Emily Dickinson.
Poemas a la muerte.
Selección, traducción y prólogo
de Rubén Martín.
Bartleby. Madrid, 2010.
La muerte es parecida a ese insecto
que al árbol amenaza,
capaz de aniquilarlo,
y halagador también.
Es uno de los muchos poemas que escribió Emily Dickinson (1830-1886) sobre el tema de la muerte y acaba de aparecer en la selección que Rubén Martín ha preparado y traducido para la edición bilingüe de los Poemas a la muerte de Emily Dickinson que publica Bartleby.
En ellos -escribe Rubén Martín- “está la Dickinson más oscura, nihilista a veces, silenciada o marginal en otras antologías de su obra, pero también la más atrevida, aquélla cuyo lenguaje es más eléctrico, implacable y visionario: esos ojos destinados a ver lo invisible, más allá de todas las barreras, adornos o disfraces.”
Tan extraña y opaca como su poesía, Emily Dickinson se aisló del mundo en una clausura progresiva y física como la ceguera que sufrió en sus últimos años. Atravesó episodios sucesivos de exaltación desmesurada y profundo desánimo que se reflejan en los poemas que mantuvo a resguardo del mundo y de los que publicó sólo cinco en vida.
Desde 1861, se había parapetado detrás de lo que ella misma llamaba mi blanca elección. A partir de entonces llevó un luto particular de color blanco. Se recluyó tras los muros íntimos de la casa familiar, ajena a la atmósfera asfixiante de una ciudad pequeña.
Entre el entusiasmo creativo y las horas de plomo, Emily Dickinson quiso hacer de la poesía una casa embrujada semejante a la naturaleza. Hasta que murió en esa mítica penumbra en 1886, casi nadie la vio y de ella sólo se conserva esa diáfana imagen de una blanca mariposa de la luz.
Pese a ese carácter secreto y privado de su poesía, pese al conocimiento tardío y al aún más tardío reconocimiento de su obra, su influencia es comparable a la de Baudelaire, Hölderlin, Withman o Rimbaud, como recuerda Rubén Martín en el prólogo.
Su personalidad escindida entre el encierro físico y la huida espiritual proyectó en su obra las renuncias y los desengaños, las sublimaciones y las represiones de un ambiente puritano y calvinista como el de la Nueva Inglaterra de la que procedían los Dickinson.
Entre la distante frialdad y la emoción contenida y expresada con una inusual intensidad verbal, con una constante ambigüedad, con una enigmática retórica de la elipsis y el silencio y una radical concentración expresiva que satura de sentido las palabras, la poesía fue la vía de escape de su personalidad atormentada, la forma de expresión de su mundo ensimismado y ciclotímico en el que la muerte es a la vez liberación y aniquilación.
Poesía tan hermética e inquietante, tan clara y oscura como el mundo pequeño en el que se encerró su autora, retirada de la vida y confinada en los límites de su cuarto y un jardín que veía desde la ventana, con una discreta rebeldía ante la sociedad puritana de la que fue no sólo víctima, sino una de sus flores más pálidas y tristes.
La de Emily Dickinson es una poesía del pensamiento que indaga en lo inconcebible, una exploración en los límites del conocimiento. Por eso uno de sus núcleos temáticos es el de la muerte. Además de un problema existencial, la muerte fue para un reto epistemológico y el tema central de su peculiar poesía, siempre fuera del tiempo y del espacio. La forma de afrontar ese tema es un tanteo en las sombras y en el vacío, una indagación a ciegas en el misterio, un viaje intelectual o emotivo hacia el enigma.
Rubén Martín ha escrito para esta edición un excelente prólogo, antesala de una traducción que tiene como mérito principal la captación del peculiar y cambiante tono de voz de la autora, como este poema, el 762:
No vino todo aquello de una vez --
Fue un Homicidio por etapas --
La Puñalada, y luego – el alivio de estar Vivo --
El Goce de cauterizar --
El Gato da una tregua a su Ratón,
afloja sus mandíbulas
para que la Esperanza lo torture - -
después lo despedaza hasta la muerte --
Este es el premio de la Vida - a morir --
Mejor si es de una vez --
que hacerlo a medias –
y luego recobrarse
para un Eclipse más consciente --
Juan Ramón Jiménez, que no sabía inglés y tradujo tres poemas de Emily Dickinson en los Recuerdos de América del Este del Diario de un poeta recién casado, la definió como una Santa Teresa laica presumida y coqueta de alma. Luego matizó mucho más para acabar diciendo que era una mujer en gracia cuya influencia marca el desarrollo de la poesía americana más moderna.
Santos Domínguez