Sergio Chejfec.
Mis dos mundos.
Candaya. Barcelona, 2008.
Mis dos mundos.
Candaya. Barcelona, 2008.
Quedan pocos días hasta un nuevo cumpleaños, y si decido comenzar de este modo es porque dos amigos a través de sus libros me hicieron ver que estas fechas pueden ser motivo de reflexión, y de excusa o de justificación, sobre el tiempo vivido. La idea se me ocurrió en el Brasil, mientras pasaba dos días en una ciudad del sur. En realidad no entendía cómo me había plegado a trasladarme hasta allí, sin conocer a nadie y sabiendo muy poco sobre el lugar. Era por la tarde, hacía calor, y andaba caminando en busca de un parque del que no tenía casi ninguna referencia, salvo su nombre medianamente musical, y por lo tanto promisorio, según mi criterio, y el hecho de aparecer como la superficie verde más grande en el plano de la ciudad. Pensaba que siendo tan extenso sería imposible que no fuese bueno. Para mí los parques son buenos cuando no están impecables, en primer lugar, y cuando la soledad se ha apropiado de ellos de tal modo que se ha convertido en una seña propia y una divisa compartida por los caminantes.
De esa manera, como la crónica de un paseante solitario que se encuentra en un parque al sur de Brasil, empieza Mis dos mundos, la última novela de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), un escritor argentino que continúa la tradición de los escritores extraterritoriales que equilibran vida y recuerdo, presente y pasado con distancia atenta y nostalgia productiva.
Inexplicablemente inédito en España hasta ahora, Candaya ha tomado la feliz iniciativa de darlo a conocer con Mis dos mundos, su décima novela. Una novela corta, un relato reflexivo en forma autobiográfica, una narración en la que el paseo, un viaje menor, es -como en Walser o Kafka- el motor de las cavilaciones y de la escritura mientras un narrador con memoria encauza su pensamiento en el camino.
Construido como un relato estático que prescinde de la intriga y cultiva la reflexión o se detiene en los detalles, Mis dos mundos es la crónica del escritor que, a punto de cumplir cincuenta años, se interna en un parque a reflexionar sobre la escritura y sobre la vida.
Aquí las deambulaciones dan lugar a la digresión, la mirada pone en marcha el pensamiento que fluye en un texto que convoca al tiempo y al espacio para trazar el mapa simbólico de la vida, para orientarse en el laberinto del mundo. Es la mirada minuciosa, atenta al detalle y al matiz que activa la escritura y aspira a ir más allá de la superficie, del trazado lineal de las calles para construir un discurso inseguro, la metáfora de su escenario, la nostalgia vacía del paseante:
Yo nunca encontré nada, sólo una vaga idea de lo novedoso o lo diferente, por otra parte bastante pasajera. Pienso ahora que caminé para sentir un tipo específico de ansiedad, que llamaré ansiedad nostálgica, o nostalgia vacía.
A medio camino entre la novela y el ensayo, con rasgos poéticos evidentes en su tratamiento del lenguaje, la literatura es en Sergio Chejfec ejercicio de la memoria, indagación en el recuerdo, integración de densidad poética, intensidad estilística, ficción y autobiografía (porque así como uno no elige el momento en que va a nacer, también ignora los mundos variables que va a habitar).
Y Mis dos mundos, además de una revelación literaria, es la inmejorable tarjeta de presentación en España de un excelente prosista.
Santos Domínguez