Álvaro Mutis.
Empresas y tribulaciones
de Maqroll el Gaviero.
Prólogo de Juan Esteban Constaín.
Alfaguara. Barcelona, 2023.
Álvaro Mutis.
Summa de Maqroll el Gaviero.
Prólogo de William Ospina.
Lumen. Barcelona, 2023.
El pasado 25 de agosto se cumplió el centenario del nacimiento de Álvaro Mutis (Bogotá, 1923-México, 2013). Y para conmemorarlo, Alfaguara y Lumen acaban de reeditar la parte esencial de su obra narrativa y poética: los dos volúmenes de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero y la poesía completa recogida en la Summa de Maqroll el Gaviero.
Con La Nieve del Almirante, el diario de viaje del Gaviero ‘encontrado’ en una librería del barrio gótico de Barcelona, iniciaba Álvaro Mutis hace casi cuarenta años un recorrido completo y tortuoso por puertos y peligros de la mano de Maqroll el Gaviero a lo largo de siete títulos -La Nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp Steamer, Amirbar, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra- publicados entre 1986 y 1993.
Cinco años antes de la publicación en 1986 de La Nieve del Almirante, Mutis había incluido en su libro de poesía Caravansary un texto en prosa narrativa con el mismo título que anticipaba el de la novela, en cuya parte final acabaría integrándose. Este es el fragmento en que se describe a Maqroll:
Una tabla de madera, sobre la entrada, tenía el nombre del lugar en letras rojas, ya desteñidas: "La Nieve del Almirante". Al tendero se le conocía como el Gaviero y se ignoraban por completo su origen y su pasado. La barba hirsuta y entrecana le cubría buena parte del rostro. Caminaba apoyado en una muleta improvisada con tallos de recio bambú. En la pierna derecha le supuraba continuamente una llaga fétida e irisada, de la que nunca hacía caso. Iba y venía atendiendo a los clientes, al ritmo regular y recio de la muleta que golpeaba en los tablones del piso con un sordo retumbar que se perdía en la desolación de las parameras. Era de pocas palabras, el hombre. Sonreía a menudo, pero no a causa de lo que oyera a su alrededor, sino para sí mismo y más bien a destiempo con los comentarios de los viajeros.
Siete títulos que resumen las aventuras y errancias de un personaje inolvidable a través de sus fabulaciones y sus viajes, de sus empresas y sus tribulaciones y del contacto con otras vidas entre el amor y la muerte.
Seis novelas y una trilogía de cuentos que entre 1986 y 1993 completan uno de los conjuntos novelísticos más ambiciosos y brillantes de la literatura contemporánea en español, que Alfaguara reúne en dos tomos que cierra un epílogo de García Márquez (“Mi amigo Mutis”), un texto escrito “sólo para decirle con todo el corazón, cuánto lo admiramos, carajo, y cuánto lo queremos.”
En una carta a Elena Poniatowska explicaba Álvaro Mutis que Maqroll “es el tipo que está allá arriba en la gavia, que me parece el trabajo más bello que puede haber en el barco. Allá entre las gaviotas frente a la inmensidad y en la soledad más absoluta, Maqroll es la conciencia del barco. Los de abajo son un montón de ciegos. El gaviero es el poeta, es el que ve más lejos y anuncia y ve por todos.”
Apátrida, opaco y de pasado borroso, el Gaviero es más que un personaje un estado de ánimo, un tono y una mirada en la que conviven la búsqueda y el desengaño, el desaliento y un espíritu aventurero que le lleva aguas arriba del Xurandó o a fundar prostíbulos en Panamá, de los mares procelosos a tierra firme o al subsuelo de las minas de oro en los Andes colombianos.
Siempre en busca de sentido y de sí mismo, entre la soledad y la fiebre, hacia puertos imposibles, lugares inexistentes y aventuras imprevisibles, del Caribe al Mediterráneo con su fraternal compañero libanés Abdul Bashur, que acabará sus días estrellado en una pista de Funchal en la isla de Madeira, Maqroll tiene la altura trágica de los héroes antiguos y forma parte no sólo de la literatura imprescindible sino de los mitos contemporáneos que comparten con los clásicos la bajada a los infiernos desde los valles de Tierra Caliente a las galerías subterráneas de las minas.
