12/1/24

Ángel García López. Testamento hecho en Wátani


  

Ángel García López.
Testamento hecho en Wátani.
Reino de Cordelia. Madrid, 2023.


Pongo fin a estas líneas y, acabada su lluvia, 
destila aún la memoria, gota a gota, este zumo 
que el destino ha guardado de su vértigo extraño 
sobre mí. Oigo cerca la mano cenicienta
de la muerte, sus golpes en la luz que, esta noche, 
¿no tendrá nunca día?
                                     He sellado este aullido 
bajo el halo, hoy tan vivo, de la luna de Wátani.
                      
Así comienza la primera de las veintiuna tiradas que componen Testamento hecho en Wátani, el último libro de Ángel García López que publica Los versos de Cordelia. 

Y así termina ese primer fragmento del libro, subtitulado Fábula acerca del secuestro y de la usurpación de la poesía por los falsos poetas:

                      Desde entonces deambulo 
por un camino angosto de cristales opacos 
lejano de mi casa y cercano del frío.
¿Habrá muerto en Masnive, para siempre, aquel canto?
 
Testamento hecho en Wátani, que tiene su germen en el poema homónimo de Mester andalusí (1978), es un poema río, un largo poema articulado en esos veintiún fragmentos que en su conjunto constituyen el testamento poético y vital del poeta, su despedida emocionada y agradecida de la vida y la poesía que se anuncia ya en la elección del paratexto cervantino de la dedicatoria del Persiles, quizá la mejor página que escribió Cervantes: “Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo…”

‘Bajo el cielo de Wátani’ se titulaba uno de los poemas más potentes de Cuando todo es ya póstumo, en el que escribía Ángel García López estos versos:

Sobre ti, luna extinta,
pese leve la tierra. Sitio eterno éste tuyo bajo el cielo de Wátani,
brezal donde el consuelo no hallará nunca día.
Escindida hoy del mundo,
Tu muerte a mi palabra ha dejado sin nido. Tú eras ella, voz única.
La que, ahora, conclusa, sepultada en lo mudo, es ceniza contigo.

Y hay también algo -o mucho- de póstumo en el tono y en la mirada de ese comienzo y en el tratamiento del tiempo interior del libro desde ese poema inicial.

Partiendo de una denuncia del poeta y editor Abelardo Linares -“La casa de la Poesía es una casa en la que los okupas han echado a los poetas y se han quedado a vivir ahí”-, Ángel García López lamenta, con la maestría de su palabra y la cadencia solemne de sus alejandrinos, la ocupación de la “Casa feliz de la Poesía”, usurpada por los falsos poetas que desalojan del recinto a los poetas verdaderos. 

A la casa, aquel día —según quedara escrito 
y he podido saberlo transcurridos los años—
fue llegando un tumulto de hombres extranjeros, 
de otro lado del río. Rodearon los muros 
con un dogal de lumbre y pusieron empeño
en herir su hermosura al saberla abatible,
sin defensa y sin armas, como un lirio sin cuerpo. 
Apenas empezada a nacer la mañana
llegaron en tropel, haciendo un ruido extraño
los herrajes y escudos con que el cuerpo cubrían. 
De avidez y codicia, ocelos de alimaña
alertaban señales allí donde esplendía
un objeto con brillo de metal, abalorios,
las cuentas de colores en pulseras y cintos.
[…]
Y arrogantes, y ebrios de jactancia y acíbar,
así nos despojaron de aquel lugar abierto
a la luz y los pájaros.
                                  Nuestra casa dejaba 
de ser del sol, y nuestra, al final de ese día.

Es la profecía cumplida de Jonás, que avisaba del desastre en un viejo pergamino manuscrito que el poeta empezó a descifrar hace sólo tres lustros. Comenzaba con estas palabras:

De la casa, muy pronto, te verás expulsado. 
Señalada ha quedado de tu obra su muerte 
y el dedo del silencio ya ha borrado tu nombre.

Pero Testamento hecho en Wátani es mucho más que una denuncia de la  impostura de los malos poetas que degradan la poesía y destruyen su casa. Es también, en el fondo, un libro de gracias, una declaración de fe en la poesía, un recuento orgulloso y una celebración rememorativa del itinerario poético desarrollado a lo largo de setenta y cinco años de dedicación a la poesía.

Y sobre todo una nueva demostración de la altura poética de Ángel García López, que ha habitado desde los trece años en esa casa de la poesía hoy ocupada por advenedizos que la usurpan:

Y encontré cómo era la palabra hecha un cuerpo 
nacido en la Poesía al cumplir trece años.

Desde aquella mañana todo fue ya manera 
distinta de ser otro del que antiguo crecía 
dentro de mí.

Este Testamento hecho en Wátani tiene más de cima gloriosa que de final sombrío: es una nueva manifestación de la portentosa capacidad expresiva de Ángel García López y de la asombrosa potencia verbal de su poesía de temple clásico, apoyada en imágenes que se despliegan en la armonía melódica de sus versos y en el equilibrio de sus hemistiquios. Poesía como transfiguración vibrante de la realidad transcendida con la autenticidad de su voz singular y con la certera precisión de su palabra.

Este es un libro de plenitud creativa, sostenida ahora en una mirada a la vez distante y apasionada, en la voz poderosa que se despide, pero sobre todo se afirma con estos versos, del último fragmento del poema de un poeta verdadero y alto:

Heme aquí, ya abocado a las hondas procelas 
de la muerte. El periplo tan largo de mi vida 
avista su final.
[…]
             Mas, qué importa, amor mío, 
pues feliz siempre he sido. Los años yugulados 
bajo el cielo de Wátani un arpón son de oro 
en mi pecho alojado.
                                  Para ti dejo ahora 
ajuar que te acompañe aún después de mi muerte, 
lo tanto inexistente que es mi reino invisible.
A tu amor hoy entrego esto poco que resta 
de aquello que ha quedado de mi pluma sin vida.
Cuando yo me haya ido, permanece a mi lado; 
escóndeme en tu seno, donde dicha no acabe.
Y, en lo eterno del canto, vean tus siglos mi rostro.


Santos Domínguez