Julio Cortázar.
Cuentos completos I y II.
Prólogo de Mario Vargas Llosa.
Alfaguara. Madrid, 2010.
Cuentos completos I y II.
Prólogo de Mario Vargas Llosa.
Alfaguara. Madrid, 2010.
En 1994, para conmemorar los diez años de la muerte de Julio Cortázar, Alfaguara publicaba sus Cuentos completos en dos volúmenes que incorporaban el libro inédito La otra orilla, un tanteo exploratorio que explica la asombrosa madurez de Bestiario.
Aquella primera edición, agotada desde hace tiempo, se recupera ahora en la renovada colección de Cuentos completos que está relanzando Alfaguara desde el pasado otoño.
Y aquí se recogen todos sus libros de cuentos, desde ese inicial La otra orilla hasta el final Deshoras, pasando por Final del juego, Las armas secretas, Historias de cronopios y de famas, Todos los fuegos, el fuego, Octaedro, Alguien que anda por ahí, Un tal Lucas o Queremos tanto a Glenda.
La verdadera revolución literaria de Cortázar está en sus cuentos, escribe Vargas Llosa en el prólogo que titula La trompeta de Deyá.
Y el lector puede comprobarlo nuevamente en estos dos magníficos volúmenes de relatos de Cortázar. Desde Bestiario, un libro sin balbuceos que contiene relatos perfectos como Casa tomada, Circe o Carta a una señorita en París, el cuento es para Cortázar el territorio de lo fantástico, de la extrañeza que irrumpe en lo cotidiano en forma de pesadilla, de sorpresa o de revelación.
Esa es una de las líneas de fuerza de la narrativa breve de Cortázar, que en el más amplio y variado Final del juego incluye relatos fundamentales en su obra como Continuidad de los parques, La noche boca arriba o Final del juego. Están en ellos todas las variantes de lo fantástico y de los mundos del argentino. La línea imprecisa que separa la realidad de la ficción y el sueño de la vigilia, el misterio que surge de lo trivial, la incursión de lo fantástico en lo cotidiano son algunas de las claves del Cortázar más sorprendente, variado o provocador.
Las armas secretas, el libro que contiene Las babas del diablo o El perseguidor, marca una sutil evolución de la narrativa breve de Cortázar. Contemporáneos de Rayuela, esos relatos marcan un antes y un después en el tratamiento de los personajes, que dejan de ser meras piezas de un mecanismo para ganar en profundidad psicológica y en autonomía vital. Especialmente en El perseguidor, un relato en el que se acercó a la figura de Charlie Parker. En él está en germen Rayuela como en Charlie Parker está la semilla de Oliveira.
Las Historias de cronopios y de famas son un ejercicio desenfadado contra la solemnidad, una defensa de la libertad imaginativa y una lúcida taxonomía de la humanidad. Cualquiera que haya leído esos relatos – que esconden una ética bajo el disfraz del humor- caerá alguna vez en la tentación de clasificar a las personas en cronopios, famas o esperanzas.
En conjunto, Todos los fuegos, el fuego posiblemente sea el mejor libro de relatos de Cortázar. Cualquiera de los ocho cuentos que lo integran -y sobre todos ellos La isla a mediodía y La salud de los enfermos- podrían figurar en la más exigente antología de relatos de la literatura contemporánea. La tensión entre lo irracional y lo cotidiano, el tema del doble, la distorsión del espacio y el tiempo están presentes aquí en su expresión más definitiva.
Con ese libro se cierra el primer volumen, que recoge los libros fechados entre 1945 y 1966. El segundo, que abarca desde 1969 hasta 1982, lo abre Octaedro, en el que la preocupación política y el compromiso con la sociedad entran en el terreno del cuento. Chile, Biafra, Israel comparten espacio con temas como el de la pesadilla, el amor, la muerte, la infancia o el sueño. Una lección de geometría que se explica en las ocho caras de este libro poliédrico del que forman parte relatos como Manuscrito hallado en un bolsillo o Lugar llamado Kindberg.
En los once cuentos de Alguien que anda por ahí conviven el tono nostálgico de Cambio de luces, la simultaneidad de perspectivas en Usted se tendió a tu lado o la brutalidad represiva de la policía en La noche de Mantequilla.
