Ted Hughes.
El azor en el páramo.
Traducción, introducción y notas
de Xoán Abeleira.
Bartleby. Madrid, 2010.
El azor en el páramo.
Traducción, introducción y notas
de Xoán Abeleira.
Bartleby. Madrid, 2010.
Hace ahora año y medio de la publicación en Bartleby de la Poesía completa de Sylvia Plath, preparada por Xoán Abeleira. En la misma editorial y en edición bilingüe del mismo responsable, aparece ahora El azor en el páramo, una selección de 68 poemas de Ted Hughes (1930-1998), el excelente escritor inglés que fue marido de Sylvia Plath y arrastró durante mucho tiempo la injusta responsabilidad del suicidio de su mujer.
Precedida de una amplia introducción en la que se equilibran la visión panorámica y el comentario específico de veintidós poemas ejemplares de Hughes, la antología recoge una muestra significativa de su obra poética desde su primer libro (El azor en la lluvia) hasta las Cartas de cumpleaños, la obra más conocida y reeditada de un poeta poco traducido hasta ahora al español.
Admirado y atacado por igual, Ted Hughes provocó rechazos viscerales y recibió reconocimientos como el de Poeta Laureado. Se le acusó de haber provocado el suicidio de Sylvia Plath por haberla abandonado y acabó alejándose del mundo para sobrevivir en la soledad del campo y en contacto con la naturaleza.
De esa naturaleza, la de su niñez y su madurez, parece brotar directamente la potente palabra de Hughes, poeta-animal y autor de poemas-animales. Derek Walcott, que lo admiró y aprendió mucho de él, habló de la dureza insoportable de su tono y de la fuerza mineral de su poesía.
De su función sanadora habla Xoán Abeleira en la apasionada apología que ha escrito para introducir la selección poética que propone en su antología: La obra de Ted Hughes forma parte ineludible del patrimonio de la humanidad, y, como tal, deberíamos apreciarla y aprovecharla.
Una obra atravesada por un sino trágico que va más allá de la anécdota personal y de las catástrofes familiares para convertirse en acumulaciones de energía poética y vital, en arquetipo de valor universal y en forma de conocimiento de uno mismo.
La fuerza de la poesía de Hughes surge a menudo de una mirada al acecho del paisaje (Para mí –explicó una vez- cazar animales y escribir poemas son dos cosas relacionadas entre sí.) Atraído por el mundo de los animales, intentó dibujarlos, los modeló con plastilina y acabó escribiendo sobre ellos, en la frontera que separa el ámbito del hombre y el del animal.
La lectura de La rama dorada de Frazer y de textos sobre el chamanismo le acabaron aportando la técnica adecuada para construir sus animales-poemas, para dejarse invadir por el animal que se expresa a través de su poesía visionaria, como un zorro que se interna en el oscuro hueco de la cabeza.
Y Hughes acecha el poema, la naturaleza del animal, el paisaje habitado. Dura y seca como los paisajes de los que habla, brutal y luminosa a un tiempo, al margen de todo bucolismo o de los códigos morales del hombre, su poesía refleja la superioridad de lo natural sobre lo humano, el intento de las fuerzas y los seres de la naturaleza para restablecer el equilibrio roto por el hombre. Seres que no son sólo animales -el jaguar encerrado en un zoológico, el azor, el oso, los caballos en el páramo, los lucios o los lobos-, sino fuerzas naturales como el viento desatado en un paisaje con lluvias que es el del páramo helado del rey Lear, en el que el hombre está a la altura del animal y los amantes son dioses de barro. Es el paisaje yermo de los páramos del Yorkshire de su infancia y sus peñascos llenos de oscuridad / que tienen un mundo para ellos solos.
Para Ted Hughes, la literatura no es un valor supremo. Antes y por encima está la vida. Su poesía no hace literatura: habla de la vida. Por ejemplo de la vida con Sylvia Plath en Tú odiabas España y de la respuesta a las críticas por su suicidio en Los perros se están comiendo a tu madre (Al salir del horno ya la habían destripado, pelado y aderezado. / La llamaban suya), dos de sus Cartas de cumpleaños.
