas al Gran Ídolo. Al bordear el Chrysler Building para volver a las fuentes, ríen entre las víctimas con estrepitosas carcajadas los marineros.
Imágenes, motivos y visiones que estaban en los poemas lorquianos más atormentados del ciclo neoyorquino se revitalizan al proyectarse sobre una nueva época con un lenguaje poético propio:
Digo y repito:
mi poesía es un árbol. Y entre rama y rama,
entre hoja y hoja/ sólo la maternidad del tronco.
Digo y repito:
la poesía es la rosa de los vientos. No los vientos, sino el lugar
donde soplan todos los vientos. No la rotación, sino el círculo.
Por eso suprimo la Ley, para establecer en cada instante una ley.
Por eso me acerco y no salgo.
Salgo y no vuelvo.
Y voy hacia septiembre, hacia las olas.
Santos Domínguez