Rüdiger Safranski.
Schiller
o La invención del idealismo alemán.
Traducción de Raúl Gabás.
Fábula. Tusquets. Barcelona, 2011.
Schiller
o La invención del idealismo alemán.
Traducción de Raúl Gabás.
Fábula. Tusquets. Barcelona, 2011.
Es muy posible que nadie conozca el Romanticismo alemán como Rüdiger Safranski. De ello dejó una muestra definitiva en su irreprochable Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, cuya traducción apareció en Tusquets hace poco más de dos años.
Y desde luego nadie lo ha explicado como él, con una excepcional mezcla de profundidad analítica y capacidad narrativa para evocar aquella época decisiva en la construcción de la modernidad y para resaltar la actualidad de su legado.
A la vez que se edita en España la traducción de un nuevo ensayo, Goethe y Schiller. Historia de una amistad, se recupera en Tusquets en formato de bolsillo Schiller o La invención del idealismo alemán, que en varios de sus capítulos contenía el germen del último libro de Safranski.
Al lector avisado casi no hace falta advertírselo, pero lo primero que hay que destacar de esta extensa incursión en la figura de Schiller es que supera los límites de una biografía para reconstruir, sumando su vida privada y su vida pública, un completo panorama del ambiente histórico y cultural en el que surgió el idealismo y se generó el temprano movimiento romántico del círculo de Jena.
Es el decorado de fondo contra el que se perfila la figura decisiva de Schiller, presentado casi como un contemporáneo por sensibilidad y por pensamiento, su ambivalencia entre lo clásico y lo romántico, su poderoso mundo intelectual y su obra influyente y polifacética de poeta, dramaturgo, narrador, historiador y filósofo, su influencia en poetas y filósofos como Hegel, Schelling, Hölderlin, su complicada vida sentimental y social o la fecunda colaboración -tras años de rivalidad- con Goethe, que creyó tener el cráneo de Schiller en su biblioteca y le dedicó una meditación poética en 1827, como si de la muerte una fuente de vida brotara.
La versión alemana de este estudio apareció en 2004, para celebrar el segundo centenario de la muerte de Schiller, y desde entonces se ha convertido no sólo en una referencia ineludible en la bibliografía especializada sobre el Romanticismo europeo, sino en una impagable obra maestra del género biográfico.
Nadie que haya tenido la suerte de abrir este libro memorable, que comienza el 9 de mayo de 1805 con la muerte de Schiller, lo olvidará fácilmente:
Schiller expiró el 9 de mayo de 1805; seguidamente a su cuerpo se le practicó la autopsia. El pulmón estaba «gangrenoso, pastoso y completamente deshecho»; el corazón «carecía de sustancia muscular»; la vesícula biliar y el bazo eran desmesuradamente grandes, los riñones «estaban disueltos en su tejido específico y se presentaban completamente tupidos». El doctor Huschke, médico de cabecera del duque de Weimar, añadió al resultado de la autopsia la frase lapidaria: «En estas circunstancias es admirable que el pobre hombre pudiera seguir viviendo». ¿No afirmó Schiller que el espíritu se construye el cuerpo? Sin duda él lo había logrado. Su entusiasmo creador lo mantuvo con vida más allá de la fecha de degeneración del cuerpo. Heinrich Voss, acompañante de Schiller en su lecho de muerte, anotaba: «Sólo por su espíritu infinito puede explicarse que pudiera vivir tanto tiempo».
Con el resultado de la autopsia podemos formular una primera definición del idealismo de Schiller: el idealismo actúa cuando alguien, animado por la fuerza del entusiasmo, sigue viviendo a pesar de que el cuerpo ya no lo permite. El idealismo es el triunfo de una voluntad iluminada y clara.
En Schiller la voluntad era el órgano de la libertad.
Esas primeras líneas del prólogo de Safranski, por encima de todo interés morboso, centran el foco de análisis en la figura de Schiller. El desgaste, la casi disolución orgánica del cuerpo agotado de aquel hombre de cuarenta y cinco años contrastaba con la fuerza de voluntad de quien lo había sufrido con una constante resistencia a la enfermedad, con una fortaleza mental que mantuvo en pie aquel cuerpo débil mucho más allá de lo explicable por la medicina de la época.
Y es que la vida y el pensamiento de Schiller se instalan en la tensión sostenida de un cruce de contrarios entre el cuerpo y el alma, la materia y el espíritu, la tristeza y la exaltación, el entusiasmo y la desesperación, el realismo y la imaginación, entre la sublimación y la enfermedad.
De esa tensión desgarrada surgieron la ética y la estética de Schiller, su concepción del amor y su problemática vida sentimental, su filosofía optimista de la historia, su defensa de la libertad o su desencanto existencial.