O de la vida como una realidad profundamente turbadora y oscura que se expresa a través de Hughes en Cuervo o en Gaudete, su continuación, que acaba de aparecer traducida también al español. Dos magníficos libros que asumen diversas tradiciones mitológicas y religiosas y las convierten en material poético y cosmológico, las dos fuerzas de las que surge, inquietante y enérgica, la obra de Ted Hughes.
Precedida de una amplia introducción en la que se equilibran la visión panorámica y el comentario específico de veintidós poemas ejemplares de Hughes, la antología recoge una muestra significativa de su obra poética desde su primer libro (El azor en la lluvia) hasta las Cartas de cumpleaños, la obra más conocida y reeditada de un poeta poco traducido hasta ahora al español.
Admirado y atacado por igual, Ted Hughes provocó rechazos viscerales y recibió reconocimientos como el de Poeta Laureado. Se le acusó de haber provocado el suicidio de Sylvia Plath por haberla abandonado y acabó alejándose del mundo para sobrevivir en la soledad del campo y en contacto con la naturaleza.
De esa naturaleza, la de su niñez y su madurez, parece brotar directamente la potente palabra de Hughes, poeta-animal y autor de poemas-animales. Derek Walcott, que lo admiró y aprendió mucho de él, habló de la dureza insoportable de su tono y de la fuerza mineral de su poesía.
De su función sanadora habla Xoán Abeleira en la apasionada apología que ha escrito para introducir la selección poética que propone en su antología: La obra de Ted Hughes forma parte ineludible del patrimonio de la humanidad, y, como tal, deberíamos apreciarla y aprovecharla.
Una obra atravesada por un sino trágico que va más allá de la anécdota personal y de las catástrofes familiares para convertirse en acumulaciones de energía poética y vital, en arquetipo de valor universal y en forma de conocimiento de uno mismo.
La fuerza de la poesía de Hughes surge a menudo de una mirada al acecho del paisaje (Para mí –explicó una vez- cazar animales y escribir poemas son dos cosas relacionadas entre sí.) Atraído por el mundo de los animales, intentó dibujarlos, los modeló con plastilina y acabó escribiendo sobre ellos, en la frontera que separa el ámbito del hombre y el del animal.
La lectura de La rama dorada de Frazer y de textos sobre el chamanismo le acabaron aportando la técnica adecuada para construir sus animales-poemas, para dejarse invadir por el animal que se expresa a través de su poesía visionaria, como un zorro que se interna en el oscuro hueco de la cabeza.
Y Hughes acecha el poema, la naturaleza del animal, el paisaje habitado. Dura y seca como los paisajes de los que habla, brutal y luminosa a un tiempo, al margen de todo bucolismo o de los códigos morales del hombre, su poesía refleja la superioridad de lo natural sobre lo humano, el intento de las fuerzas y los seres de la naturaleza para restablecer el equilibrio roto por el hombre. Seres que no son sólo animales -el jaguar encerrado en un zoológico, el azor, el oso, los caballos en el páramo, los lucios o los lobos-, sino fuerzas naturales como el viento desatado en un paisaje con lluvias que es el del páramo helado del rey Lear, en el que el hombre está a la altura del animal y los amantes son dioses de barro. Es el paisaje yermo de los páramos del Yorkshire de su infancia y sus peñascos llenos de oscuridad / que tienen un mundo para ellos solos.
Para Ted Hughes, la literatura no es un valor supremo. Antes y por encima está la vida. Su poesía no hace literatura: habla de la vida. Por ejemplo de la vida con Sylvia Plath en Tú odiabas España y de la respuesta a las críticas por su suicidio en Los perros se están comiendo a tu madre (Al salir del horno ya la habían destripado, pelado y aderezado. / La llamaban suya), dos de sus Cartas de cumpleaños.
O de la vida como una realidad profundamente turbadora y oscura que se expresa a través de Hughes en Cuervo o en Gaudete, su continuación, que acaba de aparecer traducida también al español. Dos magníficos libros que asumen diversas tradiciones mitológicas y religiosas y las convierten en material poético y cosmológico, las dos fuerzas de las que surge, inquietante y enérgica, la obra de Ted Hughes.
Santos Domínguez