Con Un tal Lucas Cortázar regresa al tono lúdico de los cronopios para proponer un nuevo manual de instrucciones de la informalidad. Es un Cortázar deslumbrante e ingenioso que proyecta en este tal Lucas su mirada irreverente, sus pudores y sus desconciertos, su método de trabajo, sus traumatoterapias.
Los diez cuentos de Queremos tanto a Glenda son una muestra del Cortázar maduro, menos visitado por lo fantástico, menos proclive a la sorpresa, pero dueño de un virtuosismo que aborda todos los registros y tonos, los rituales, la mezcla ambigua de imaginación y realidad, de humor y melancolía. En su escritura, tan similar al swing jazzístico, la exigencia se proyecta en cuentos como el inquietante Orientación de los gatos, o en Anillo de Moebius, un relato que funciona como un mecanismo perfecto. Maquinaria asombrosa para el lector y maquinaciones de un narrador que encuentra una vez más en el relato corto su mejor distancia. La nostalgia, el tiempo, las difíciles relaciones humanas pesan más ya que lo fantástico en un conjunto que con su difícil facilidad estilística parece demostrar que el medio es el mensaje y que al final siempre nos espera el asombro.
Entre Botella al mar, que tiene mucho de epílogo, y el magnífico Diario para un cuento, una muestra del taller del narrador, en Deshoras, su último libro de cuentos, lo misterioso vuelve a invadir lo diario y comparte territorio con la infancia y el sueño, con la sensibilidad y la imaginación. En medio, Pesadillas y su alegoría de la situación política argentina.
Y atravesando todos sus libros, desde lo patológico y excepcional de las situaciones y los personajes de Bestiario a la cotidianeidad de Alguien que anda por ahí y Deshoras, una coherencia profunda de temas y enfoques. Una línea secreta que los une en la creación de mundos posibles; en el descubrimiento de que estaban ahí, ocultos e inexplorados, invisibles e inquietantes; en la función del narrador y la distancia variable de su voz; en el planeamiento de finales que son la raíz del relato; en la configuración de los personajes; en el desajuste entre la realidad y el personaje, y en el diseño del espacio y el tiempo.
Entre lo fantástico y lo testimonial, entre la denuncia y la nostalgia, el realista imaginativo que fue Cortázar construye desde su primer libro sus relatos como esferas perfectas, como estructuras cerradas en las que la tensión atrapa al lector. Relatos que reflejan la evolución a una escritura cada vez más escueta, más seca y directa, una escritura en la que materia y forma se explican mutuamente y mutuamente se sostienen.
Aquella primera edición, agotada desde hace tiempo, se recupera ahora en la renovada colección de Cuentos completos que está relanzando Alfaguara desde el pasado otoño.
Y aquí se recogen todos sus libros de cuentos, desde ese inicial La otra orilla hasta el final Deshoras, pasando por Final del juego, Las armas secretas, Historias de cronopios y de famas, Todos los fuegos, el fuego, Octaedro, Alguien que anda por ahí, Un tal Lucas o Queremos tanto a Glenda.
La verdadera revolución literaria de Cortázar está en sus cuentos, escribe Vargas Llosa en el prólogo que titula La trompeta de Deyá.
Y el lector puede comprobarlo nuevamente en estos dos magníficos volúmenes de relatos de Cortázar. Desde Bestiario, un libro sin balbuceos que contiene relatos perfectos como Casa tomada, Circe o Carta a una señorita en París, el cuento es para Cortázar el territorio de lo fantástico, de la extrañeza que irrumpe en lo cotidiano en forma de pesadilla, de sorpresa o de revelación.
Esa es una de las líneas de fuerza de la narrativa breve de Cortázar, que en el más amplio y variado Final del juego incluye relatos fundamentales en su obra como Continuidad de los parques, La noche boca arriba o Final del juego. Están en ellos todas las variantes de lo fantástico y de los mundos del argentino. La línea imprecisa que separa la realidad de la ficción y el sueño de la vigilia, el misterio que surge de lo trivial, la incursión de lo fantástico en lo cotidiano son algunas de las claves del Cortázar más sorprendente, variado o provocador.
Las armas secretas, el libro que contiene Las babas del diablo o El perseguidor, marca una sutil evolución de la narrativa breve de Cortázar. Contemporáneos de Rayuela, esos relatos marcan un antes y un después en el tratamiento de los personajes, que dejan de ser meras piezas de un mecanismo para ganar en profundidad psicológica y en autonomía vital. Especialmente en El perseguidor, un relato en el que se acercó a la figura de Charlie Parker. En él está en germen Rayuela como en Charlie Parker está la semilla de Oliveira.
