En Troppo vero, decimosexta entrega del Salón de pasos perdidos (Pre-Textos) Andrés Trapiello vuelve donde solía, a una novela en marcha que cumple ahora veinte años de existencia.
Con siete años de diferencia entre su redacción y su aparición, Troppo vero corresponde a 2002 y en sus casi ochocientas páginas el lector encontrará - ya se lo advierte el autor- lo de siempre: páginas de vida, fractales de tiempo para olvidar el tiempo en su lectura.
Esto no es, como creíamos, ni un diario ni una novela. Ni siquiera una dianovela o un novelario. Esto, señores, no es más que un vidario, el lugar en el que concurren los sueños y las vidas de las gentes, de modo que podríamos también apodar a su autor como "el soñabundo".
Este volumen tiene como eje el propósito de enmienda (He de ser bueno y sencillo) de Andrés Trapiello tras una revelación sobrenatural. Es uno de esos píos propósitos para empezar un año más: los libros, el Rastro, la vida y la literatura confundidas, la muerte de Cela, el centenario de Cernuda, las pequeñeces del mundillo literario y artístico, la pintura y la fotografía, Las Viñas y Conde de Xiquena, Ferlosio, Gaya, los amigos murcianos...
Híbridos de novela y de dietario, Trapiello reflexiona sobre los volúmenes del Salón de pasos perdidos con estas palabras:
Algunas personas, ante estos libros, dicen, primero, que son demasiados, y luego, si son piadosos, que son demasiado verdaderos, y es lo raro, porque a uno le parecen pocos y, sobre todo, pura ficción.
Un diario sin nombres, una novela sin tesis ni viajes, una obra descomunal por la que pasa la vida, contemplada y contada por un melancólico misántropo, por un narrador distante y autocompasivo que, a caballo entre la melancolía y la mordacidad, entre el sarcasmo y la piedad, entre el diario testimonial y la ficción narrativa, es el ortónimo de alguien que no es exactamente el autor. Un escritor que tiene en Cervantes, Galdós, Baroja, Juan Ramón o Gaya los referentes éticos y estéticos más reconocibles de sus Confesiones de un pánfilo, como titula el prólogo de este volumen.
Esto no es, como creíamos, ni un diario ni una novela. Ni siquiera una dianovela o un novelario. Esto, señores, no es más que un vidario, el lugar en el que concurren los sueños y las vidas de las gentes, de modo que podríamos también apodar a su autor como "el soñabundo".
Este volumen tiene como eje el propósito de enmienda (He de ser bueno y sencillo) de Andrés Trapiello tras una revelación sobrenatural. Es uno de esos píos propósitos para empezar un año más: los libros, el Rastro, la vida y la literatura confundidas, la muerte de Cela, el centenario de Cernuda, las pequeñeces del mundillo literario y artístico, la pintura y la fotografía, Las Viñas y Conde de Xiquena, Ferlosio, Gaya, los amigos murcianos...
Híbridos de novela y de dietario, Trapiello reflexiona sobre los volúmenes del Salón de pasos perdidos con estas palabras:
Algunas personas, ante estos libros, dicen, primero, que son demasiados, y luego, si son piadosos, que son demasiado verdaderos, y es lo raro, porque a uno le parecen pocos y, sobre todo, pura ficción.
Un diario sin nombres, una novela sin tesis ni viajes, una obra descomunal por la que pasa la vida, contemplada y contada por un melancólico misántropo, por un narrador distante y autocompasivo que, a caballo entre la melancolía y la mordacidad, entre el sarcasmo y la piedad, entre el diario testimonial y la ficción narrativa, es el ortónimo de alguien que no es exactamente el autor. Un escritor que tiene en Cervantes, Galdós, Baroja, Juan Ramón o Gaya los referentes éticos y estéticos más reconocibles de sus Confesiones de un pánfilo, como titula el prólogo de este volumen.
Santos Domínguez