15/3/14

Historia estúpida de la literatura



Enrique Gallud Jardiel.
Historia estúpida de la literatura.
Espuela de plata. Sevilla, 2014.


Escrujo aretingado del matilio
fosta de ger en un matir costumio,
onda fasca mintada es un perdumio
quinte costa firando an ostro silio.

No da no ven bescocio lento quilio,
no ven no da, piraco en lente fumio,
escopirando el fulio del legumio
si arrupa enojes morta el folibilio.

Sope, pirono tresco vinte coste,
ripo, cuaranditando un mercapucio
yente el fito provido cuan no foste.

Achanto no, boqueta es pasto gucio
si mi no va paro firar no agoste
chilando estrojas chulas del berucio.

Este Pirobolino fulaz de la poetisa Floriana Roz y su análisis crítico es uno de los textos paródicos con los que Enrique Gallud Jardiel ha compuesto la Historia estúpida de la literatura que Espuela de plata publica en su colección Los humoristas.

Una obra divertida y paródica compuesta por un hombre de buen humor, como Estebanillo González, que une a ese talante un evidente talento y un conocimiento sólido de la cocina de la literatura y las entretelas de la crítica.

Una obra compuesta con "versos imitativos, falsas reseñas de libros, textos apócrifos, parodias teatrales, burla de las técnicas de los talleres de escritura y otras muchas cosas sorprendentes. Este libro —con todo cariño y dentro de los límites del más estricto buen gusto— pone sabiamente en solfa a los autores pelmazos, a los libros infumables, a los clásicos soporíferos, a la preceptiva académica, a los estudios pedantes, a las investigaciones absurdas y a otros varios aspectos de ese negocio del que comen los libreros y al que muchos se empeñan tontamente en definir como arte literario."

El ingenio de Enrique Gallud Jardiel –nieto, sí, del Jardiel Poncela humorista, novelista y dramaturgo- nunca cae en la chocarrería fácil, porque es un ingenio que hila fino y tiene tan bien aprendidas las claves del oficio como las filtraciones de la pedantería en la crítica literaria. 

De manera que estas parodias dejan al descubierto las costuras de los estilos, los tópicos literarios y los tonos impostados, pero su ironía socarrona, su humor zumbón es en el fondo piadoso con sus antepasados clásicos y con sus colegas contemporáneos.

Sólo desde un profundo conocimiento de los trucos del oficio y de los rasgos estilísticos y temáticos de las distintas épocas y tendencias se puede hacer esta saludable desacralización de la crítica literaria, de la literatura clásica o de los talleres literarios.

Porque aquí hay para todos: desde una crítica de la filología académica con el análisis sesudo de un villancico trivial del que se hace una lectura pretenciosa, hasta una absurda investigación –se non è vero é ben trovato- sobre la presencia del bacalao en la literatura medieval y renacentista.

Eso en el primer capítulo - Crítica literaria: lo que más necesita el mundo-, en donde se rastrea el tema del ventilador en la poesía española desde Berceo hasta Machado, se propone un método acelerado para entender a Góngora en quince días o se analiza un tratado sánscrito sobre yoga y ciclismo, una habilidad que no pudo alcanzar el asceta y yogi Mahâreta.

En la segunda parte -Antología de escritos recién encontrados- se suceden una serie de parodias, desde el romancero anónimo a Cortázar y a José Hierro, pasando por cinco sonetos gimientes de Garcilaso (Yo te ofrecí una flor y tú un zapato /me mostraste, cruel, con gesto airado), las liras de Fray Luis en una Oda a la matanza, el lorquiano Romance de la niña vestida o las greguerías que faltaban de Gómez de la Serna: La ouija sirve para examinar de ortografía a los muertos.

Varias sinopsis en versos romanceados de algunos argumentos de la literatura universal – desde Las mil burradas de Aquiles a Cómete un libro (El nombre de la rosa)— componen el tercer capítulo: Literatura explicada para que no haya que leerla, con “versiones sintetizadas de los clásicos, para no tener que leerse textos infumables ni molestarse en ver la película.”

Y finalmente, la sección Taller de escritura: «Hágalo usted mismo» da consejos para ser Neruda o un poeta japonés, resume las cien maneras de no empezar un libro o propone una batería de ejercicios para saber si uno es un verdadero cuentista.

Una desmitificación necesaria, un soplo de aire fresco en el ambiente enrarecido y sacristanesco de los críticos pomposos y ceñudos y una diversión que molestará a algunos.

Pero ya se sabe que aquí el que menos sabe es el que más en serio y más a pecho se toma la literatura y perpetra reseñas que son como un polvorón macizo en la siesta de un quince de agosto. Esos son los que ahuyentan con sus críticas indigestas a los lectores.

Santos Domínguez