Las Historias de cronopios y de famas son un ejercicio desenfadado contra la solemnidad, una defensa de la libertad imaginativa y una lúcida taxonomía de la humanidad. Cualquiera que haya leído esos relatos – que esconden una ética bajo el disfraz del humor- caerá alguna vez en la tentación de clasificar a las personas en cronopios, famas o esperanzas.
En conjunto, Todos los fuegos, el fuego posiblemente sea el mejor libro de relatos de Cortázar. Cualquiera de los ocho cuentos que lo integran -y sobre todos ellos La isla a mediodía y La salud de los enfermos- podrían figurar en la más exigente antología de relatos de la literatura contemporánea. La tensión entre lo irracional y lo cotidiano, el tema del doble, la distorsión del espacio y el tiempo están presentes aquí en su expresión más definitiva.
Con ese libro se cierra el primer volumen, que recoge los libros fechados entre 1945 y 1966. El segundo, que abarca desde 1969 hasta 1982, lo abre Octaedro, en el que la preocupación política y el compromiso con la sociedad entran en el terreno del cuento. Chile, Biafra, Israel comparten espacio con temas como el de la pesadilla, el amor, la muerte, la infancia o el sueño. Una lección de geometría que se explica en las ocho caras de este libro poliédrico del que forman parte relatos como Manuscrito hallado en un bolsillo o Lugar llamado Kindberg.
En los once cuentos de Alguien que anda por ahí conviven el tono nostálgico de Cambio de luces, la simultaneidad de perspectivas en Usted se tendió a tu lado o la brutalidad represiva de la policía en La noche de Mantequilla.
Con Un tal Lucas Cortázar regresa al tono lúdico de los cronopios para proponer un nuevo manual de instrucciones de la informalidad. Es un Cortázar deslumbrante e ingenioso que proyecta en este tal Lucas su mirada irreverente, sus pudores y sus desconciertos, su método de trabajo, sus traumatoterapias.
Los diez cuentos de Queremos tanto a Glenda son una muestra del Cortázar maduro, menos visitado por lo fantástico, menos proclive a la sorpresa, pero dueño de un virtuosismo que aborda todos los registros y tonos, los rituales, la mezcla ambigua de imaginación y realidad, de humor y melancolía. En su escritura, tan similar al swing jazzístico, la exigencia se proyecta en cuentos como el inquietante Orientación de los gatos, o en Anillo de Moebius, un relato que funciona como un mecanismo perfecto. Maquinaria asombrosa para el lector y maquinaciones de un narrador que encuentra una vez más en el relato corto su mejor distancia. La nostalgia, el tiempo, las difíciles relaciones humanas pesan más ya que lo fantástico en un conjunto que con su difícil facilidad estilística parece demostrar que el medio es el mensaje y que al final siempre nos espera el asombro.
Entre Botella al mar, que tiene mucho de epílogo, y el magnífico Diario para un cuento, una muestra del taller del narrador, en Deshoras, su último libro de cuentos, lo misterioso vuelve a invadir lo diario y comparte territorio con la infancia y el sueño, con la sensibilidad y la imaginación. En medio, Pesadillas y su alegoría de la situación política argentina.
Y atravesando todos sus libros, desde lo patológico y excepcional de las situaciones y los personajes de Bestiario a la cotidianeidad de Alguien que anda por ahí y Deshoras, una coherencia profunda de temas y enfoques. Una línea secreta que los une en la creación de mundos posibles; en el descubrimiento de que estaban ahí, ocultos e inexplorados, invisibles e inquietantes; en la función del narrador y la distancia variable de su voz; en el planeamiento de finales que son la raíz del relato; en la configuración de los personajes; en el desajuste entre la realidad y el personaje, y en el diseño del espacio y el tiempo.
Entre lo fantástico y lo testimonial, entre la denuncia y la nostalgia, el realista imaginativo que fue Cortázar construye desde su primer libro sus relatos como esferas perfectas, como estructuras cerradas en las que la tensión atrapa al lector. Relatos que reflejan la evolución a una escritura cada vez más escueta, más seca y directa, una escritura en la que materia y forma se explican mutuamente y mutuamente se sostienen.
Santos Domínguez