En su imprescindible Cuentos y cuentistas. El canon del cuento, que publicó también Páginas de Espuma, señalaba Harold Bloom que los cuentos tienen la virtud de relacionarse entre ellos. A esa transitividad del relato, a ese diálogo de unos textos con otros responde la estructura de Edificio, un conjunto de quince cuentos de Ana García Bergua (México D. F., 1960) que se organizan alrededor de la alegoría del título para componer un espléndido edificio narrativo.
Un edificio habitado por variados personajes a los que la autora trata con la curiosidad de una vecina chismosa y la pericia de una narradora con talento que sabe que detrás de un contador de historias se esconde siempre un voyeur vocacional.
Y así, como un diablo cojuelo contemporáneo, la narradora levanta los tejados y atraviesa las paredes para entrar en las vidas que ocultan los distintos apartamentos del edificio en el que se ambientan los quince relatos. Quince apartamentos que son quince pequeños mundos en los que conviven lo patético y lo divertido, el absurdo y el humor negro, y lo insólito o lo inquietante incurren en lo cotidiano.
La utilización del edificio como eje de referencia permite que el narrador y el lector vayan ascendiendo desde la planta baja a la azotea, que los personajes se crucen en las zonas comunes y se conviertan en observadores de los demás y observados por ellos, en definitiva que unos cuentos se comuniquen con otros.
Imaginación, curiosidad y sátira se despliegan en el volumen para entrar, más que en el interior del edificio, en el interior de los personajes, en las vidas secretas de una viuda enamorada y un ingeniero celoso, un escritor tímido que atiende de forma rara a sus visitas, en las vidas dobles de un coleccionista de coches o de un bígamo.
Y cuando el lector quiere darse cuenta, se ha convertido en cómplice del narrador, en voyeur él mismo, en inquilino de este edificio de apartamentos, en un vecino más que por un rato comparte escaleras y secretos con los personajes de ficción.
Un edificio habitado por variados personajes a los que la autora trata con la curiosidad de una vecina chismosa y la pericia de una narradora con talento que sabe que detrás de un contador de historias se esconde siempre un voyeur vocacional.
Y así, como un diablo cojuelo contemporáneo, la narradora levanta los tejados y atraviesa las paredes para entrar en las vidas que ocultan los distintos apartamentos del edificio en el que se ambientan los quince relatos. Quince apartamentos que son quince pequeños mundos en los que conviven lo patético y lo divertido, el absurdo y el humor negro, y lo insólito o lo inquietante incurren en lo cotidiano.
La utilización del edificio como eje de referencia permite que el narrador y el lector vayan ascendiendo desde la planta baja a la azotea, que los personajes se crucen en las zonas comunes y se conviertan en observadores de los demás y observados por ellos, en definitiva que unos cuentos se comuniquen con otros.
Imaginación, curiosidad y sátira se despliegan en el volumen para entrar, más que en el interior del edificio, en el interior de los personajes, en las vidas secretas de una viuda enamorada y un ingeniero celoso, un escritor tímido que atiende de forma rara a sus visitas, en las vidas dobles de un coleccionista de coches o de un bígamo.
Y cuando el lector quiere darse cuenta, se ha convertido en cómplice del narrador, en voyeur él mismo, en inquilino de este edificio de apartamentos, en un vecino más que por un rato comparte escaleras y secretos con los personajes de ficción.
Santos Domínguez