Como todos los clásicos, Schiller está por encima de sus circunstancias, igual que su idealismo estuvo por encima de sus limitaciones corporales. Como todos los clásicos, sigue vivo más allá de su tiempo, pero lo representa y lo resume de forma significativa. Sus contradicciones son las propias de la dialéctica creadora de una época crítica de la que surgirían la sensibilidad y la mentalidad contemporáneas.
Y desde luego nadie lo ha explicado como él, con una excepcional mezcla de profundidad analítica y capacidad narrativa para evocar aquella época decisiva en la construcción de la modernidad y para resaltar la actualidad de su legado.
A la vez que se edita en España la traducción de un nuevo ensayo, Goethe y Schiller. Historia de una amistad, se recupera en Tusquets en formato de bolsillo Schiller o La invención del idealismo alemán, que en varios de sus capítulos contenía el germen del último libro de Safranski.
Al lector avisado casi no hace falta advertírselo, pero lo primero que hay que destacar de esta extensa incursión en la figura de Schiller es que supera los límites de una biografía para reconstruir, sumando su vida privada y su vida pública, un completo panorama del ambiente histórico y cultural en el que surgió el idealismo y se generó el temprano movimiento romántico del círculo de Jena.
Es el decorado de fondo contra el que se perfila la figura decisiva de Schiller, presentado casi como un contemporáneo por sensibilidad y por pensamiento, su ambivalencia entre lo clásico y lo romántico, su poderoso mundo intelectual y su obra influyente y polifacética de poeta, dramaturgo, narrador, historiador y filósofo, su influencia en poetas y filósofos como Hegel, Schelling, Hölderlin, su complicada vida sentimental y social o la fecunda colaboración -tras años de rivalidad- con Goethe, que creyó tener el cráneo de Schiller en su biblioteca y le dedicó una meditación poética en 1827, como si de la muerte una fuente de vida brotara.
La versión alemana de este estudio apareció en 2004, para celebrar el segundo centenario de la muerte de Schiller, y desde entonces se ha convertido no sólo en una referencia ineludible en la bibliografía especializada sobre el Romanticismo europeo, sino en una impagable obra maestra del género biográfico.
Nadie que haya tenido la suerte de abrir este libro memorable, que comienza el 9 de mayo de 1805 con la muerte de Schiller, lo olvidará fácilmente:
Schiller expiró el 9 de mayo de 1805; seguidamente a su cuerpo se le practicó la autopsia. El pulmón estaba «gangrenoso, pastoso y completamente deshecho»; el corazón «carecía de sustancia muscular»; la vesícula biliar y el bazo eran desmesuradamente grandes, los riñones «estaban disueltos en su tejido específico y se presentaban completamente tupidos». El doctor Huschke, médico de cabecera del duque de Weimar, añadió al resultado de la autopsia la frase lapidaria: «En estas circunstancias es admirable que el pobre hombre pudiera seguir viviendo». ¿No afirmó Schiller que el espíritu se construye el cuerpo? Sin duda él lo había logrado. Su entusiasmo creador lo mantuvo con vida más allá de la fecha de degeneración del cuerpo. Heinrich Voss, acompañante de Schiller en su lecho de muerte, anotaba: «Sólo por su espíritu infinito puede explicarse que pudiera vivir tanto tiempo».
Con el resultado de la autopsia podemos formular una primera definición del idealismo de Schiller: el idealismo actúa cuando alguien, animado por la fuerza del entusiasmo, sigue viviendo a pesar de que el cuerpo ya no lo permite. El idealismo es el triunfo de una voluntad iluminada y clara.
En Schiller la voluntad era el órgano de la libertad.
Esas primeras líneas del prólogo de Safranski, por encima de todo interés morboso, centran el foco de análisis en la figura de Schiller. El desgaste, la casi disolución orgánica del cuerpo agotado de aquel hombre de cuarenta y cinco años contrastaba con la fuerza de voluntad de quien lo había sufrido con una constante resistencia a la enfermedad, con una fortaleza mental que mantuvo en pie aquel cuerpo débil mucho más allá de lo explicable por la medicina de la época.
Y es que la vida y el pensamiento de Schiller se instalan en la tensión sostenida de un cruce de contrarios entre el cuerpo y el alma, la materia y el espíritu, la tristeza y la exaltación, el entusiasmo y la desesperación, el realismo y la imaginación, entre la sublimación y la enfermedad.
De esa tensión desgarrada surgieron la ética y la estética de Schiller, su concepción del amor y su problemática vida sentimental, su filosofía optimista de la historia, su defensa de la libertad o su desencanto existencial.
Como todos los clásicos, Schiller está por encima de sus circunstancias, igual que su idealismo estuvo por encima de sus limitaciones corporales. Como todos los clásicos, sigue vivo más allá de su tiempo, pero lo representa y lo resume de forma significativa. Sus contradicciones son las propias de la dialéctica creadora de una época crítica de la que surgirían la sensibilidad y la mentalidad contemporáneas.
Santos Domínguez