Eduardo Lago.
Walt Whitman ya no vive aquí.
Ensayos sobre literatura norteamericana.
Sexto Piso. Madrid, 2018.
“Casi todo el dinero que genera la literatura procede de libros que la gente lee cuando viaja en avión o está en la playa. Mis libros no son así. La mayor parte de los narradores americanos con los que me relaciono escriben ficción más bien difícil y exigente. Yo creo que soy de los más accesibles, por la sencilla razón de que al escribir no busco intencionadamente complicar las cosas, al revés; procuro que sean lo más sencillas posible. Hay un tipo de ficción, en mi opinión muy buena, que busca deliberadamente ser difícil; obliga al lector a afrontar cierto tipo de estrategias, pero yo no escribo así, por eso no se me suele situar en el campo de los escritores particularmente difíciles. La gente me suele situar, o eso creo, entre los escritores más bien accesibles, aunque formo parte de un grupo que de entrada no cabe considerar exactamente accesible, un grupo que cultiva un tipo de literatura que exige que los lectores tengan cierta preparación y un amor genuino por los libros, gente que cuando lee se implica estéticamente y para la que la literatura es algo más que un pasatiempo”, explicaba David Foster Wallace en la entrevista que le hizo en marzo de 2000 Eduardo Lago.
Con esa conversación inédita se abre Walt Whitman ya no vive aquí, la colección de ensayos sobre literatura norteamericana de Eduardo Lago que publica Sexto Piso que se cierra con otra entrevista, a John Barth, autor de El plantador de tabaco.
Entre esas dos entrevistas a dos autores traducidos como Philip Roth o Don DeLillo, en este espléndido volumen se recogen más de veinte ensayos, prólogos y reseñas sobre literatura norteamericana, organizados en dos partes: la primera centrada en la narrativa norteamericana y una segunda que tiene como eje la ciudad de Nueva York como tema literario.
El hilo conductor del análisis de la narrativa norteamericana es la descripción de una lucha entre el riesgo y la seguridad, entre la dificultad y la mímesis. Dicho de otra manera, la tensión entre la literatura comercial y de entretenimiento y la literatura con voluntad de indagación estética y ética, entre las fracturas cronológicas, estructurales y argumentales propias de la vanguardia y las narraciones más lineales y realistas de la narrativa convencional.
Esa tensión entre la voluntad artística y la atención al mercado atraviesa la narrativa norteamericana y que llega hasta los alrededores del presente con dos nombres: David Foster Wallace (La broma infinita) y Jonathan Franzen (Las correcciones), pero antes de llegar a ellos Lago se centra en un puñado de novelistas, los que Foster Wallace llamó en 1993 hijos de Nabokov -Thomas Pynchon, Don DeLillo, Robert Coover y John Barth- y los que para Harold Bloom son los narradores más importantes de la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX -Pynchon, DeLillo, Cormac McCarthy y Philip Roth.
Los dos ensayos que abren la primera parte -La doble hélice de la literatura norteamericana y Descripción de una lucha (Los dos polos de la literatura norteamericana)- delimitan el enfoque general y el campo de estudio. Escribe Eduardo Lago en el primero:
Hace unos años utilicé la expresión “El arco iris de la dificultad” como título de una conferencia en la que me ocupaba de un grupo de narradores norteamericanos que surgieron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y cuyas obras se caracterizaban por la considerable dificultad que entrañaba su lectura. El título es un homenaje a una de las novelas más inaccesibles de todos los tiempos, El arco iris de gravedad, de Thomas Pynchon. Mi intención no es diseccionar la idea de dificultad (Steiner lo hace con su característica brillantez, aislando cuatro aspectos del concepto en “Sobre la dificultad”), sino utilizarla de manera más bien intuitiva: dificultad en el sentido literal, como esfuerzo de la inteligencia; la lectura entendida como reto intelectual. Los autores de lo que he dado en llamar “Escuela de la Dificultad” exigen del lector un serio esfuerzo desde el punto de vista cognitivo y no es posible acceder a sus obras y disfrutar de ellas si se carece de una cierta preparación.
El punto de partida de la trayectoria descrita por el arco iris de la dificultad es la publicación en 1955 de Los reconocimientos, la primera novela de William Gaddis; el momento culminante lo marca la aparición en 1973 de El arco iris de gravedad, mientras que la llegada al final del trayecto la señala La broma infinita (1996), novela con la que David Foster Wallace da sepultura al siglo XX. Gaddis, Pynchon y Wallace son tres de los referentes centrales de la escuela, aunque junto a ellos hubo un gran número de narradores que contribuirían a poner en marcha uno de los mayores programas de renovación de la novela en la historia reciente.
Además de esos dos ensayos fundamentales, el volumen recoge un recorrido por la trayectoria vital y literaria de Truman Capote, una breve incursión en la poesía de Siri Hustvedt, Ted Hughes y Sylvia Plath o una crítica de Todo un hombre, de Tom Wolfe que termina con esta frase demoledora: decía Peter Handke que hay grandes novelas plagadas de imperfecciones. Salvo por las imperfecciones, no es este el caso de ninguna de las novelas de Wolfe.
Completan la primera parte el análisis de La maravillosa vida breve de Oscar Wao, de Junot Díaz y de Submundo de Don DeLillo, tres aproximaciones a Pynchon, el prólogo de El plantador de tabaco y una coda -Crónicas de motel- que propone un recorrido en diez estaciones por la evolución del canon novelístico estadounidense entre Moby Dick y La broma infinita pasando por La balada del café triste, Pálido fuego o La canción del verdugo.
La segunda parte -La ciudad de las historias- traza una breve historia literaria de Nueva York (Metrópolis por antonomasia de nuestro tiempo, como lo fueron en otras épocas Roma o París, Nueva York es en cierto modo suma y resumen de las demás ciudades /.../ Sobre ninguna otra ciudad se han escrito tantos libros como sobre Nueva York, y sin embargo ninguno ha conseguido por sí solo atrapar con suficiente precisión la esencia del lugar) y contiene entre sus páginas un espléndido acercamiento al mundo de Emily Dickinson: No soy nadie. ¿Quién eres tú?, donde Eduardo Lago escribe: Si la escritura es un intento por derrotar a la muerte, Emily Dickinson estuvo muy cerca de lograrlo.
Un apéndice final propone varios planes de lectura sobre literatura norteamericana con varios itinerarios de profundización, además de cuatro listas de narradores que recogen cuatro niveles del canon del cuento norteamericano.
Santos Domínguez