Ortega y Gasset.
Meditaciones.
Edición de Francisco Fuster.
Hermida Editores. Madrid, 2020.
“La empresa más extraordinaria de las por él acometidas es, a mi juicio, la publicación de los ocho volúmenes que conforman El Espectador, entre 1916 y 1934. Y lo es no sólo por el resultado, cuya calidad no creo que ofrezca dudas, sino por el espíritu que lo animó. En 1916, Ortega tomó conciencia de que era tal la magnitud de su capacidad creativa y el deseo de poner por escrito el desbordante caudal de su pensamiento que urgía un mecanismo para dar rienda suelta a esa omnímoda necesidad de trasladarnos sus reflexiones sobre el porqué de las cosas”, escribe Francisco Fuster en el prólogo de Meditaciones, la antología de El Espectador de Ortega y Gasset que ha preparado para Hermida Editores.
El Espectador era el título de la revista unipersonal que José Ortega y Gasset proyectó con una periodicidad bimestral que no pudo cumplir y de la que finalmente publicó ocho tomos entre 1916 y 1934.
En el Prospecto de El Espectador que fechó en El Escorial el 1 de enero de 1916 Ortega resumía así su proyecto de publicación:
Hablaré en ella de sentimientos y de pensamientos, de arte y filosofía, de política y de historia, de los viajes que hago y de los libros que leo. [...] No pretendo tener otra virtud que esta de arder ante las cosas.
Está en estas Meditaciones el mejor Ortega desde el punto de vista literario, el prosista brillante que, más allá del descuido barojiano o del esquematismo casi telegráfico de Azorín, da constantes muestras de una prosa de largo aliento, elaborada, clara y tersa que alcanza en estos textos sus manifestaciones más altas.
Son las páginas de Ortega que han soportado y seguramente soportarán mejor el paso del tiempo por la consistencia estilística de una prosa en la que conviven el matiz y la limpidez, la levedad fluida de la frase y la precisión luminosa de sus imágenes.
A esa calidad literaria se refiere también el antólogo cuando destaca “la exquisitez de ese estilo orteguiano, lleno de imágenes visuales y de hallazgos verbales.”
Y aunque en todos ellos está el pensador profundo, estos no son textos estrictamente filosóficos, sino manifestaciones de la curiosidad intelectual de un observador perspicaz, de ese espectador atento dispuesto a “arder ante las cosas”. Su variedad los sitúa cerca del libro de viajes, de la crítica literaria, de los apuntes sobre pintura, arquitectura o música, de la reflexión sobre política y sociedad.
Con la meditación sobre España al fondo, son ensayos de ética y estética, textos en los que el extraordinario prosista que fue Ortega dejó la impronta de su voluntad de estilo, de su intuición y su inteligencia, de su capacidad para la sutileza, para la metáfora o la sugerencia impresionista. Así lo destaca Francisco Fuster:
“Ese extremado celo se nota en el contenido de los ocho volúmenes que integran El Espectador, pero también en la forma: en la brillantez de una prosa excelsa y sensual, llena de metáforas sugerentes y de un vocabulario riquísimo, exuberante. Que en Ortega fondo y forma van necesariamente unidos es algo que ya saben sus lectores, acostumbrados desde la primera página al personalísimo estilo de su autor.”
Observación, descripción y meditación se suceden en estas páginas, en las que la mirada profunda al paisaje y a su carga histórica sirve como palanca de reflexiones sobre política y sociedad, meditaciones sobre filosofía y cultura, antropología y psicología o crítica literaria y reflexiones como esta, de una de las Notas de andar y ver:
No se crea por esto que soy de temperamento conservador y tradicionalista. Soy un hombre que ama verdaderamente el pasado. Los tradicionalistas, en cambio, no le aman: quieren que no sea pasado, sino presente. Amar el pasado es congratularse de que efectivamente haya pasado, y de que las cosas, perdiendo esa rudeza con que al hallarse presente arañan nuestros ojos, nuestros oídos y nuestras manos, asciendan a la vida más pura y esencial que llevan en la reminiscencia.
Santos Domínguez