Como los griegos antiguos, el Gaviero sabe que vivir no es lo importante, navegar sí. Y por eso este superviviente de sí mismo es un navegante de peligros entre la quimera y la desolación, entre el deterioro de los viejos cargueros y la herrumbre de los muelles con niebla y con salitre, entre puertos inhóspitos, ríos imaginarios y recodos fluviales que parecen la antesala de la muerte.
Porque Maqroll somos todos, como afirmaba García Márquez: Su obra, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Maqroll no es sólo él […] Maqroll somos todos.”
Y por eso, los azares de su vida errante y sentimental demuestran una vez más que el carácter es el destino y su hondura indescifrable, el lirismo desesperanzado de los sueños perdidos y los amores imposibles, sus naufragios y sus desastres por selvas ecuatoriales y ríos caudalosos.
Como un “personaje desastrado y marginal, estoico y lúcido, que lo acompañaba en su poesía desde los veintidós años” define a Maqroll en su prólogo Juan Esteban Constaín, que añade que el personaje es “un vidente, un navegante atracado en tierra firme y comprometido siempre en las empresas más absurdas y febriles, los cuales asume con absoluta seriedad, con la resignación y la solemnidad del que sabe que la vida se honra y se justifica en esos rituales y esas ceremonias que nada tienen que ver con las quimeras de la modernidad: el éxito, la riqueza, la fama, la superación personal.
Lo mejor de Maqroll, lo más bello y perdurable, es su concepción del mundo, su ética, emparentada hasta lo más profundo, claro, con la de su autor, quien a lo largo de la vida, y conforme iba madurando, fue adjudicándole a su inolvidable personaje muchas de sus peripecias y aventuras, al punto de que no era fácil saber bien qué de aquello le había pasado de verdad a cuál de los dos.”
Profundo e insondable como los ríos que transitó el Gaviero, alto como la gavia desde la que veía pasar los días y los trabajos, a la deriva, entre esteros funerales y nieves impasibles, este ciclo es uno de los monumentos literarios imprescindibles de la literatura en español de las últimas décadas.
Muchos años antes de convertirse en el eje de este conjunto narrativo, su irrepetible protagonista había aparecido en un poema de 1948 que se recogió en 1953 en Los elementos del desastre. Es la “Oración de Maqroll”, “cuyo uso cotidiano recomendamos a nuestros amigos como antídoto eficaz contra la incredulidad y la dicha inmotivada” y terminaba así:
¡Oh Señor! recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento.
Recuerda Señor que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro.
Amén.
Complementaria del ciclo novelístico de Maqroll, la poesía de Mutis abordó reiteradamente los contornos del personaje, cuya figura se fue perfilando en sucesivos libros de poesía. Por ejemplo en estos fragmentos de Reseña de los Hospitales de Ultramar (1973):
Derivaba el Gaviero un cierto consuelo de su trato con las gentes. Vertía sobre sus oyentes la melancolía de sus largos viajes y la nostalgia de los lugares que eran caros a su memoria y de los que destilaba la razón de su vida.
Pero fue en el Hospital del Río en donde aprendió a gustar de la soledad y a rescatar en ella la única, la imperecedera substancia de sus días. Fue en el río en donde vino a aficionarse a las largas horas de solitario soñador, de sumergido pesquisidor de un cierto hilo de claridad que manaba de su vigilia sin compañía ni testigos. (En el río)
Un ala que sopla el viento negro de la noche en la miseria de las navegaciones y que aleja toda voluntad, todo propósito de sobrevivir al orden cerrado de los días que se acumulan como lastre sin rumbo.
La espera gratuita de una gran dicha que hierve y se prepara en la sangre, en olas sucesivas, nunca presentes y determinadas, pero evidentes en sus signos.
Un irritable y constante deseo, una especial agilidad para contestar a nuestros enemigos, un apetito por carnes de caza preparadas en un intrincado dogma de especias y la obsesiva frecuencia de largos viajes en los sueños. (Las Plagas de Maqroll)
Lumen reúne la poesía de Mutis en la Summa de Maqroll, con un prólogo en el que William Ospina explica que “desde sus comienzos, la poesía de Álvaro Mutis acumula plurales impresiones del mundo, nos sumerge en un estado de observación perpleja de esas realidades poderosas e incontrolables, y finalmente nos entrega la evidencia de que esas cosas solo es posible verlas porque están en quien las ve.”
