15/1/07

Nabokov. Los años americanos



Brian Boyd.
Vladimir Nabokov. Los años americanos.
Traducción de Daniel Najmías.
Anagrama. Barcelona, 2006.


En una memorable entrevista que le hizo Bernard Pivot para Apostrophes, Vladimir Nabokov decía textualmente:“La historia de mi vida se parece menos a una biografía que a una bibliografía.”

Aquel programa, del que hay edición subtitulada en DVD, se hizo con motivo de la traducción al francés de Ada o el ardor, la obra maestra de aquel escritor ruso educado en Inglaterra, nacionalizado norteamericano y residente en un hotel de Montreux, a orillas del lago Leman, desde principios de los años 60.

Anagrama
acaba de publicar la segunda parte de la biografía de Nabokov que escribió Brian Boyd. Tras los años rusos, se ocupa este segundo tomo de los años americanos y la vuelta a Europa. De El profesor Nabokov a V.N., de América a Europa, entre Cornell y Montreux, Boyd explora esa zona en la que confluyen vida y literatura entre 1940 y 1977, los años más creativos del novelista, del poeta, del ensayista, en una biografía que se lee como una novela tan detallada como las del autor de El hechicero y que coincide en las librerías con el primer tomo de las Obras completas de Nabokov (las novelas escritas entre 1941 y 1957, en su periodo americano) que publica Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.

Mayo de 1940 es el punto de partida de este segundo volumen, el momento en el que Nabokov embarca en Francia con dirección a Nueva York pocas semanas antes de que los tanques alemanes arruinen el pavés de las calles de París.

Como Pnin, Humbert Humbert o Kimbote, tres de su protagonistas, que también llegan a América como emigrados, un Nabokov empobrecido y con un futuro opaco, está decidido a convertirse en ciudadano norteamericano y escritor norteamericano. Ese momento crucial era precisamente el elegido por Nabokov para cerrar su autobiografía parcial, Habla, memoria.

Con cuarenta años, dejaba de ser un escritor ruso para empezar desde cero en una lengua que no era la suya aunque la manejaba con soltura, en un país en el que no dejaba de ser, como todos los rusos de entonces, un emigrante sospechoso y un huésped molesto.

Estaba en la mitad de su vida y de su carrera literaria, con seis novelas y más de treinta cuentos, y llevaba en la cabeza desde 1939 la historia de un hombre maduro que se casa con una mujer sólo para ser el padrastro de una niña de doce años que le obsesiona. La había pensado en ruso y la acabaría publicando en inglés en 1955. No iba a ser su mejor novela, pero sí la que le daría una fama definitiva y le permitiría retirarse de la actividad docente.

Con ambición, pero sobre todo con una enorme capacidad de trabajo y una dosis excepcional de talento, Nabokov compaginó su actividad de escritor con la de profesor de ruso, científico, crítico literario, traductor y conferenciante.

Novelista, poeta y ensayista, entomólogo, cazador de mariposas y de instantes, Nabokov fue un escritor irrepetible, un personaje complejo y de una extraordinaria cultura. Se sentía forastero en cualquier sitio y, pese a eso o quizá por eso, tenía una notable capacidad de adaptación al medio. Tal vez aprendió de algunas mariposas esa virtud del mimetismo quien presumía del poco trabajo que le había costado dejar de cruzar los sietes.

Profesor de ruso, dio cursos de literatura rusa en Wellesley, y luego en Cambridge, Harvard o Cornell, cursos de literatura europea y otros sobre el Quijote. De cada uno de ellos salió un libro, entre otras cosas porque el terror de Nabokov para hablar en público lo combatía llevando escrito el texto de las lecciones y conferencias que daba en esos cursos. En uno de ellos, el Curso de literatura europea, puede encontrar el lector curioso análisis tan fascinantes y agudos como los de Casa desolada o Mansfield Park, que demuestran la perspicacia lectora de un Nabokov que enseñaba a leer libros a sus alumnos. Una rareza, entonces y ahora.

