10/1/07

Buzzati. Sesenta relatos


Dino Buzzati
Sesenta relatos
Traducción de Mercedes Corral.
Acantilado. Barcelona, 2006


Ha sido, sin duda, uno de los libros del año: los Sesenta relatos que Buzzati reunió en un volumen en 1958. Tenía razón Calvino cuando con su perspicacia habitual decía que Buzzati era uno de los escritores italianos que mejor estaban soportando el paso del tiempo. Y Borges, tan afín en gustos al italiano, cuando decía que hay nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar y señalaba entre ellos el de Dino Buzzati, a quien denominaba un clásico contemporáneo.

Han ido pasando los años desde la muerte de Buzzati (veinticinco este año posterior a su centenario), y el autor de El desierto de los tártaros ha ido proyectando una sombra, o una luz, cada vez más alargada sobre los lectores.

Desde hace algún tiempo, el lector en español disponía de parte de su obra en ediciones asequibles publicadas por Alianza con traducciones solventes de relatos como Los siete mensajeros o su novela corta Miedo en la Scala. Últimamente, Gadir ha ido publicando libros inéditos en español, como El secreto del bosque viejo, Un amor o El gran retrato.

Lo que Acantilado ha puesto en las librerías da un paso más. Es una estupenda traducción de Mercedes Corral de los Sessanta Racconti en los que Dino Buzzati dejó su testamento narrativo, su canon estético y el resumen de sus temas, sus preocupaciones y sus técnicas, desde la parábola hasta el relato humorístico, desde la fantasía al terror, desde la imaginación al reportaje, con distancia irónica o metiéndose de lleno en lo que cuenta.

Narrador habilísimo, con una inusual capacidad para sugestionar al lector, para desasosegarle con sus angustias o emocionarle con su poesía, los relatos de Buzzati casi siempre arrancan de un hecho trivial para ahondar en el misterio, mezclar ironía y compasión, como en la fascinante Muerte del dragón, degenerar en lo grotesco o presentar el absurdo como atributo de la existencia o de los destinos humanos, siempre con una tensión creciente que absorbe la atención del lector.

Hay en muchos de estos relatos y en las novelas cortas incluidas en el volumen algo de pesadilla cabalística sin clave, de itinerario que se repite siempre en torno a un mismo punto, de fábula y metáfora o parábola de la vida que se resuelve en la imagen espacial de un tiempo circular como el que aparece en ciertos relatos de Borges.

Es la elaboración poética del existencialismo en unos relatos que surgen de la melancolía y de una pena aguda y misteriosa como la de Los siete mensajeros; la angustiosa alegoría kafkiana de la clínica de Siete pisos o de la oficina de Una carta de amor; la pesadilla que acaba invadiendo la realidad con una perturbadora mezcla de crueldad y poesía en El burgués hechizado.

Como en Kafka o en Borges, la fantasía irrumpe en lo cotidiano en estos relatos. Pero no se trata sólo de eso, sino de narrar lo fantástico como si fuera algo natural y cotidiano porque, como se dice en El asalto al gran convoy, uno de los relatos más redondos del libro, en ciertos días de septiembre con nubes bajas de tormenta puede ocurrir cualquier cosa.

En algunos de estos relatos, como en los mencionados, o en Las murallas de Anagoor (que podría haber sido un capítulo de Las ciudades invisibles de Calvino) o en la espléndida narración que cierra el libro (El acorazado Tod) están muchas de las mejores páginas que escribió Buzzati con su desolación resignada, algunas de las historias que nunca olvida quien las lee.

Santos Domínguez