Poeta poderoso que supo sintetizar en su obra el impulso narrativo y la hondura lírica, la potencia verbal y la sutileza de la imagen, de la poesía de Mutis dijo Octavio Paz que es el resultado de “una alianza de esplendor verbal y decadencia de la materia.”
El mundo poético de Mutis gira en torno a unos temas vertebrales que recorren también el resto de su obra: la incertidumbre de los destinos humanos, la mirada elegíaca hacia el tiempo destructor, el fatalismo ante las derrotas en medio de un mundo en ruinas, el enaltecimiento del pasado y las iluminaciones en la oscuridad, como en uno de sus ‘Cuatro nocturnos de El Escorial’:
La noche desciende por la sierra,
se abre paso entre pinares y robledos,
con sigilo se establece alrededor del edificio,
se hace más densa, más presente a cada instante,
acumula sus fuerzas, agazapada, preparándose
para la contienda que la espera. Pone cerco
al Palacio Monasterio, por sus grises muros
repta una y otra vez y en vano intenta
tomar posesión del Real Sitio. Exhala entonces
su obstinado bismuto, destila sus alcoholes
funerales, extiende su grasiento sudario
de hollín y siempreviva y apenas logra,
tras porfiar con ciega energía, instalar
su tiniebla en los jardines, demorarse
en la galería de los convalecientes
y resistir por cierto tiempo en los patios,
poca cosa. Entretanto, por obra de la nocturna
brega sin sosiego, ocurre la insólita sorpresa:
los muros, las columnas, las fachadas, los techos,
las torres y las bóvedas, la obra toda adquiere
esa leve consistencia, esa alada ligereza
propias de una porosa substancia que despide
una láctea claridad y se sostiene en su ingrávida
mudanza frente a la vencida sitiadora
que cesa en su estéril asalto.
Por breves horas, entonces, el sueño del Rey
y Fundador recobra su prístina eficacia,
su original presencia ante la noche,
contra los ingratos hombres y el olvido.
Enumerativos y de largo aliento, sus versos de desarrollo en espiral, en los que a la potencia verbal se suma la armonía rítmica, no son sin embargo suficientes para impedir la victoria final del silencio y el olvido que se lamenta en el Nocturno V, de su último libro, Un homenaje y siete nocturnos.
Largas horas me quedo contemplando el ir y venir de embarcaciones de toda clase:
majestuosos buques cisternas pintados de naranja y azul celeste,
graves caravanas de planchones cargados con todo lo que el hombre consigue fabricar,
y que el pequeño remolcador empuja mansamente a su destino, mientras bregan sus hélices
en un desaforado borboteo cuya estela se pierde en la oscuridad;
navíos que llegan de las islas con la pintura desteñida y huellas de hollín y desventura en los puentes de mando;
barcos de rueda que intentan copiar, sin conseguirlo, los altivos originales de antaño,
y ese viejo vapor de quilla recta y esbelta chimenea a punto de caer por obra del óxido feroz que la combate.
Escorado, enseña sus lástimas y se va deshaciendo con la pausada resignación de quien vivió
días de soberbio prestigio entre los hombres que lo dejan morir sin evitarle la impúdica evidencia de su ruina.
“La gran literatura -escribe Juan Esteban Constaín en el prólogo de Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero- es una forma particular y única de ver el mundo, de nombrarlo. Los grandes escritores no son sino eso: una voz irremplazable, una entonación que es la que nos seduce y maravilla, nos inquieta, nos hace seguirla por todos los recodos que va abriendo, la ruta luminosa de un estilo, unos temas, unas obsesiones. Quizás no haya un logro estético y artístico más grande que ese, crear un mundo, dotarlo de un protagonista que trasciende la voluntad de su creador y, en el caso concreto de la literatura, se vuelve una presencia tan consistente y poderosa que acompaña a los lectores como si fuera un gran amigo o un miembro de su casa, a veces incluso más que los que sí lo son de verdad. Pocos autores lograron ese milagro, Álvaro Mutis lo hizo con Maqroll el Gaviero.[…] No creo que se le pueda pedir más a un escritor, no se me ocurre mayor gloria que esa.”
Santos Domínguez