Y sin embargo quizá no haya peor lector del Quijote que Nabokov. No hay más que leer su Curso sobre el Quijote para sorprenderse con la incapacidad tan radical que hubo en él para entender aquella obra ni en conjunto ni en sus detalles.

Lo intentó y sacó conclusiones como esta: 6-3, 3-6, 6-4, 5-7. Parece -y lo es- el resultado de un partido de tenis interruptus. El quinto set no se jugó porque la muerte de Don Quijote obligó a suspenderlo.

Hay en esta magnífica biografía de Boyd un recorrido por la vida, la obra y la cocina del escritor, por los apuntes que tomaba en sus diarios, por aquella extraña vida triple (científico, profesor, escritor) que llevó en los primeros años cuarenta en los que publica La verdadera vida de Sebastian Knigth, escribe la ambiciosa Barra siniestra con su filosofía de la conciencia del hombre moderno o indaga en los enigmas temporales de Habla, memoria.

Aunque se le haya confundido alguna vez con Humbert Humbert, Nabokov no es ese hombre vanidoso y cruel que elige como narrador y protagonista de Lolita, su obra más conocida y peor entendida. No es Nabokov, pero sí algunas de sus fantasías cedidas en traspaso a Humbert, cuya imaginación perversa, cuya mirada es la que convierte a Lolita en una criatura mágica, en una nínfula. Lolita es el triunfo de la imaginación en el amor perdido y el deseo imposible.

Era (lo sabía Nabokov mejor que nadie, que para eso la había fabricado) una bomba de relojería que no tardó en estallar, en primer lugar contra la censura y luego como un éxito editorial que le permitió a su autor irse desvinculando de sus compromisos docentes.

Pnin, un profesor ruso en América con serios problemas para el inglés y para la integración social, es el protagonista grotesco que da título a la novela más sencilla y divertida de Nabokov. Probablemente también la más cruel y luego la más comprensiva, con una mezcla de lo grotesco y lo admirable en un personaje de apariencia y comportamiento quijotescos. Pnin es la más cervantina de sus novelas, no por la figura del protagonista, sino porque es la más abierta, la más ambigua en la presentación de la realidad.

Cuando Nabokov se traslada a Europa en un barco en septiembre de 1959 ha dejado de ser El profesor Nabokov para convertirse en V. N. Trae ya en la cabeza el plan de la que sería su obra maestra, Ada o el ardor, una ambiciosa novela en la que el incesto y la alegría conviven en una historia que pertenece a una infancia anterior al pecado y a la culpa, en un hechizo que dura más de ochenta años.

Antes publicaría Pálido fuego, que para Boyd es desde el punto de vista de la belleza formal la novela más perfecta que se haya escrito nunca. Una novela que incluye algunos de los mejores poemas del excelente poeta que fue también Nabokov.

Antes de morir en 1977, todavía tuvo tuvo tiempo de escribir Mira los arlequines, una novela autorreferencial, cierre y parodia de su obra y su imagen, el negativo de Habla, memoria.

A Nabokov siempre le deslumbraron los trucos de ilusionista, las celadas y trampas de jugador de ajedrez, los acechos de cazador paciente de mariposas. Y todo eso lo practica en su literatura, llena de trampas, acechos y sorpresas, elaborada con el detallismo minucioso del entomólogo que pasó muchas horas observando en el laboratorio los detalles minúsculos de la anatomía de una mariposa.

Quienes lo conocieron de cerca coinciden en señalar que su escritura se parece a su forma de hablar. Al parecer en su conversación también se comportaba así: cuando decía la verdad guiñaba un ojo para confundir al interlocutor.

Una última anécdota, de sabor local. Hay en Ada o el ardor un homenaje a Cántico de Jorge Guillén, con quien Nabokov jugaba al tenis en Wellesley, donde coincidieron como profesores.

Le cuesta a uno trabajo imaginar a Guillén jugando al tenis. Se lo imagina mejor aplicándose al bádminton o al cricket.

Pero eso va en gustos poéticos, ya se sabe.

Santos Domínguez