Enrique Vila-Matas.
Montevideo.
Seix Barral. Barcelona, 2022.
Hay un cuento formidable de Julio Cortázar en el que el cuarto de al lado de una habitación de hotel juega un papel fundamental. Es «La puerta condenada», pertenece tanto al mundo de la ficción como al mundo real, y tiene como escenario la ciudad de Montevideo, en Uruguay.
Por eso cuando, no mucho después del funeral de mi padre, me propusieron viajar a esa ciudad, lo primero que pensé, tras aceptar la invitación, fue en una puerta ciega que había detrás de un armario en el cuarto de hotel en el que Cortázar situó «La puerta condenada».
Hacía años que deseaba pisar el territorio de aquel cuento de ficción, ver el armario, la puerta que estaba detrás del armario, la para mí mítica puerta condenada, intentar averiguar qué pasaba cuando uno entraba en un espacio de ficción que existía al mismo tiempo en el mundo real o, dicho de otro modo, en un espacio del mundo real que no sería nada sin un mundo de ficción, y a la inversa, y así hasta el infinito.
El relato de Cortázar no podía estar más ligado a la casilla 3 y al fecundo sector de los que «parece que van a contarlo todo, pero dejan siempre un cabo suelto».
En esos párrafos del capítulo central de Montevideo radican las claves de la última novela de Enrique Vila-Matas, que publica Seix Barral.
Ubicada en un lugar que pertenece a la vez a la realidad y a la ficción, en el característico cruce de vida y literatura que es una de las señas de identidad de su narrativa, esa habitación, la 205 del Hotel Cervantes de Montevideo en la que transcurre el cuento de Cortázar, con una mezcla similar de realidad y fantasía, es el referente literario y el motor de una novela que es sin duda una de las cimas de la obra de Vila-Matas.
A medio camino entre el ensayo y la narración, Montevideo es una reflexión profunda y compleja sobre la escritura y las posibilidades de la narración, casi una poética narrativa. Las últimas líneas del párrafo citado aluden a las cinco técnicas que el narrador había enumerado al comienzo de la novela cuando habla del “círculo de las cinco tendencias narrativas, que siempre pienso, siempre intuyo que son seis, sin que acierte a encontrar la sexta.”
Estas son las cinco tendencias, las cinco casillas del juego enumeradas por el narrador:
1) La de quienes no tienen nada que contar.
2) La de quienes deliberadamente no narran nada.
3) La de quienes no lo cuentan todo.
4) La de quienes esperan que Dios algún día lo cuente todo, incluido por qué es tan imperfecto.
5) La de quienes se han rendido al poder de la tecnología que parece estar transcribiéndolo y registrándolo todo y, por tanto, convirtiendo en prescindible el oficio de escritor.
El narrador protagonista de Montevideo evoca sus “viajes agitados por cuatro de las cinco casillas. Porque empecé por ser en Barcelona, cuando era muy joven, uno más de «los que no tienen nada que contar» (primera tendencia) y, por tanto, sólo saben patear guijarros por las calles de su propio e infinito aburrimiento. Luego di el salto a la segunda tendencia y me fui convirtiendo en un especialista en callar determinados aspectos de las historias que contaba y sacar un alto rendimiento de esa estrategia, hasta el punto de que me convertí en un virtuoso de las narraciones en las que deliberadamente no se narra nada. Ese periodo me allanó el camino hacia la tercera tendencia, que es por la que se mueve más gente, ocupada por los que dejan algún cabo suelto en la historia que cuentan y esperan que algún día se la complete Dios o, en su lugar, el tío de Kafka, los dos únicos amos y señores de la cuarta tendencia, entes legendarios —más el primero que el segundo— de los que siempre se comentó que, dispuestos a decir algo sensato, acababan no diciendo nunca nada, como si fueran enemigos de cualquier tipo de elocuencia. En cuanto a los activos hackers del futuro (que en parte ya están entre nosotros, como los marcianos, y a veces toman el nombre genérico de «las redes»), cabe esperar que con el tiempo sólo sepan trabajar como si pertenecieran al sistema de espionaje norteamericano; un sistema que, a su vez, y por raro que parezca, tiene puntos en común con la «máquina soltera» que utilizó el genial Raymond Roussel para escribir su obra.”
Con ese planteamiento, Vila-Matas construye un espléndido artefacto literario, organizado alrededor de los viajes del narrador en busca de un nuevo estilo por cuatro de esas cinco casillas que representan esas cinco tendencias narrativas y por cinco ciudades -París, Cascais, Montevideo, Reikiavik y Bogotá- para atravesar puertas y entrar en distintas habitaciones de hotel en busca de sí mismo en medio de una realidad ambigua y huidiza, en busca de una escritura propia en la que instalarse, en busca de las distintas posibilidades de la narración:
En modo alguno estoy escribiendo una «biografía de mi estilo», si acaso unas prosas intempestivas, unas leves notas de vida y letras con las que estaría buscando averiguar quién soy realmente y quién es mi escritor preferido.
Uno de los ejes de Montevideo, que cuenta la historia de un renacer y un fracaso, es la reflexión sobre la creación literaria desde una primera persona no exactamente autobiográfica, sino de un ‘yo’ literario híbrido de narrador y ensayista que articula la obra entera del autor con una inconfundible tonalidad narrativa: un ‘yo’ ambiguo y fantasmagórico, huidizo y contradictorio, humorístico y juguetón, que se mueve por sus páginas laberínticas buscando una puerta de salida entre la existencia y la inexistencia, entre la presencia y la fuga, entre la escritura y el silencio, entre la indecisión y el enigma, entre la permeabilidad y lo fronterizo, entre lo narrable y lo inenarrable, entre el misterio y la iluminación de la realidad.
Hay, como de costumbre, referencias metaliterarias y homenajes a escritores queridos por Vila-Matas -Sterne y Beckett, Borges y Tabucchi, Melville y Thomas Wolfe, Italo Calvino y Kafka, Walser y Cortázar- en esta novela cuyo sentido podría contenerse en las líneas siguientes:
Te has convertido en los últimos tiempos en un escritor al que las cosas le pasan de verdad. Ojalá comprendas que tu destino es el de un hombre que debería ya estar deseando elevarse, renacer, volver a ser. Te lo repito: elevarse. En tus manos está tu destino, la llave de la puerta nueva.
Santos Domínguez