31/1/07

Don Juan contado por él mismo


Peter Handke.
Don Juan (Contado por él mismo).
Traducción de Eustaquio Barjau.
Alianza. Madrid, 2006.


Las opiniones políticas de Peter Handke han contaminado últimamente las reseñas relativas a su obra. De otra manera no se pueden comprender unas críticas tan injustas y superficiales a su última novela, Don Juan (Contado por él mismo). Alguna de esas críticas, tan negativas como infundadas, ponen en cuestión más al sujeto que al objeto, más al crítico que al criticado, aunque inevitablemente predisponen el ánimo del lector, que tiene que hacer un esfuerzo suplementario para quitarse de encima la losa de los prejuicios.

Handke hace en este Don Juan (Contado por él mismo) que publica Alianza Literaria una reinterpretación del mito. Ni más ni menos que lo que han hecho desde diversas perspectivas y en distintas épocas escritores tan distantes como Zorrilla, Byron, Marañón o Torrente Ballester. Más aún, la revisión que hace Handke del mito de Don Juan supera en profundidad intelectual y en brillantez estilística las interpretaciones más triviales, que no suelen pasar de la cáscara de aquel personaje de Tirso que ignoraba el tiempo y la fugacidad y que acabó en los infiernos por exceso de confianza.

El Don Juan que visita Handke es un Don Juan interior, recogido e íntimo, un mito actualizado que está cerca del de Marañón en complejidad psíquica, del de Azorín en sensibilidad y conciencia del tiempo y del de Torrente Ballester en afinado diseño narrativo .

Es un personaje de intenso lirismo, un amigo de las mujeres que tiene poco que ver con el personaje negativo y libertino de Tirso, de Molière o de Byron, que proponen al lector actual un arquetipo menos profundo del que sugieren las otras interpretaciones.

Un cocinero fracasado que se refugia cerca de las ruinas del monasterio de Port-Royal para dedicarse a leer, es el narrador de un texto en el que se relatan siete aventuras amorosas de Don Juan en diferentes lugares del mundo, Tiflis, Damasco, Ceuta, Noruega, Holanda...

También Don Juan se ha refugiado allí durante una semana. Una semana en el jardín para contar siete episodios de la mirada, episodios que no narra directamente, sino a través de ese narrador interpuesto. Ha llegado a aquella hospedería huyendo tras una experiencia de voyeur. Es ya un espectro que huye y vaga como una sombra triste entre la niebla, un don Juan fraternal que basa su poder en la fuerza de la mirada, no en su genitalidad.

La fuga y la mirada se convierten así desde el principio en las claves del relato y de la existencia del mito en una obra que es también una reflexión sobre la fugacidad y sobre lo pasajero, porque el tiempo es el verdadero problema de ese Don Juan en fuga. La huida es su esencia, su forma de ser y de estar.

En esa otra clave de Don Juan que es la mirada no cabe lo sensual ni el detalle lúbrico. Frente a la sexualidad elementalmente animal de su criado, con el olfato como método de exploración y la palabra como medio de seducción, la mirada de Don Juan representa la humanización, la elevación intelectualizada del deseo. No hay en sus relaciones sonidos ni palabras, no hay diálogo, ni presunciones ni recuentos de conquista en este texto que a menudo se mueve por el territorio introspectivo de la lírica y la imagen y cada vez necesita menos de la realidad exterior. De ahí que, en esa sucesión de siete episodios, cada vez se cuente con menos detalle lo que sucede a medida que transcurren.

Lo que ocurrió después no se puede contar hasta el final, no puede contarlo el mismo Don Juan ni yo ni ningún otro, sea éste el que fuere. La historia de Don Juan no puede tener final, y esto, lo digo y lo escribo, es la definitiva y verdadera historia de Don Juan.

Vuelvo al principio. Si la mayoría de las críticas negativas que citaba reducen su ejercicio a una valoración displicente y despectiva de una novela como esta, entraré en ese terreno valorativo para señalar que este Don Juan de Handke me parece un libro admirable por su inteligencia narrativa y su sensibilidad en el acercamiento al personaje. Aunque quizá lo más certero sea decir que no estamos aquí ante un Don Juan según Handke, sino ante un Handke según Don Juan.

Naturalmente que puedo equivocarme, que puede ser también cuestión o defecto de mi mirada, de una determinada lectura. Me tranquiliza saber que mi juicio procede de esa lectura. De otros juicios ya tengo muchas dudas de que se pueda decir lo mismo.

Podría ser también que en la memoria de algún comentarista Don Juan no sea más que un recuerdo asociado a la visita anual al cementerio, a las castañas asadas en la calle, a la función de aficionados en provincias. Y este Don Juan tiene que ver poco, afortunadamente, con esas variantes elementales de lo putrefacto.

Santos Domínguez