Antonio Moresco.
El volcán. Escritos críticos y visionarios.
Traducción de Piero Dal Bon y Albert Fuentes.
Melusina. Barcelona, 2007.
Melusina publica por primera vez en español a Antonio Moresco (Mantua, 1947), un escritor tardío, polémico y radical. O crítico y visionario, como quiere el subtítulo de El volcán, un libro de 1999 que es la tarjeta de presentación (pues ya se anuncian otras obras) de Moresco en España y en Latinoamérica.
El volcán reúne textos misceláneos y los estructura en tres partes. La primera son dos panfletos polémicos (El país de la mierda y la cortesanía y La forma y la muerte) que tienen en común, además de su tono panfletario, el ataque contra Italo Calvino y en parte contra Pasolini, a los que (des) califica como el Pepito Grillo y el Pinocho de la literatura italiana.
La segunda parte recoge las páginas del diario de Moresco relacionadas con los argumentos de los dos textos anteriores, con sueños en los que se le aparece Joyce, y con sus ideas sobre la literatura. En esas páginas centrales del libro, entre reflexiones estéticas o políticas, notas de lectura y descripciones de paisajes, figuran algunos de los momentos literariamente más interesantes. Por ejemplo, la excelente interpretación alegórica que hace el autor de la carrera del guepardo.
Y finalmente la tercera parte contiene dos escritos: 20 de diciembre, crónica y pesadilla de una noche de invierno, y El manierista de la nada, un homenaje en tres lecturas y una carta a Beckett y a la trilogía (Molloy, Malone muere, El innombrable) que aquí leímos en las inolvidables traducciones de Gimferrer y compañía en el libro de bolsillo de Alianza Editorial.
En ese análisis de la nada y el laberinto que es El volcán, el ataque va más allá de la crítica de la posmodernidad de Calvino y la intertextualidad de Eco. Afecta también a Cioran y su “nihilismo de salón”.
Independientes y heterodoxos en sus planteamientos, los escritos de Moresco participan, pese a su rechazo de lo posmoderno, de un rasgo de la posmodernidad: la disolución de los géneros en formas textuales que son un híbrido de narración, ensayo o dietario.
Los une su carácter directo, la fuerza polémica de la primera persona, su tendencia a la brevedad, certera y ácida, y su crítica fuerte del pensamiento débil y de las formas leves de la posmodernidad:
Los escritores, los artistas, ¿pueden aún —como siempre hicieron— pensar y fantasear sobre qué forma el núcleo de su experiencia o sólo se les permite, en esta época, la némesis de la autoglosa? ¿Pueden aún encontrar, en ello, personas desvinculadas e intensas capaces de debatir desde una posición de necesidad interior y de “libertad” o sólo pueden esperarse reacciones mecánicas inducidas y pequeños escándalos periodísticos de superficie? A tenor de lo que nos rodea en estos años, no hay motivos para hacerse ilusiones. Pero no es ésta una buena razón para dejar de decir lo que se piensa.
Sólo habría que hacer una objeción, aunque menor, a la traducción. Los traductores deberían haberse molestado en comprobar los títulos de Calvino en las ediciones españolas. No hubiera sido demasiado trabajo normalizar esas referencias y así se hubiera evitado aludir a Seis apuntes (en lugar de Seis propuestas) para el próximo milenio.
En una edición que por lo demás se ha cuidado mucho, estos detalles son siempre un poco enfadosos. Y sobre todo evitables.
Santos Domínguez