25/5/13

Shakespeare. Sonetos



William Shakespeare.
Sonetos.
Edición, traducción y notas 
de Bernardo Santano.
Acantilado. Barcelona, 2013.


Los Sonetos, que se publicaron en 1609 y que entonces pasaron casi desapercibidos, son hoy, tras cuatro siglos de controversias y enigmas, la parte más viva y conocida de la poesía de Shakespeare. Ciento cincuenta y cuatro textos de una belleza turbulenta que siguen, después de tanto tiempo, tan desafiantes y tan resistentes al asedio crítico como el primer día.

Como todos los clásicos verdaderos, los sonetos son el mapa de un terreno minado, de un territorio propicio a la conjetura. Todo es aquí indicio e incertidumbre: desde la dedicatoria de la primera edición a un misterioso Mr. W. H. a la ambigüedad sexual a la que alude la voz lírica que habla en ellos, alusiva y elusiva, de secretas complicidades y connotaciones.

Amor y temporalidad, espiritualidad y grosería, y una variedad de tonos que van de lo retórico a lo coloquial conviven en estos textos que provocan constantes perplejidades en torno a un triángulo amoroso rodeado de misterio.

Los 126 primeros sonetos se dirigen a un desconocido y opaco Fair Youth, un amor platónico del que no sabemos nada, salvo que ese muchacho responde al ideal de belleza femenina inaccesible del petrarquismo, al que compara en el delicado soneto 18 con un día de verano:

Shall I compare thee to a summer's day?
Thou art more lovely and more temperate:
Rough winds do shake the darling buds of May,
And summer's lease hath all too short a date.

Como ignoramos todo acerca de la Dark Lady, la dama oscura que inspira los textos numerados entre el 127 y el 152 -los que describen una sexualidad explícita- o los que aluden al Rival Poet (¿Marlowe?, ¿Chapman?, ¿ninguno de los dos?).

No es raro, pues, que estos sonetos hayan provocado una diversidad de enfoques que van desde el estructuralismo a la crítica biográfica o psicoanalítica, pasando por la social o la feminista, sin que ninguna de esas direcciones los explique en todos sus matices inabarcables y elípticos.

Rodeados de misterio desde su misma composición, los sonetos son probablemente, como nos recordaba Wordsworth, la llave con la que Shakespeare nos abre su corazón. Pero la enigmática dedicatoria, la ambigüedad sexual o el pansexualismo declarado de muchos de los dedicados a un hermoso joven, la dama oscura y secreta a la que se dirigen otros, su tono a veces intimista y a menudo escabroso, han contribuido a aumentar el misterio que rodea la vida de Shakespeare y sus relaciones amorosas.

O han sido la base de las lecturas más mojigatas que defienden la impersonalidad de estos textos, la ausencia de alusiones biográficas, la idea en definitiva del personaje poético, del Speaker Poet.

A las recientes e irreprochables traducciones de Carmen Pérez Romero, Antonio Rivero Taravillo, Andrés Ehrenhaus o Christian Law Palacín se suma la edición bilingüe que Bernardo Santano publica en Acantilado a partir de la edición Thorpe de 1609, con una traducción literal en prosa y otra en verso que respeta la estructura del soneto isabelino, que no tiene dos cuartetos y dos tercetos como el italiano, ni tres cuartetos y un pareado, como equivocadamente señala el traductor, sino tres serventesios y un pareado cuya autonomía formal sirve para introducir un comentario, para resaltar una variación, un contraste de tono, un contrapunto o un anticlímax.

Un ejemplo, el soneto I:

From fairest creatures we desire increase,
That thereby beauty’s Rose might never die,
But as the riper should by time decease,
His tender heir might bear his memory.
 
But thou, contracted to thine own bright eyes,
Feed’st thy light’s flame with self-substantial fuel,
Making a famine where abundance lies,
Thyself thy foe, to thy sweet self too cruel.
 
Thou that art now the world’s fresh ornament
And only herald to the gaudy spring,
Within thine own bud buriest thy content
And, tender churl, mak’st waste in niggarding.
 
Pity the world, or else this glutton be,
To eat the world’s due, by the grave and thee.
La traducción literal en prosa dice:

Deseamos que proliferen las más bellas criaturas, | que la rosa de la belleza por tanto nunca muera, | pero aunque a su tiempo el más maduro sucumba, | su tierno heredero habrá de llevar su memoria. || P ero tú, presa del brillo de tus propios ojos, | alimentas la llama de tu luz con el combustible de tu propia esencia, | causando hambruna donde hay abundancia, | enemigo de ti mismo, muy cruel para tu dulce ser. || Tú, que eres ahora el fresco adorno del mundo, | y el único heraldo de la vistosa primavera,  en tu propio capullo entierras tu sustancia | y despilfarras, infeliz, siendo tacaño. || Apiádate del mundo o sé como ese glotón | que devora, como la tumba, lo que pertenece al mundo.

Y esta es la traducción en verso:

Lo hermoso deseamos que prospere,
que no expire la rosa de lo bello,
mas aunque todo en su sazón se muere,
su brote ha de portar memoria de ello.

Mas presa tú del brillo de tus ojos,
tu propia luz avivas con tu esencia,
dejando de abundancia los despojos,
tu dulce ser malogras sin clemencia.
 
Ahora eres del mundo fresco orgullo,
solo heraldo de alegre primavera,
enterrando tu esencia en tu capullo,
te gastas, infeliz, de forma austera.
 
Apiádate del mundo o, devorado,
se acabará en la tumba tu legado.

¿Dónde encontrar a Shakespeare en Shakespeare?, se preguntaba Bloom antes de descartar en los sonetos el material autobiográfico, antes de decirnos que habría que ser el mismísimo diablo para encontrarlo ahí.

Se enfoquen de una manera o de otra, los sonetos son la narración de dos fracasos tras dos historias amorosas (el amigo y la mujer morena) que se abordan en su proceso y en su desarrollo. Hay más cosas en los sonetos, claro: las rivalidades amorosas se confunden con las poéticas y hay un refinamiento amoroso que va más allá del petrarquismo, además de un envidiable equilibrio, tan inglés, entre sentimiento y pensamiento.

Nunca acabaremos de descifrar estos textos, escribió Borges. Los sonetos de Shakespeare siguen habitando el territorio secreto de la conjetura: desde el significado de las siglas W. H. de la dedicatoria hasta la identidad del hermoso joven (el ambiguo master-mistress), de la dama oscura o el poeta rival que aparecen en ellos, pasando por los dobles sentidos y los juegos de palabras, por la mezcla de platonismo y sexualidad, de refinamiento y crudeza que los recorre.

Santos Domínguez