26/9/18

Herrera Petere. Acero de Madrid





Ochenta años separan esas dos portadas de Acero de Madrid, la obra con la que José Herrera Petere (Guadalajara 1909 -Ginebra 1977) obtuvo en 1938 el Premio Nacional de Narrativa.

Entre la primera, con una bella fotocomposición de Mauricio Amster para la editorial Nuestro pueblo, y la edición de Libros de La Ballena de 2017, con prólogo de Alberto Garzón y apéndice de Alejandro Pérez-Olivares, tuvo otra edición en Laia en 1979 esta “admirable epopeya”, como la definió Antonio Machado, que Herrera Petere dedica a la resistencia de Madrid y al Quinto Regimiento.


Con un peculiar cruce de literatura y propaganda que responde a las excepcionales circunstancias en que fue escrita, Acero de Madrid es el primer título de una trilogía de la guerra que completan Puentes de sangre, centrado en la travesía del Ebro por el ejército republicano, y Cumbres de Extremadura, que se ambienta en la guerrilla republicana que hostigaba la retaguardia de los sublevados.

Está dedicado a su hermano Emilio, aviador republicano muerto sobre Belchite en combate con la aviación italiana, y en el prólogo, fechado el 22 de febrero de 1938, ya anticipaba el autor el tono de su libro: “En el aire – escribía- está una poesía épica o una novela, un género literario que equivalga al antiguo que cantaban las epopeyas de las ciudades, las odiseas de los navegantes y el heroísmo de los pueblos.” 

Organizada en tres partes, la primera arranca en febrero de 1936 con la victoria electoral del Frente Popular y se cierra el 17 de julio, en los primeros momentos de la sublevación contra la Segunda República. Entre esos dos momentos, se reproduce la reacción de las clases altas y la preparación del golpe, cuando “el río de la traición corría, sonoro y rico, por los subterráneos de todos los cuarteles, de todos los edificios oficiales” y cuando el enfrentamiento entre dos Españas parece inevitable: “Tú mirabas en la primavera de 1936 cómo dos olas iban a separarse y a juntarse luego con tremendo furor, con fulgor de lucha, como dos montañas de piedras, presididas por el sol de la Historia, y decías: ‘¿Qué será de mí entre todo esto?’ De aquí iba a salir el objeto de tu vida.”

La segunda parte evoca con trazos breves, párrafos rápidos y descripciones enérgicas la defensa de Madrid y la lucha en la sierra de Guadarrama y la creación de las Compañías de Acero, que se integraron en el Quinto Regimiento.

Entre la crónica intrahistórica, el homenaje y la arenga propaganda, la tercera parte de esta novela coral arranca en el frente de Oropesa-Talavera bajo las bombas de la aviación alemana y, tras la caída de Toledo, la huida del gobierno republicano a Valencia, la resistencia de Madrid y la disolución del Quinto Regimiento para integrarse en el Ejército Popular de la República.

Cierran la novela dos epílogos. En uno de ellos se lee: “Los traidores que dominan la mitad de su territorio se encuentran en un callejón sin salida. No tienen reservas africanas, no tienen requetés, no tienen falangistas, no tienen hombres. No pueden ganar la guerra. Les faltan artefactos de sangre.” 

Y en el otro: “La artillería dispara continuamente sobre Madrid; los tanques intentan cruzar el Manzanares; los aviones aplastan barrios enteros, con sus mujeres, sus niños, sus viejos. Casas de siete pisos son partidas en dos; tiernos comedores y alcobas madrileñas quedan al aire, en carne viva; monstruosas bombas de cuatrocientos y quinientos kilos revientan en el empedrado de las calles, y hacen volar adoquines y miembros humanos: cabezas de mujer, piernas y brazos de niños. 
Madrid, la ciudad valiente, la ciudad serena y ejemplar, con las tripas fuera, resiste y resiste. Sus calles céntricas están cuajadas de agujeros, como ojos vacíos al fondo de los canales se ve la pupila, negra y húmeda, del túnel del Metro, abierta al sol. Sus barrios extremos están desmantelados, ruinosos, humeantes. 
¡Pero Madrid resiste, resiste, resiste! 
Pero Madrid resiste, resiste y pasará. 
¡PASAREMOS!”

En el entierro de Herrera Petere, fallecido el 7 de febrero de 1977 en Ginebra, María Zambrano leyó un texto en el que destacó su “pura voz que viene del alba de la historia (...) voz que traía y dejaba encinares y olivares, cumbres, puertos, ríos de aquella tu tierra de sueño y de alma.” 

Santos Domínguez