Charles Dickens.
Nuestro amigo común.
Traducción de Damián Alou Ramis.
Mondadori. Barcelona, 2010.
Nuestro amigo común.
Traducción de Damián Alou Ramis.
Mondadori. Barcelona, 2010.
Fue la última novela que terminó Dickens. Y una de las más inolvidables desde su comienzo magistral. Lo explicaba Italo Calvino, que la definió como obra maestra absoluta de invención y lenguaje:
“Los comienzos de las novelas de Dickens suelen ser memorables, pero ninguno supera el primer capítulo de Our mutual friend, penúltima novela que escribió, última que terminó. Llevados por la barca del pescador de cadáveres, nos parece entrar en el reverso del mundo.”
El propio Dickens tenía el convencimiento de haber culminado una de sus mejores novelas cuando el 2 de septiembre de 1865 escribía un Posfacio a modo de prefacio que remataba con este párrafo:
Recuerdo con devota gratitud que no he estado más cerca de separarme de mis lectores para siempre que en ese momento, y así será hasta que se escriba junto a mi vida la palabra con la que a día de hoy concluyo este libro: FIN.
Así termina Nuestro amigo común, la espléndida novela de Dickens que acaba de publicar Mondadori en su colección Grandes Clásicos con traducción de Damián Alou.
La escribió después de Grandes esperanzas y tras una disparatada gira de lecturas que deterioró mucho su salud. Lo primero que tuvo fue el título de la novela -algo excepcional en su forma de trabajar. Demoró su redacción una y otra vez y la fue publicando por entregas, en cuadernos mensuales que costaban un chelín. Treinta mil ejemplares se tiraron de la primera entrega, que salió a la calle el 1 de mayo de 1864, cuando Dickens tenía ya terminado el material de los cuatro meses siguientes y podía trabajar ya sin demasiadas urgencias.
De esa forma fue creciendo la novela durante año y medio hasta completar su forma definitiva, con cuatro partes y 67 capítulos en los que el misterio y la intriga son una exigencia del género además de una inclinación personal que es más acusada en sus últimas obras.
De trama compleja y muy elaborada, Henry James, habitualmente muy crítico con Dickens, reconocía en Nuestro amigo común la mano experta de un autor habituado a manejar con soltura personajes y situaciones.
Chesterton escribió en un ensayo de 1906: Dickens fue más un mitólogo que un novelista: quizá el último y más excelso estudioso de los mitos. Sus personajes no siempre se transforman en personas de carne y hueso, pero siempre se convierten en una especie de dioses. Se trata de personajes como Punch o Papá Noel, por los que no pasa el tiempo, seres que viven en un perpetuo verano, siempre idénticos a sí mismos. Dickens no pretendió mostrar los efectos del tiempo y de las circunstancias sobre los personajes, ni tampoco la influencia de éstos sobre aquéllas. Su meta fue retratar caracteres en una especie de vacío feliz, en un mundo situado mucho más allá del tiempo.
Cuando Chesterton redactó esas líneas no estaba pensando en Nuestro amigo común, en la que pesa mucho más la presión del ambiente que el carácter del personaje. Está en ella el Dickens más sombrío para hablar del Londres coetáneo y de la ascensión social de unos nuevos ricos que amasan su fortuna como contratistas de la recogida de basuras.
Y de la misma manera que en Casa desolada la niebla y el barro se convertían en una opaca metáfora de la vida en Londres, aquí la riqueza se levanta sobre toneladas de basura y polvo, los desperdicios se erigen en símbolo de la sociedad en una sátira salvaje con aliento poético, como destacó Priestley en una brillante aproximación a su narrativa, de la que Nuestro amigo común es una de las muestras más acabadas.
“Los comienzos de las novelas de Dickens suelen ser memorables, pero ninguno supera el primer capítulo de Our mutual friend, penúltima novela que escribió, última que terminó. Llevados por la barca del pescador de cadáveres, nos parece entrar en el reverso del mundo.”
El propio Dickens tenía el convencimiento de haber culminado una de sus mejores novelas cuando el 2 de septiembre de 1865 escribía un Posfacio a modo de prefacio que remataba con este párrafo:
Recuerdo con devota gratitud que no he estado más cerca de separarme de mis lectores para siempre que en ese momento, y así será hasta que se escriba junto a mi vida la palabra con la que a día de hoy concluyo este libro: FIN.
Así termina Nuestro amigo común, la espléndida novela de Dickens que acaba de publicar Mondadori en su colección Grandes Clásicos con traducción de Damián Alou.
La escribió después de Grandes esperanzas y tras una disparatada gira de lecturas que deterioró mucho su salud. Lo primero que tuvo fue el título de la novela -algo excepcional en su forma de trabajar. Demoró su redacción una y otra vez y la fue publicando por entregas, en cuadernos mensuales que costaban un chelín. Treinta mil ejemplares se tiraron de la primera entrega, que salió a la calle el 1 de mayo de 1864, cuando Dickens tenía ya terminado el material de los cuatro meses siguientes y podía trabajar ya sin demasiadas urgencias.
De esa forma fue creciendo la novela durante año y medio hasta completar su forma definitiva, con cuatro partes y 67 capítulos en los que el misterio y la intriga son una exigencia del género además de una inclinación personal que es más acusada en sus últimas obras.
De trama compleja y muy elaborada, Henry James, habitualmente muy crítico con Dickens, reconocía en Nuestro amigo común la mano experta de un autor habituado a manejar con soltura personajes y situaciones.
Chesterton escribió en un ensayo de 1906: Dickens fue más un mitólogo que un novelista: quizá el último y más excelso estudioso de los mitos. Sus personajes no siempre se transforman en personas de carne y hueso, pero siempre se convierten en una especie de dioses. Se trata de personajes como Punch o Papá Noel, por los que no pasa el tiempo, seres que viven en un perpetuo verano, siempre idénticos a sí mismos. Dickens no pretendió mostrar los efectos del tiempo y de las circunstancias sobre los personajes, ni tampoco la influencia de éstos sobre aquéllas. Su meta fue retratar caracteres en una especie de vacío feliz, en un mundo situado mucho más allá del tiempo.
Cuando Chesterton redactó esas líneas no estaba pensando en Nuestro amigo común, en la que pesa mucho más la presión del ambiente que el carácter del personaje. Está en ella el Dickens más sombrío para hablar del Londres coetáneo y de la ascensión social de unos nuevos ricos que amasan su fortuna como contratistas de la recogida de basuras.
Y de la misma manera que en Casa desolada la niebla y el barro se convertían en una opaca metáfora de la vida en Londres, aquí la riqueza se levanta sobre toneladas de basura y polvo, los desperdicios se erigen en símbolo de la sociedad en una sátira salvaje con aliento poético, como destacó Priestley en una brillante aproximación a su narrativa, de la que Nuestro amigo común es una de las muestras más acabadas.
Santos Domínguez